El vacío existencial es un negocio, la ansiedad, el insomnio y el estrés son un negocio, la soledad es un negocio, la salud mental es un negocio, porque a raíz de situaciones perjudiciales para el ser humano, que provoca el sistema de trabajo que tenemos, se crean los remedios, se venden, se promocionan, se ensalzan sus bondades y se genera un negocio en torno a ellos.
La dinámica es casi siempre la misma: primero aparece el síntoma, luego se convierte en síndrome, que puede acabar derivando en enfermedad[1], seguidamente se crean los remedios y a partir de ellos un servicio o producto que los calma, cura, atiende o promete solucionarlos, otra cosa, bien distinta, es que la promesa se cumpla. A todo este proceso lo acompaña un discurso que enmascara los verdaderos orígenes y causantes de los síntomas y los males. Lo habitual es presentar esos síntomas asociados a las personas que los experimentan, pero no a las dinámicas que los producen.
Por ejemplo, en el caso del “síndrome del impostor”[2], la gran mayoría de las publicaciones enfatizan la dimensión individual y personal del fenómeno: descripción de la experiencia interna, historias en primera persona de quienes se sienten afectados, identificación de síntomas, prescripción de estrategias de afrontamiento y adaptación de quienes lo sufren. Pocas abordan la incidencia de los factores externos y sistémicos del síndrome, a pesar de que existen investigaciones que revelan que los entornos muy competitivos, con nula seguridad psicológica, con superiores arrogantes y elevadamente críticos hacen que prolifere este síndrome. Acentuar lo individual y ocultar lo sistémico es una manera perfecta de acallar la conciencia de quienes lo provocan para atormentar la de quienes lo padecen.
Este mecanismo logra tapar la existencia de una patología social que ocasiona el funcionamiento del sistema, trasladar la responsabilidad a la persona que lo padece, generando sentimientos de culpabilidad y, además, la carga de solucionar el problema. Momento en que el mercado aparece como salvador, creando el remedio y haciendo negocio con ello. Para hacernos una idea, solo en Amazon hay más de 500 libros dedicados a dar recetas de cómo superar el síndrome del impostor. Esto es solo la punta del iceberg. La literatura, cursos, podcast y conferencias sobre autoayuda mueven cientos de millones de euros. En España, la venta de libros de autoayuda alcanzó los casi 10 millones de ejemplares en 2018[3]; en la pandemia se multiplicaron por 6 las ventas de este tipo de libros; en el primer trimestre del año 2022 crecieron casi un 50% con respecto al mismo período del año anterior.
"No hay mayor negocio que vender a gente desesperada un producto que asegura eliminar la desesperación", dijo Aldous Huxley. No es de extrañar que algunos hayan llamado al negocio de la autoayuda, el negocio de la desesperación. Un negocio que se lucra gracias a los sentimientos de vacío, pérdida de sentido, falta de autoestima y frustración, entre otros, que provoca una dinámica de trabajo y de vida insalubre.
Por desgracia no es el único negocio que crece en torno a una patología social. En una sociedad que padece “el gran agotamiento”, como describe el periodista Carl Newport, en la que todo el mundo está cansado, quemado y con la sensación de que no le da la vida, es fácil que triunfe el consumo de psicofármacos. Un quinto de la población española los consume, entre otros, ansiolíticos, antidepresivos, medicamentos para el sueño, antipsicóticos, estabilizadores del humor y litio, y el 73% de ellos lo hace a diario[4]. En los últimos diez años, la venta de medicamentos ansiolíticos y antidepresivos en farmacias españolas ha subido un 30%, con un incremento constante año a año. Entre 2015 y 2022 el consumo de antidepresivos ha aumentado por encima del 20% en toda la población mundial.
El malestar de la población es muy lucrativo, la industria de la salud (muy vinculada a las farmaceúticas) genera los patrimonios más altos del mundo, junto con el sector tecnológico, obteniendo ganancias muy por encima de los bancos. En un informe del 2016, la consultora Capgemini preveía que sería el negocio que más prosperaría en la próxima década. No se equivocaban: la industria del bienestar, que abarca segmentos que van desde la salud mental y laboral hasta la alimentación y el cuidado personal, ha crecido a pasos agigantados desde 2021 hasta el punto de que su valor de mercado se situó por encima de los 6,2 billones de dólares estadounidenses en el 2023. Para el 2027, se prevé que registre una tasa de crecimiento anual compuesta del 8,6%[5].
