Ecuador, Guatemala, Colombia, Cuba, Brasil, Guinea Ecuatorial, Kenia, Marruecos… Solo con alejarnos unos kilómetros del aeropuerto de la ciudad de destino, encontramos comunidades sin agua potable, personas sin acceso a educación y sin atención sanitaria, hurgando en bolsas de basura buscando comida…
En ese momento, podemos decidir entre mantener nuestra posición de meros observadores o tomar parte y tratar de hacer algo para reducir esas importantes carencias. Y lo cierto es que esos contrastes no se pueden ignorar fácilmente al volver a casa. Así fue como nació, hace ahora 20 años, la Fundación SEPLA-Ayuda. Los simples trayectos de ida y vuelta, lo que nosotros llamamos “estar de línea”, se convirtieron en una oportunidad para tender puentes, detectar necesidades y canalizar ayuda donde más se necesita.
En estas dos décadas hemos podido comprobar que la verdadera distancia que separa a las sociedades no se mide en kilómetros ni en millas náuticas, sino en indiferencia. Y nosotros, que antes que pilotos somos personas, hemos decidido acortarla. Llevamos en la esencia de nuestra profesión la vocación de servicio. Cada vuelo representa un compromiso con la seguridad, el bienestar y la confianza de cientos de personas. Pero cuando los motores del avión se paran y salimos de la cabina, esa vocación de servicio se transforma en solidaridad.
SEPLA-Ayuda nació para canalizar la solidaridad de los pilotos, para sumar voluntades y crear un músculo comprometido y generoso que focaliza sus esfuerzos en la ayuda desinteresada a quien lo está pasando mal, a los más vulnerables. No se trata solo de donar recursos, sino de implicarse personalmente, de poner nuestras capacidades, contactos y conocimientos al servicio de causas que pueden cambiar vidas. Porque si podemos cuidar a nuestros pasajeros, también podemos extender esa protección, esa entrega, a comunidades que, probablemente, jamás pisarán un avión, pero nos necesitan.
La imagen que la sociedad española tiene del colectivo de pilotos está aún muy ligada a estereotipos. Se nos asocia con la precisión, la responsabilidad, la toma de decisiones, pero tal vez no tanto con la solidaridad. Y sin embargo, forma parte de nuestra identidad mucho más de lo que se percibe desde fuera. Nuestras acciones solidarias no buscan protagonismo, pero es importante darles visibilidad, contar las historias humanas que hay detrás de ellas, para inspirar a otros colectivos y demostrar que, incluso desde profesiones más técnicas, es posible construir una red de ayuda y cooperación.
Con los más vulnerables
En estos 20 años hemos puesto en marcha numerosos proyectos en el ámbito de la educación, la salud, la alimentación, la atención a la infancia y a personas con necesidades especiales, tratando de ofrecer un presente más amigable y un futuro abierto a nuevas oportunidades a niños, jóvenes y personas con discapacidad. También nos hemos movilizado para conseguir ayuda humanitaria con la que paliar los efectos de destrucción de terremotos como los de Ecuador, Haití, Siria o Turquía, y de la guerra en Ucrania.
Pero no solo miramos hacia fuera: también ponemos el foco dentro de España. Porque también aquí hay mucho que hacer. Con iniciativas de recaudación de fondos hemos contribuido a financiar proyectos de investigación contra el cáncer y VIH infantil, apoyado a comedores sociales y campamentos solidarios, etc. Durante la pandemia por COVID-19 pusimos toda la maquinaria a funcionar para dar respuesta urgente a las necesidades más básicas de la población, y transportado mascarillas y material sanitario esencial para la vida en aquel momento.
En 2019, con la dana que sufrió la Región de Murcia, aportamos importantes recursos para apoyar a los damnificados. Y en las más reciente, del pasado año, que asoló varios municipios de Valencia, conseguimos recaudar 2,3 millones de euros para canalizar ayudas (imposible dejar de mencionar el gran apoyo recibido por Iberia y Vueling). Primero, para limpiar y extraer el lodo y el barro, y después, para reconstruir lo devastado. Ya hemos empleado 980.000 euros en ayuda directas, y seguimos (y seguiremos) llevando a cabo nuevas acciones para que, sobre todo los centros asistenciales para niños y adultos con necesidades especiales, puedan recuperar su normalidad y seguir prestando sus valiosos servicios.
Lo mejor de la solidaridad es la enorme satisfacción del que da, que es mucho mayor que la del que recibe. Ver cómo el pozo de agua construido ha cambiado la vida de toda una comunidad. O cómo niños con discapacidad son atendidos y tratados con el cariño y la profesionalidad que necesitan para darles una oportunidad de vida. Sentir cómo una pequeña mano agarra fuertemente la tuya y no la suelta, o escuchar cómo te llaman por tu nombre y te muestran tanta gratitud, hace que el corazón se te encoja.
Es una satisfacción comprobar todo lo que estamos construyendo, lo que estamos consiguiendo. Y lo que podremos seguir haciendo, sumando nuestros esfuerzos y compromiso para seguir siendo pilotos capaces de volar aviones cerca de las estrellas y también de lograr que el cielo, para otras personas, sea más azul.