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A lo largo del presente artículo se pretende analizar la fiebre que se ha extendido, principalmente entre las empresas de los países más desarrollados, por realizar acciones de plantación de árboles con el objeto de luchar contra el cambio climático, y compensar de paso su huella de carbono. Este tipo de actividades se llevan a cabo muchas veces sin ningún tipo de planificación, ni de justificación técnica ambiental, buscando un objetivo más centrado en la comunicación y el marketing verde que en el desarrollo de una actividad realmente beneficiosa para el medio ambiente.
Plantar árboles para cumplir con la salvación del planeta, ¿conciencia ambiental, moda pasajera o greenwashing?

Esto, que en muchas ocasiones se convierte meramente una actividad de greenwashing, es lo que, ahora que está tan de moda la utilización de términos acabados en el anglicismo washing, para referirse a múltiples actividades de lavado de imagen, podríamos denominar como treewashing.

Cada vez es más frecuente ver un anuncio o leer una noticia en la que una empresa, sin distinción de tamaño ni de sector, se muestra satisfecha de poder compartir con el mundo que ha realizado una plantación de árboles para contribuir a mejorar la salud del planeta y luchar contra el cambio climático: “por cada producto que vendamos, plantaremos un árbol”, “por cada trabajador de la empresa, vamos a plantar un árbol”, “por cada envase que recojamos….”, “por cada mensaje que mandes…..”, “por cada aparato que recicles….”, “por cada año que cumplamos…” y un largo etcétera. Pero ¿qué hay detrás de este tipo de iniciativas? ¿son actuaciones genuinas de compromiso con el medio ambiente? ¿son simplemente una herramienta más de marketing verde? ¿es lisa y llanamente un ejemplo de lo que se conoce como greenwashing? Seguro que los participantes en este tipo de actividades, normalmente los empleados de las empresas y sus familias, están entusiasmados con la perspectiva de pasar un día en el campo para poder plantar unos arbolitos y tienen la certeza absoluta de que su esfuerzo es por una buena causa, ¿puede darse esto por cierto? ¿son todas estas acciones útiles? ¿tienen sentido dichas plantaciones desde un punto de vista medioambiental? ¿sirven para algo? ¿puede existir algún tipo de impacto negativo?

Sin entrar a valorar si este tipo de actividades relacionadas con el mundo empresarial son voluntarias, o si los participantes de alguna manera se sienten obligados a ir a ellas fuera de su horario laboral (he visto muy pocas acciones de esta naturaleza que se lleven a cabo en horas de trabajo), hay que preguntarse si realmente esto es RSC o si solamente es un lavado de cara de la empresa. En este sentido, conozco muchos profesionales del mundo de la sostenibilidad que miran a este tipo de actividades no solo con suspicacia, sino también con horror, por si en un futuro se les pueden volver en contra, y es que es más habitual que las campañas o jornadas voluntarias de plantación se coordinen desde los departamentos de marketing y comunicación que desde el área de sostenibilidad: es más importante la foto del CEO vestido de intrépido aventurero plantando un árbol que plantearse realmente una estrategia de descarbonización que sea realista, con indicadores cuantificables y verificable a largo plazo.

Es evidente que este tipo de actuaciones no pueden analizarse todas juntas desde una misma óptica, no es lo mismo una acción de educación ambiental propuesta desde un colegio para que sus alumnos aprendan cómo se planta un árbol, y porqué es importante hacerlo desde un punto de vista de conservación y protección de la naturaleza, que una actividad de carácter empresarial en la que un grupo de trabajadores realiza un trabajo que busca tener un impacto cualitativo o cuantitativo en su propia actividad económica. En una sociedad occidental cada vez menos crítica, por no decir cada vez más infantilizada, es fácil que cuaje un “mensaje verde” con poca base científica, una sociedad en la que se acepta como dogma cualquier afirmación o eslogan verde elaborado en las áreas de marketing de empresas que se autodefinen como sostenibles o comprometidas con el medio ambiente: “plantamos frondosas en vez de coníferas para que los bosques capten más CO2” (eso dependerá de cada especie y de las condiciones ambientales del terreno), “hemos sembrado XXX hayas, encinas y robles porque son especies autóctonas y son las mejores para combatir el cambio climático” (casualmente el haya y las quercíneas no se encuentran entre las especies forestales que más CO2 retiren de la atmósfera, sino que sus tasas de absorción son más bien bajas), “gracias a esta actividad de voluntariado hemos plantado los árboles necesarios para compensar nuestra huella de carbono”, “hemos asegurado el futuro de nuestros hijos”, “hemos devuelto a la sociedad lo que la sociedad nos ha dado”… frases cada día más huecas y de significado discutible. Por ejemplo, por muy pequeña que sea la huella de carbono de una empresa, es imposible que ésta la pueda compensar de forma inmediata plantando arbolitos, ya que estos arbolitos recién plantados prácticamente no van a absorber nada de CO2, ¡primero tendrán que crecer!

