El pasado 24 de junio hizo historia, pero es una historia ruin, dolorosamente macabra que quedará unida a la de este país para siempre: 37 muertes, según las organizaciones de la sociedad civil (23, según fuentes oficiales), cuando trataban de cambiar el rumbo de sus vidas saltando las vallas fronterizas que les impedían el paso. 37 jóvenes africanos que un día soñaron que merecían algo más que las guerras y la vida de miseria a la que estaban condenados en su tierra. Son 37 esperanzas en busca de ese futuro que les llegaba a través de los móviles desde una Europa con tanto despilfarro como ceguera para que ver que éste no sería posible sin los recursos del otro lado del Estrecho.
No son, eran 37 vidas truncadas de cuajo, a las que hay que sumar los más de 80 heridos, algunos graves, en aras de una supuesta lucha contra mafias y terrorismos que poco tienen que ver con lo ocurrido. Y es que ¿alguien puede creerse que las redes de tráfico de personas van de pueblo en pueblo africano, desde Senegal al Cuerno de África en busca de ‘clientes’ para dejarles junto a nuestros muros de cuchillas, que llamamos concertinas? ¿Hay quien pueda pensar que los migrantes de África se cruzan miles de kilómetros de desierto, jugándose la vida -ellas violadas, ellos semi-esclavizados- solo para pagar al negocio que hay detrás?
Las imágenes en las que las fuerzas de seguridad españolas y marroquíes hacían de manera cómplice un uso indiscriminado de la violencia en Melilla son absolutamente deplorables, diríamos salvajes; que ese mismo día, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, reaccionara con un reconocimiento a la buena organización, colaboración y actuación de las fuerzas armadas españolas y marroquíes es inclasificable. Son palabras que bien podría haber dicho cualquier portavoz de un partido de extrema derecha.
Como recordamos desde Alianza por la Solidaridad-ActionAid en un comunicado, el representante de nuestro país aplaudía así el maltrato a seres humanos, que fueron golpeados como si fueran ganado, algo que ya tampoco es admisible con los animales. Pero no: eran personas africanas y negras, a las que hemos visto atadas de manos, apiladas unas sobre otras, violentadas y victimizadas. Su inmovilidad ante las agresiones, ya sin fuerzas, sin asistencia, no podemos ni debemos olvidarla.
Y ante esto, insistimos, ni una palabra de reproche desde nuestro lado europeo del muro, convertidos ya en ‘gendarmes’ de un continente para el que todo indica que el color de la piel sigue siendo asunto político que tiñe la ética de racismo. La premio Nobel alternativo de 2019 Aminatou Haidar, activista saharaui, no se ha callado ante los elogios de Sánchez a las autoridades marroquíes: son "infames" y se "mofan" de las convenciones internacionales de derechos humanos, ha dicho.
Triste ver cómo muchos medios callan que los 37 de Melilla procedían de países en conflicto, como es Sudán del Sur, donde este mismo lunes murieron en un ataque 20 personas; o como es Eritrea, que hace reclutamiento forzoso de niños soldados de hasta 14 años, según ha denunciado el relator especial de la ONU para el país, Mohamed Abdelsalam Babiker, en el Consejo de Derechos Humanos que se celebra estos días en Ginebra; o como es Mali, donde los islamistas se hacen fuertes en el norte reclutando jóvenes. Y más allá de las guerras, recordemos la brutal sequía que desde hace meses acosa al Cuerno de África, amenazando de una terrible hambruna a millones de personas que han visto morir su ganado y secarse sus cosechas. Es el cambio climático, ese enemigo menos visible que generamos en el norte y que ya mata en el sur. Y también son los efectos de un conflicto en Europa que está aumentando los precios de alimentos en todo el mundo, impactando mucho más en aquellos países más vulnerables.
Pero es que la relación histórica de África con Europa siempre ha girado en torno a la colonización, al expolio de sus recursos y al genocidio de su población. Lo vemos bien claro ahora, por si había dudas. Nos congratulamos de cómo acogemos con los brazos abiertos –como debiera ser siempre- a los refugiados de la guerra de Ucrania, mientas únicamente miramos al sur en busca de gas natural, de petróleo, de costas que colonizar con grandes hoteles o de minerales para nuestra tecnología.
En Alianza nos preguntamos si las masacres en los muros de Melilla o de Ceuta –en 2014 murieron ahogados en la playa del Tarajal 15 personas africanas- son las “soluciones duraderas para los problemas de irregularidad” de este Gobierno, el denominado trabajo para “dignificar la vida de los migrantes”. Estas son las palabras que apenas dos días antes de la tragedia pronunció el ministro de Migraciones, José Luis Escrivá para descartar la regularización de los 500.000 migrantes sin papeles que residen en España, trabajadores y trabajadoras condenados así a la explotación laboral y al veto a cualquier servicio público. ¿Resulta ahora que propiciar las agresiones y las muertes es lo que significaba soluciones duraderas? ¿Es que ‘dignificar’ consiste en que una vez muertos sean enterrados en tumbas anónimas, sin autopsia para saber las causas de cada fallecimiento ni investigación para depurar responsabilidades, pero con nuestro beneplácito?
Sin duda es buena noticia que el secretario de Estado para la Agenda 2030, Enrique Santiago, anuncie que se van a mejorar las condiciones infrahumanas en las que viven los temporeros en Huelva, migrantes que nos trabajan el campo a los que se quiere mejorar los alojamientos. Hoy chabolas que con frecuencia acaban en llamas. Pero ¿seguirán condenados a no tener contratos, ni médico, ni derecho laboral alguno por no tener reconocida su residencia? ¿Les necesitamos y a la vez no les queremos?
Para Alianza por la Solidaridad esta política migratoria española es mortífera y cínica. Consiste en externalizar el control de las fronteras y dejarlo en manos de un Estado acusado de infinidad de vulneraciones de derechos humanos. Esa una política que no sólo ha dejado ‘vendido’ al pueblo saharaui -al asumir las tesis de Mohamed VI sobre sus derechos en un territorio que no es suyo- , sino también a quienes no tienen más opción que migrar por rutas no oficiales porque no les dejamos opción.
Ciertamente, España debería ofrecer vías legales y seguras para las personas que migran. Es el único mecanismo que verdaderamente permite evitar las muertes y los riesgos en los procesos migratorios, priorizando la dignidad, seguridad y protección de los derechos de las personas. Pero no existen cuando se mira al sur. Es un asunto en el que no se ha avanzado nada en décadas.
Por todo lo anterior, desde esta organización exigimos una investigación judicial independiente, tanto del lado marroquí como del español, así como otra a escala internacional. Es imprescindible aclarar los detalles de esta tragedia. También es fundamental que los gobiernos implicados participen en la identificación de cadáveres y apoyen la devolución a sus familias en los países de origen, algo posible en colaboración con las asociaciones de migrantes y los consulados correspondientes.
Además, debe prestarse una atención sanitaria adecuada y de calidad a las personas hospitalizadas a raíz de esta masacre, que hubiera sido menor en muertes si hubiera habido una asistencia rápida para las heridas. Esta falta de auxilio ¿también forma parte del calificado de “buen resultado’?
Es intolerable que autoridades europeas, en pleno siglo XXI, no prioricen la seguridad de las personas migrantes y refugiadas y la defensa de sus derechos humanos. Desde ya, exigimos a la UE debe suspender estas políticas migratorias inhumanas.
Para el pasado 24 de junio de 2022 no puede llegar el olvido.
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