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Las conclusiones que deja la Cumbre del Clima de Egipto son desalentadoras. Si bien es cierto que el texto final está alineado con la necesidad de avanzar hacia un escenario climático mejor, la sensación general es de desesperanza. La superficialidad de las medidas, que reconocen los objetivos, pero no especifican las vías para alcanzarlos; o la vaga referencia a los derechos humanos; no son suficiente en un contexto que requiere medidas urgentes y más ambiciosas.

“La humanidad tiene elección: cooperar o perecer". La Cumbre del Clima celebrada en Egipto se inauguraba el pasado mes de noviembre con esta disyuntiva. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, instaba de este modo a los casi 200 países que participaron en la cita a aumentar sus compromisos y recursos en la lucha contra el cambio climático. Tras dos semanas de negociaciones, las conclusiones que deja la COP27, sin embargo, parecen más próximas al óbito que a la colaboración.

La dificultad para cooperar se escenificó con una prórroga ante la incapacidad de los líderes mundiales de llegar a un acuerdo para financiar un fondo de pérdidas y daños para los países en desarrollo damnificados por el impacto del cambio climático. El consenso llegó en el tiempo de descuento, la misma noche que terminaba la cumbre, con una propuesta que, lejos de marcar una agenda clara, no especifica cantidades ni quién deberá asumir los costes, tampoco plazos de pago ni beneficiarios.

Asimismo, cabe señalar que esta financiación ya aparece recogida en el Acuerdo de París y que además fue refrendada en la anterior Cumbre de Glasgow (COP26). Por lo que los avances parecen escasos en un escenario que requiere líneas de acción y medidas concretas de mayor ambición.

Las fricciones entre los diferentes países se repitieron también en materia de combustibles fósiles y reducción de gases de efecto invernadero. En el texto final se alienta a los países a la eliminación gradual y a la racionalización de las subvenciones destinadas a los combustibles fósiles, en consonancia con los diferentes contextos nacionales. Asimismo, se hace referencia a la importancia de elevar la proporción de energía renovable en los mix energéticos de los países.

Si bien es cierto que el texto está alineado con la necesidad de avanzar hacia un escenario climático mejor, la sensación general es de desesperanza, ya que para alcanzar los objetivos establecidos en 2015 en los Acuerdos de París, se esperaban compromisos más estrictos en torno al fin del uso de los combustibles fósiles.

También llama la atención que a pesar de que el pasado 28 de julio, la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la Resolución 76/300 por la que reconoció el derecho a un medio ambiente limpio, saludable y sostenible, únicamente se hace referencia de forma vaga a los derechos humanos y al derecho al medio ambiente en el preámbulo del texto final.

La Asamblea General reconoció que este derecho está relacionado con el derecho internacional vigente y otros derechos, afirmando que su promoción requiere la plena aplicación de los acuerdos multilaterales relativos al medio ambiente con arreglo a los principios del derecho ambiental internacional. Y exhorta a los Estados, las organizaciones internacionales y las empresas a que intensifiquen sus esfuerzos para garantizar un medio ambiente limpio, saludable y sostenible para todos.

A pesar de ello, y aunque el balance general de la COP27 no resulta nada alentador, sí se han producido algunos pequeños avances que invitan al optimismo. Entre ellos, el impulso a la reforma del sistema financiero internacional para hacerlo más justo y adecuado a su finalidad. Es la denominada Agenda Bridgetown, que ahora deberá ser debatida en una cumbre creada ad hoc.

La paradoja del ‘greenwashing’

La Cumbre del Clima de Egipto también ha advertido sobre el alto riesgo de greenwashing que existe y ha instado a las empresas a garantizar que sus planes de reducción de emisiones sean eficaces y avalados por la ciencia. En concreto, un grupo de expertos de la ONU ha presentado un informe en el que concluye que se debe prohibir la autodenominación “cero neto” a las entidades no estatales mientras sigan construyendo o invirtiendo en combustibles fósiles

Por otro lado, desde el punto de vista financiero, también existe un riesgo potencial de greenwashing y es necesario avanzar hacia marcos con robustos que doten de seguridad jurídica y aporten transparencia y rigurosidad. Así, y al igual que sucede con el greenwashing, la Cumbre del Clima de Egipto se ha quedado en lo superficial. Reconoce los objetivos, pero no especifica las vías para alcanzarlos.

Ni las inundaciones en Pakistán, ni la sequía en el Cuerno de África, ni el aumento de las temperaturas en más del doble de la media mundial en Europa, parecen suficiente motivo para poner en marcha medidas más ambiciosas.

“Estamos en una carretera al infierno climático con el pie en el acelerador”, señalaba el secretario general de la ONU al inicio de la COP27. De nosotros depende frenar. La pérdida de biodiversidad y la emergencia climática no pueden esperar.

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