El burnout, el estrés, los problemas de salud mental impulsan el crecimiento del negocio en torno al “wellbeing”, un servicio cada vez más demandado por las empresas para hacer frente a los problemas que sus propias dinámicas generan. En lugar de evitar causar estrés, pagan para que los trabajadores aprendan a gestionarlo y seguir siendo productivos. Desde 2015 se han lanzado al mercado más de 2.500 aplicaciones de meditación y bienestar emocional[6]. Los ingresos totales de las 100 principales aplicaciones de bienestar mental del mercado superaron en 2020 los 1.000 millones de dólares, en comparación con los 514 millones registrados en 2018.[7] En Estados Unidos el gasto corporativo en 2022 en aplicaciones digitales y programas formativos relacionados con la gestión del estrés, el bienestar y el mindfulness ascendió a 51 billones de dólares, según el Global Wellness Institute estadounidense.
La soledad es otro de los males de nuestro tiempo que han provocado las dinámicas del capitalismo, según la economista británica Noreena Hertz. Los jóvenes menores de 25 años se reconocen cada vez más solos y deprimidas, según un estudio de 40dB para EL PAÍS; un 25% de las personas mayores en Europa están solas, pero no quieren estarlo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS); tres de cada cinco estadounidenses “están solos” según una encuesta realizada por la aseguradora Cigna; una encuesta realizada por Ipsos en 2020 con más de 15.000 personas en Latinoamérica revela que en Brasil un 36% de los encuestados decía sentirse solo, un 32% en Perú, un 30% en Chile y un 25% en México y Argentina.
¿Quién sale favorecido con la epidemia de soledad? Además, de las farmaceúticas (mayor consumo de fármacos para paliar los efectos de la soledad en la salud) o las que produce y vende bebidas alcohólicas[8], estarían las empresas tecnológicas, si atendemos a los datos del estudio de 49dB: las personas que están solas hacen más uso de internet, videojuegos, redes sociales, foros para conocer gente y ligar, que no sólo no reducen la soledad, sino que producen más aislamiento.
Noreena Hertz dice que está aumentando la demanda de robots sociales capaces de detectar nuestras emociones y estados de ánimo y acompañarnos para calmarlos: cuando llegamos a casa desanimados y nuestro robot de compañía lo percibe, nos pondrá nuestra playlist favorita para levantar el ánimo; cuando estemos cansados, el móvil nos enviará una alerta para hacer una parada y descansar; si es hora de cerrar el ordenador en el trabajo, ese robot que nos espera en casa podrá realizarnos una llamada y recordarnos que debemos regresar al hora.
La misma autora advierte en su libro[9] que la “industria de la soledad” está cada vez más en auge. Cita como ejemplo el surgimiento de aplicaciones como The People Walker, en la que “paseantes” cobran entre siete y 21 dólares por acompañar a caminar a otra persona; el caso de Rent a Friend, fundada en 2009 en EE UU, que cuenta con más de 600.000 “amigos de alquiler” en varios países del mundo. El precio de la hora de alquiler de un amigo se sitúa entre 10 y 50 dólares, que cada uno haga sus cálculos del volumen de negocio que puede generar esta empresa..
Por desgracia, las recetas y remedios para solucionar los males, que crea el sistema, son solo pastillas para calmar el dolor, pero no eliminan las causas que provocan ese dolor. Resulta paradójico que los males no disminuyan (de hecho aumentan cada año[10]), mientras que el negocio en torno a ellos no para de crecer. Me viene a la cabeza el famoso lema del espíritu emprendedor: “donde existe un problema, hay una oportunidad de negocio”, y me aterra pensar que el malestar de las personas, el deterioro de su salud se haya convertido en una de las grandes oportunidades de negocio de este siglo.
[1] El burnout, que en el 2022 fue catalogado como enfermedad profesional por la Organización Mundial de la Salud, nació como síntoma en los años setenta, cuando fue detectado por Christina Maslach, profesora de la Universidad de Berkeley, para posteriormente pasar a ser calificado como “síndrome burnout”.
[2] Curiosamente este síntoma aparece también en los años 70 del siglo XX, cuando comienzan a proliferar en las consultas de los psicólogos un malestar caracterizado por dudas sobre la propia valía y sentimientos de ser un fraude, de que todo lo logrado no responde a la propia capacidad, sino a factores externos o la suerte, que las psicólogas clínicas Pauline Lance y Suzanne Imes bautizan como el “fenómeno del impostor” y luego pasa a ser también síndrome.
[3] Según datos de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE).
[4] Según la Confederación Salud Mental España y Fundación Mutua Madrileña.
[5] Fuente: Statista.com
[6] Según datos de AppInventiv.
[7] Fuente: Reason Why. https://www.reasonwhy.es/actualidad/mindfulness-negocio-industria-creciente-atencion-plena
[8] Diversas investigaciones relacionan el consumo del alcohol con la soledad.
[9] “El siglo de la soledad: Recuperar los vínculos humanos en un mundo dividido”. Noreena Hertz (2021) Editorial Paidos.
[10] Los índices de estrés, alcoholismo, drogodependencia, depresión, ansiedad y otras enfermedades mentales no han parado de aumentar en los últimos 10 años.