Las empresas que ponen en marcha este tipo de actuaciones, ¿se han molestado en hacer un análisis interno de su actividad para conocer su impacto real en el cambio climático? ¿cuál es su huella de carbono? ¿cuántos árboles debería plantar para compensar una parte significativa o la totalidad de su huella? ¿de qué especies? ¿cuál es la tasa de absorción de esas especies? ¿cuánto tiempo deben permanecer esos árboles en el campo para poder compensar la huella de la empresa? Todas estas cuestiones y muchos otros aspectos técnicos han de ser considerados de cara a hacer una plantación, por lo que el asesoramiento profesional por parte de un equipo técnico forestal debidamente cualificado ha de ser prioritario, pero ¿cuántas empresas se molestan en contratar proveedores especializados en este tipo de actuaciones? ¿realmente les importa o solo quieren la foto y la frase bonita? Esto debería ser considerado por cualquier departamento de RSC que se tome en serio la realización de algún tipo de iniciativa forestal para cumplir con sus políticas de sostenibilidad, a no ser que en realidad no les importe lo que están haciendo y todo sea únicamente una mera declaración de intenciones y una acción de greenwashing.

Recientemente, durante las sesiones que pude compartir con mis compañeros del III Programa de Responsabilidad Social Empresarial del CEU, tuvimos la oportunidad de comprobar que este tipo de acciones de “sensibilización empresarial” eran cada vez más frecuentes, tanto por algunas de las experiencias que se nos presentaban como ejemplos a no seguir, como por la creciente preocupación que muchos expertos en RSC nos transmitían en relación a que estas actividades poco controladas puedan desvirtuar, y quitar valor, a otras acciones que profesionales realmente comprometidos están llevando a cabo. A partir de estas experiencias compartidas en nuestras clases, empezamos a denominar a las acciones de lavado de cara basadas en la plantación de arbolitos con el término de treewashing, que creo que refleja a la perfección el espíritu de dichas actividades: un lavado de cara para las empresas que utilizan la plantación de árboles como excusa o hilo conductor. Encontrar ejemplos de esta práctica cada vez más generalizada es sencillo, y se pueden hallar fácilmente en internet a nada que se analicen los comunicados que muchas empresas realizan para publicitar su “actividad verde”: cadenas de supermercados con miles de tiendas que plantan 500 árboles y lo publican en sus redes como si ya fuesen neutros en carbono, grandes compañías de sectores punteros (energía, comunicaciones, construcción, alimentación, etc.) que reforestan 1-2 hectáreas y luego se gastan más dinero en la campaña de comunicación que en lo que les habrá costado hacer la plantación, entidades del tercer sector que parecen más preocupadas en plantar árboles con sus voluntarios que en destinar esos fondos a cumplir con su verdadera función en la sociedad, etc. Los ejemplos son múltiples y se repiten en muchos países, como ya he mencionado, basta con hacer una búsqueda rápida en internet y se pueden encontrar acciones de treewashing en cualquier parte del mundo.

Esta fiebre por plantar puede tener además importantes efectos negativos si la actividad no se planifica adecuadamente, seleccionando de forma rigurosa los lugares de actuación, contando en todo momento con el asesoramiento de personal especializado y disponiendo siempre de los necesarios permisos administrativos: no se puede plantar cualquier cosa, en cualquier sitio, ni de cualquier manera. En este sentido aún queda mucho trabajo que realizar, por lo que las empresas que sí tienen interés en hacer las cosas bien han de empezar a plantearse la necesidad de afrontar este tipo de actividades con el apoyo de profesionales forestales que les asesoren sobre el tipo de actuaciones que se pueden llevar a cabo y las especies que se han de utilizar, empleando plantas procedentes de viveros adecuadamente certificados, que trabajen con material genético propio de la zona de intervención, y que tengan la edad apropiada para ser trasplantadas al monte. No será la primera vez, ni desgraciadamente la última, que se introducen especies inadecuadas en un terreno, sin tener en cuenta el origen de las plantas, el tipo de suelo, la climatología o la vegetación potencial de la zona, o bien que se utilizan plantas de varios años de edad, procedentes de viveros comerciales de jardinería, que no son aptas para el uso forestal.

