El 13 de junio, Inmaculada, teleoperadora en uno de los centros de trabajo de Konecta en Madrid, se desvaneció durante su jornada de trabajo, sin que este hecho diera lugar a la parada del servicio, ya que muchos compañeros siguieron atendiendo llamadas durante varias horas, en presencia del cuerpo de su compañera. Dentro de todo el pesar y dolor que rodea la muerte de una persona, Inmaculada, hay algo en este suceso que lo hace aún más triste: la deshumanización que reflejan las circunstancias, hechos y respuestas que se dieron alrededor de esta tragedia.