Querida Almudena,
Gracias por regalarme un rato a solas delante de la justicia social. Hay términos cuyos significados deberían ser sagrados. Términos absolutos donde la interpretación, el matiz, la cultura o el paso del tiempo no hicieran mella.
Un término que vive gracias a dos palabras que no están en su mejor momento no parece caballo ganador. Perdón, en ocasiones me puede el sentido trágico de la vida.
Hace unos días leía un artículo sobre la grandísima capacidad de sacrificio que tiene una sociedad cuando se sabe que el esfuerzo es puntual en el tiempo e “igualitario” entre todos sus miembros. Nuestra querida Fuenteovejuna. Por el contra, resaltaba los grandísimos riesgos que se asumen como sociedad cuando sus ciudadanos constatan arbitrariedad a la hora de pedir sacrificios y desconocimiento en su duración. Nuestra querida Europa.
Como la justicia social todavía no es un termino absoluto y tiendo al existencialismo me permito decir que la justicia social no vive sus mejores momentos. Y no lo digo por sus logros, sino por la mediocridad de nuestras propias aspiraciones. Hablar de justicia social lleva implícito un sentido colectivo, que hemos perdido. Abrazamos causas y propósitos como si fueran clubs de fans.
Pero como soy un romántico, que es lo que somos los existencialistas que nos gustan las tardes de otoño con lluvia, la justicia social es algo por lo que merece la pena dejarse la piel. El derecho legítimo de cualquier pueblo para vivir sano, pleno y confiado en el otro.
En una ocasión escuché a Manuela Carmena diferenciar entre ley y justicia. Esto me lleva a pensar que mientras la ley es algo que le corresponde aplicar al Estado, la justicia nos permite como ciudadanos tomar decisiones “dentro de la ley” desde nuestros derechos y principios éticos y morales.
Es bueno no olvidarlo y saber también que existe la desobediencia civil.
A ver si llueve.