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Nada más hay que pasearse un fin de semana por una gran hamburguesería para comprobar qué es lo que come la gente más joven. Más allá de los que tienen la suerte de tener una familia con buen gusto gastronómico, y posibilidades económicas para llevarlo a la mesa, hoy la juventud europea no come bien y, además, no lo sabe porque tiene el paladar más adaptado a la comida rápida, cuando no directamente ‘basura’, a la vez que es destructiva de su planeta, que a una alimentación saludable que no dañe ni su organismo ni este gran hogar.

La propia OMS alertaba en un estudio reciente sobre un problema que en el caso de Europa, como en otros lugares, va ‘in crescendo’: hoy uno de cada cuatro adolescentes entre los 11 y 15 años come dulces a diario, uno de cada seis toma refrescos azucarados en cada jornada y, en cambio, solo la mitad come fruta o verdura. Con esa dieta, no sorprende que el 20%  tenga sobrepeso o sea obeso, según una encuesta realizada a más de 227.000 adolescentes de 45 países. Pero es que, además, son una minoría los que saben de dónde viene lo que comen, cómo se produce, por qué procesos pasa antes de llegar a su estómago.

Para contrarrestar este contexto de consumo en el que todo lo alimentario está muy controlado sanitariamente pero, a la vez, se crece con mucho desconocimiento de lo que es una alimentación saludable y sobre los impactos que genera un modelo globalizado cada día más globalizado a nivel ambiental y social, surgió en 2019 el proyecto de la UE llamado “Food Wave” ( “oleada de comida”). Su objetivo principal es concienciar a las y los jóvenes desde los 15 y hasta 35 años sobre las consecuencias de unos hábitos de consumo que se basan en una agro-industria planetaria que destruye ecosistemas (terrestres y marinos) y está impactando en el clima. Al final, de lo que se trata es de aumentar su conciencia gracias a iniciativas de todo tipo, diseñadas algunas por ellos y otras por las entidades sociales que han participado.

Desde esa fecha hasta hoy, las actividades se han sucedido en 17 países (16 europeos, más Brasil) y 18 ciudades a través de instituciones y organizaciones, como en el caso de España ha sido Alianza por la Solidaridad-ActionAid, entre otras. Se han organizado festivales, teatro, talleres de huertas urbanas, charlas en colegios e institutos sobre alimentación y cambio climático … Hasta un total de 110 actividades diferentes en las que se han tocado todos los temas relacionados con la alimentación y lo que supone para un planeta  habitado por 8.000 millones de humanos. Han aprendido sobre lo  que supone que la comida nos llegue del otro lado del mundo, lo que impacta en la deforestación de grandes bosques tropicales, la ingente cantidad de alimentos que acaban en la basura (más del 40% de lo que se produce acaba en un cubo europeo), la plastificación en la que nos venden los productos….

En una de estas actividades se les ha pedido a los jóvenes que imaginaran el supermercado del futuro. Exactamente, cómo querrían que fuera. Y las respuestas son todo un recetario de sostenibilidad. Los y las mismas cuyo móvil tendrá prestaciones imposibles de imaginar, y que a lo mejor se ‘teletransportan’ o viajan a Marte, a la hora de idear que es lo que querrán comer, se vuelven irremisiblemente al pasado, no al de sus padres, sino al de sus abuelos. Entre ellas está Carolina, que se imagina yendo a comprar “a granel, pero no solo productos frescos, sino también semillas, cereales, azúcar y harina, con luces tenues y sin ruidos en las tiendas y con más opciones de productos orgánicos y locales”.

No es muy diferente a lo que espera encontrar Ishu, joven de Países Bajos que también deja su testimonio: “Querría que todos los productos fueran locales o conseguidos en un área cercana”, asegura. A italiana Chiara le gustaría  que “en las tiendas de comestibles hubiera productos de origen vegetal para la gran mayoría y se vendiera carne, pero sintética para no perjudicar al cambio climático”.

Sólo algunos de los muchos preguntados se fueron a la otra cara de la moneda, como si hizo la española Lucía, de 19 años, que cree que “lamentablemente, los supermercados del futuro serán muy tecnológicos y la comida no será tan natural porque ya estamos viendo como los mercados locales van desapareciendo poco a poco, y las grandes cadenas van creciendo, un modelo que es necesario cambiar e intentar hacer un consumo más sostenible”.

En total, han sido hasta ahora miles de jóvenes los que han participado en Food Wave aprendiendo y, a la vez, dando a conocer a otros sus experiencias. Es el caso de María, joven nutricionista que primero recibió formación y luego participó en actos en institutos de secundaria con adolescentes de 16 y 17 años. “Les contaba de dónde viene lo que comen y cómo impacta en el cambio climático y, la verdad, se quedaban alucinados. En general, a esa edad no se compra la comida, lo hacen los padres, pero si querían saber cómo podían hacer algo para mejorar el panorama”.

También Nedá Pérez, de 23 años, ha participado de Food Wave, especialmente interesada en la relación entre lo que comemos y la justicia climática “porque –nos dice- en este mundo global las cadenas de suministro cada vez están más deslocalizadas y eso es poco sostenible tanto por el transporte, y sus consecuencias en el cambio climático, como por el hecho de que la producción agrícola y ganadera masiva impacta en los derechos humanos a miles de kilómetros”. Nedá gracias al proyecto europeo ha viajado hace unas semanas hasta Países Bajos para reunirse con jóvenes de otros muchos lugares del continente: “Compartimos experiencias de otros jóvenes emprendedores y debatimos mucho, siempre en positivo, porque no se trata de culpabilizarnos por cada cosa que compramos pero si hay que tener una conciencia crítica de lo que supone. Fue inspirador”.

El proyecto Food Wave, que acaba en 2023, está cofinanciado por el Programa DEAR de la UE y promovido por 18 autoridades locales y 11 ONG europeas. A través de sus actividades y campañas en redes esperan llegar al menos a 15 millones de jóvenes. Aprender de dónde viene lo que comen y cómo se produce es el primer paso para que el supermercado del futuro sea tan “verde” como lo imaginan.

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