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Desde hace aproximadamente diez años la Responsabilidad Social de las empresas ha empezado a cobrar un cierto protagonismo en nuestra sociedad. El objetivo de este modelo de gestión se basa principalmente en conocer los temas relevantes para los grupos de interés de una empresa y gracias a ello reducir sus impactos sociales, económicos y ambientales. Es más, este concepto se sigue asociando más a filantropía, al lavado de cara y al marketing social.

Las políticas públicas tampoco han ayudado, ya que han sido más bien testimoniales..Y la crisis financiera y sus consecuencias, que aún hoy estamos pagando, han provocado que su credibilidad sea escasa. Sin embargo, la idea no ha terminado de ocupar ese espacio en nuestra sociedad.

Es cierto que, de un tiempo a esta parte, las empresas se lo están tomando más en serio. Bien sea porque es una exigencia de los grandes inversores institucionales, que empiezan a mirar con lupa las políticas medioambientales, sociales y de buen gobierno, bien por la nueva normativa, como la Directiva Europea sobre información no financiera y diversidad o la Ley de Sociedades de Capital, (que atribuye al Consejo la responsabilidad indelegable de la política de RSE, control y supervisión incluidos). Sólo algunos consumidores y entidades de la sociedad civil están empezando a valorar la reducción de estos impactos negativos

Casi en 2020 nos encontramos con algunos signos, aunque todavía escasos, de que la responsabilidad social en las empresas ha dejado de ser un jarrón chino, un mero postureo que embellece memorias de sostenibilidad, a ser un propósito empresarial con impactos sociales positivos en torno al cual gira el plan estratégico empresarial

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