En estos momentos de incertidumbre y desazón para muchos, es importante dar luz a noticias como la que hace algunos días se publicaba sobre la ampliación de capital del Fondo de Fundaciones y con ello, de la nueva convocatoria que el fondo abre para financiar proyectos con impacto social, es decir, proyectos nuevos o en crecimiento que necesitan apoyo para contribuir a mejorar determinados retos sociales a través de un modelo de negocio sostenible. Y es relevante fijarnos en estas iniciativas porque son ejemplo de proactividad y de colaboración en favor de los más vulnerables, lo que favorece la emulación e interpela a una reflexión más atenta de nuestro potencial de acción en la sociedad.
Las Fundaciones son un tipo de organización poco extendido y conocido, incluso dentro de las organizaciones sin ánimo de lucro. Según la Asociación Española de Fundaciones, en 2019 en España existían 14.729 fundaciones activas registradas de las que algo más del 60%, más de nueve mil, tienen una actividad regular. Según el estudio “El sector fundacional en España: atributos fundamentales (2008-2019) Cuarto informe”, estas fundaciones se dedican principalmente a la cultura y recreo, la educación e investigación, el medioambiente y los servicios sociales; completando el apoyo que habitualmente recibe este tipo de actividades de la Administración Pública. En una década, según este mismo estudio firmado por Sosvilla, Rodriguez y Ramos (2020), el impacto social de la actividad de las fundaciones españolas se ha multiplicado por 2,4, pasando de una cobertura de 17,8 millones de personas en 2008 a una cobertura de 43,7 millones en 2019, en parte debido al crecimiento de las fundaciones generalistas orientadas a la cultura y al medio ambiente. Es clara la importante labor desarrollada por estas y otras instituciones con fines análogos. Sin embargo, tal vez pueda repensarse la fórmula que históricamente las organizaciones de cultura filantrópica han seguido, centrada en conceder subvenciones a proveedores de servicios de beneficencia durante un corto período de tiempo, sin solicitar en contrapartida informes exhaustivos de resultados.
Con el fin de potenciar la eficiencia en el uso de los recursos dedicados a tan loables causas, es importante plantear de antemano, encontrar formas de medición y valorar el impacto de estas inversiones dentro de la perspectiva largoplacista que la inversión de impacto exige. De esta manera, los proyectos se centran, más que en las actividades, en los resultados logrados; o, dicho en otras palabras, se rinden cuentas no del esfuerzo realizado, sino del impacto, ya sea social o medioambiental, alcanzado. Los beneficios de este cambio de enfoque son varios. Por un lado, el hecho de formular objetivos de impacto, y exigir su cumplimiento incita a las fundaciones, a apoyar directamente a proyectos empresariales con impacto social o medioambiental; proyectos con rentabilidad a largo plazo, y a los que precisamente por ello, les resulta difícil encontrar financiación.
Por otro lado, el hecho de contar con el apoyo de las fundaciones puede estimular a que otras instituciones encuentren atractivo participar en estas iniciativas y que estas puedan contar con financiación adicional. Finalmente, junto con lo anterior, este compromiso financiero con amplio alcance temporal dota a estos proyectos de una estabilidad en la financiación, sin la que difícilmente pueden consolidarse. Si ampliamos el ángulo de visión de esta cuestión, veremos que todo ello, potencia la existencia de emprendedores de impacto, “cuya ambición es mejorar la calidad de vida de las personas y del planeta” tal y como nos recuerda Sir Ronald Cohen en su publicación “Sobre el impacto. Guía para la revolución del impacto”. Estos emprendedores ambiciosos que trabajan por el bien de la humanidad son fundamentales para dinamizar y refrescar la respuesta a los nuevos retos que surgen en cada época. Ese es el objetivo de las iniciativas que, como el Fondo de Fundaciones, aspiran a contribuir a superar los evidentes retos energéticos y medioambientales y paliar las necesidades de los colectivos vulnerables o en riesgo de exclusión.
En este marco, las fundaciones participantes buscan gestionar su patrimonio financiero, no tanto con activos financieros tradicionales, sino con inversiones que tengan una mirada socialmente responsable y que provoquen un impacto positivo social y medioambiental. En este sentido, entender que impacto social y sostenibilidad no sólo no están reñidos, sino que deberían ir de la mano, es fundamental. Y ahí, todas las manos son pocas.