Posiblemente para muchas empresas que solo buscan la foto, y no tienen mucha idea de ecología real (siempre ha habido, sigue habiendo y habrá ecologistas de salón, que desconocen cómo funciona realmente un ecosistema y los delicados equilibrios que coexisten en la naturaleza), puede ser una buena idea llenar cualquier terreno de árboles, olvidando que existen otros muchos tipos de unidades ecológicas que tienen una gran importancia para la biodiversidad y que pueden verse gravemente afectadas por la plantación indiscriminada de árboles: terrenos que nunca estuvieron arbolados, tierras de cultivo o zonas de humedales con una gran riqueza de avifauna, páramos con endemismos protegidos, dehesas, pastizales, etc. Hay que plantar donde sea necesario, no donde cada uno quiera hacerlo; en este sentido, es curioso que muchas empresas que dicen estar comprometidas con el medio ambiente únicamente quieran realizar las actuaciones de plantación cerca de sus centros de trabajo, aunque poner unas pocas decenas o unos centenares de árboles en las afueras de una ciudad en muchos casos pueda no tener ningún sentido práctico. También merecería la pena que, antes de realizar cualquier actividad de este tipo, las empresas considerasen el impacto que puede generar en el medio el desplazamiento al campo de un grupo de 50-100 o más personas, y si este impacto no será más negativo que el supuesto beneficio ambiental que buscan obtener con una plantación meramente simbólica.

Otro tema que es importante abordar, cuando se analizan este tipo de actividades, es el relativo al futuro de las plantaciones que se han realizado y su permanencia en el tiempo. No solo hay que plantar los árboles, también hay que asegurarse de que éstos van a sobrevivir, por lo que las empresas que realmente quieran poder comunicar que están haciendo una actividad que es beneficiosa para el medio ambiente, deberán tener en cuenta que va a ser necesario realizar algún tipo de gestión que garantice la supervivencia del bosque: reposición de marras en los primeros años, instalación de protectores para evitar la depredación por animales silvestres, acotación al pastoreo, etc. Nuevamente esto implica la necesidad de contar con asesoramiento profesional que ayude a las empresas a planificar sus actividades a largo plazo.

Si nos centramos en el caso concreto de España, lo primero que sería conveniente señalar es que aquí en realidad no tenemos un problema acuciante de deforestación; de hecho, España es un país con una larga tradición forestal, con sus luces y sus sombras, donde en general hay una planificación adecuada de los montes (otro tema es si se dispone de los recursos necesarios para su gestión, que en muchos casos es competencia de una Administración que carece de medios suficientes para llevarla a cabo), por lo que habría que cuestionarse si la proliferación de este tipo de actividades indiscriminadas de plantación por parte de empresas es útil o carece de lógica. En este sentido, hay que tener en cuenta que en realidad en España no es tan acuciante la necesidad de realizar actividades de reforestación, como sí lo es la necesidad de realizar una adecuada gestión de los montes ya existentes para evitar su degradación o que puedan ser destruidos por un incendio. Lamentablemente, las empresas prefieren hacer una jornada de voluntariado para plantar nuevos árboles en una fecha señalada (el día del árbol, el día del medio ambiente, el día del agua, el día de…..), y olvidarse del tema hasta que el próximo año consideren que hay que volver a hacer algo para seguir “ayudando” al medio ambiente, en vez de destinar esos fondos a la realización de otras actividades forestales más útiles, por ejemplo de gestión o conservación de bosques, que son mucho menos vistosas a corto plazo, y por tanto no son tan bonitas para la foto de rigor, pero que realmente tienen sentido desde un punto de vista técnico y persiguen una mejora sustancial en la calidad de las masas boscosas ya existentes, lo que a largo plazo sí se traducirá en múltiples beneficios para la sociedad en su conjunto: protección de suelos, recarga de acuíferos, control de plagas e incendios forestales, creación de empleo rural y fijación de la población en el territorio, aprovechamiento de recursos naturales, mejora del paisaje, protección de la biodiversidad, etc.

Evidentemente no todo es negativo, también hay muchas empresas y organizaciones que se molestan en planificar y desarrollar bien sus actividades de plantación de árboles, o incluso de llevar a cabo actuaciones de gestión forestal en masas ya existentes, y que tienen un interés real en que éstas sean exitosas y se mantengan en el tiempo para que puedan generar beneficios, no solo ambientales sino también económicos y sociales. En la actualidad ya existen varias iniciativas promovidas por empresas del sector ambiental que buscan desarrollar proyectos sostenibles en el tiempo, más allá de una mera actividad de marketing ligada a la plantación del “bosque corporativo” de rigor, por lo que hay que mostrarse optimista y esperar que en un futuro el treewashing pueda ser considerado como algo del pasado.

En resumen, las actividades de plantación de árboles realizadas por empresas en el marco de sus políticas de RSC deben ser bienvenidas siempre que tengan un aval técnico que justifique su idoneidad y su ejecución, en lugares seleccionados, utilizando especies de árboles y arbustos, densidades de plantación y métodos de preparación del terreno que sean los más adecuados en función de las características ambientales del medio. De otro modo este tipo de actuaciones están condenadas a ser catalogadas como una acción más de lavado de cara, poco creíbles y que pueden volverse en contra de sus promotores, solo útiles para que los entusiastas participantes se hagan la foto de rigor, es decir, una actividad pura de greenwashing o, en este caso concreto, de treewashing.

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