La mayoría de estos estudios destacan temáticas vanguardistas de los países con ingresos altos como EEUU, Alemania, o Suiza, dejando atrás hallazgos procedentes de otras zonas geográficas como el hecho de que haya una mutación genómica vinculada con la enfermedad de Parkinson solo en África, por ejemplo.
En la investigación en Neurociencia también existe una brecha provocada por los ingresos de un país. Una brecha visible si se analizan los grupos de investigación y las sociedades dedicadas a la Neurociencia y sus ramas de conocimiento. Los datos hablan por sí mismos. La Federación Europea de Neurociencia cuenta con 22.000 neurocientíficos adscritos y 44 sociedades adjuntas mientras que la Sociedad de Neurociencia de África se ve apoyada por 20 miembros adscritos y una sociedad adjunta.
Además, esta desigualdad es más visible si se valoran los proyectos de investigación en Neurociencia que han recibido financiación pública. Sin ir más lejos, se han invertido 600 millones de euros al estudio de la simulación del cerebro humano, el Human Brain Project, frente a los 120.000 euros dedicados a la creación del primer bio-banco de datos que incrementa la precisión en el diagnóstico de los ictus y/o infartos cerebrales en África subsahariana. Son ejemplos de que las diferencias no son solo numéricas (número de investigadores, número de publicaciones o cuantía otorgada) sino cualitativas.
Esta realidad deja entrever que investigar en Neurociencia en países menos desarrollados no sea una labor fácil ni atractiva. De hecho, la fuga de talento en estos países es una preocupación global a la que no se le presta la suficiente atención. Según el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) el número de inmigrantes del África subsahariana con talento en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) podría llegar a 34 millones en 2050.
Los científicos afectados por esta situación ya están respondiendo. Hace unos días la prestigiosa revista Nature publicó un artículo elaborado por un grupo de neurocientíficos africanos en el que exponen las necesidades técnicas, humanas y tecnológicas que requieren para continuar su carrera investigadora.
En este punto la comunidad científica ha de responder. Quizás una alternativa sea establecer el foco no solo en la formación del científico que reside en un país con bajos ingresos sino también en la consolidación de su trayectoria. Así se pondría freno a la fuga de talento y se podría hacer frente al crecimiento exponencial del número y el tipo de enfermedades neurológicas registradas en los países con menos recursos que necesitan una investigación especializada y local.
Autores:
María José García Rubio – codirectora de la cátedra VIUNED en Neurociencia global y cambio social
Jose Piquer Martínez – director de Fundación NED
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