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Democracia, responsabilidad y felicidad

En este mundo de tecnología interesada, por casualidad, me encuentro a un humanoide robótico necesitado, al que intento ayudar, y me dice: “He estado y estoy muy interesado en conocer cuáles son las características más interesantes de este mundo terráqueo, pues me sorprende que, con tanto conocimiento y tanta acumulación de datos, no seáis capaces de conseguir lo que tantas veces manifestáis y anheláis, ser felices”.

Sorprendido por su pregunta y después de hacer una reflexión sobre la situación actual, no tengo más remedio que retroceder y recoger ideas ya conocidas de civilizaciones pasadas e intentar darle satisfacción con mi respuesta.

Las personas somos muy diferentes unas de otras, con capacidades distintas, criterios diversos y medios económicos dispares, aunque podemos atribuirnos actitudes y sentimientos similares para todos. La necesidad, la socialización, los medios de información, los intereses económicos y los sistemas de organización política nos dirigen. Esta vorágine de acontecimientos y manipulaciones que nos acosan nos impiden ser conscientes de la realidad y nos lleva a perdernos en las cosas que nos rodean, ya sea el trabajo, la comida, las fiestas, los viajes, los juegos, las drogas,etc., eludiendo la interioridad de nuestra existencia personal, básica para conseguir la felicidad soñada.

Muchas veces, la vida social nos obliga a sentirnos aceptados por la propia sociedad, y así sentirnos aceptados por nosotros mismos. El sofista griego Protágoras ya expresó que el hombre es la medida de todas las cosas, y podemos añadir que el ser de las personas no es otra cosa que su conciencia. Pero, además, si somos lo que es nuestra conciencia, estamos obligados a actuar siempre intencionalmente, subrayando que la fatiga, el hambre, la sed o la euforia no son actos intencionales, y que la causa de nuestros actos intencionales debe ser conocida siempre por la persona que lo realiza. Los actos intencionales se exhiben enteramente dentro del actuar consciente de cada persona. Sin embargo, es importantísimo conocer que la transcendencia es la verdadera esencia de la intencionalidad.

Siendo esto una realidad, es preciso asimilar que siempre tenemos que actuar con responsabilidad, y seamos conscientes también de que nuestros actos tienen efectos directos, no solo para nosotros, sino para la sociedad en su conjunto. Por lo tanto, todos deberíamos actuar creando valor (no solo económico) con nuestras acciones, porque solamente este valor creado, en beneficio de la sociedad, nos producirá satisfacción.

Es posible que muchos se hayan hecho preguntas como estas: ¿Qué es y qué significa este valor? ¿cómo puedo aportarlo? ¿qué características debo tener?, etc. Pues, sin alargarme demasiado, podemos afirmar que solo una persona abierta al mundo es capaz de percibir el valor y responder ante él, añadiendo que no podemos estar sujetos, como hacen muchas personas, a satisfacer el último deseo que nos surja, sea personal o motivado por la propaganda existente, si fuera así, perderíamos nuestra capacidad de decisión y nuestra interioridad personal.

 Para terminar con esta idea con claridad, “seamos buenas personas”, lo cual solo se consigue, como han sostenido muchos filósofos, teniendo valor moral. La condición elemental de la persona es vivir en libertad y no tener precio sino dignidad. Esta dignidad conseguida libremente es la que nos proporcionará la felicidad tantas veces añorada.

Este tema tratado, aun siendo elemental, daría para muchas más consideraciones, sobre todo, profundizando en las estructuras que tenemos y que nos han llevado a la situación actual. Este es un artículo que pretende hacer una valoración rápida de lo que es urgente ahora, en nuestro país, y en casi todos los países occidentales, obligándonos a pensar y reflexionar sobre la situación que vive nuestra democracia.

Hablar de democracia nos lleva a épocas muy lejanas, en el siglo IV a.C, Platón en sus diálogos “La República y la Leyes” nos invitaba a estudiar cómo debe ser un Estado ideal, y proponía que los que mandaran fueran filósofos. Según lo interpreto yo hoy, no es que deban ser licenciados en filosofía, sino amantes de la sabiduría y con capacidades para hacer el bien. Esto se aleja bastante de la situación que vivimos, pues parece que ahora todo es válido, donde la ignorancia, la mentira, la agresión, la manipulación de medios, el enriquecimiento familiar o personal y la arrogancia sin freno nos parece natural y cotidiano. Estas maldades, llamémoslo así, se pueden hacer extensivas, en mayor o menor medida, a todas las fuerzas sociales, sean económicas, educativas, judiciales, sanitarias, artísticas, deportivas o de cualquier otra consideración, con distinto significado según su grado de poder.

Todos los ciudadanos debemos entender, promover y exigir que la idea predominante de cualquier institución pública o privada siempre sea la idea del bien, y no el aprovechar la oportunidad que vive cada uno para conseguir su propio beneficio.

¿Cómo podemos conseguir esta democracia? Seguramente cada uno tendrá su idea, pero yo intentaré, de forma objetiva, hacer algunas consideraciones las cuales supongo no son fáciles cuando se tienen responsabilidades, pero sin duda, deberían ser tenidas en cuenta para que no nos convirtamos en depredadores de nuestra propia sociedad.

Ahora es común considerar que todas las cosas evolucionan con rapidez, y que todo es fácil y asumible. Sin embargo, nada es más incierto que esta idea, pues cualquier cosa que tiene valor es lenta y se consigue solamente realizando un gran esfuerzo. En el tema que nos ocupa, con los medios técnicos de digitalización y control de los que disponemos, debería existir la posibilidad de conocimiento de cualquier actividad que se realice con dinero del contribuyente, de tal manera que, si esto es imposible, y ahora lo es, los responsables sean cesados y así debe aparecer en la ley que lo regule.

Cada voto debe ser igual para todos, deberían ser los votantes los que elijan a sus representantes, no que los partidos políticos nos los impongan y, sobre todo que, el valor de ese voto sea igual en todos los territorios, así no se favorecería los independentismos retrógrados que padecemos.

El poder infinito que actualmente tiene el presidente del Gobierno puede llevarle, y así lo parece, a la máxima estupidez con sus acciones, sin tener ninguna responsabilidad por los actos realizados, perder el poder con el voto no debería ser suficiente.

No parece muy recomendable que tengamos tantas comunidades diferentes, con sistemas de gestión distintas y con medios mediocres, cuando una gestión igual para todos sería mucho más barata, justa y eficiente.

Tampoco parece muy aconsejable subvencionar cualquier actividad u organización con el dinero de los contribuyentes, si el fin de estas organizaciones es conseguir beneficios para el político que las aporta, ya sea en votos, puestos de trabajo para los amigos y familiares o de cualquier otro tipo.

Deberíamos ser conscientes de lo dicho anteriormente, y que los actos que realicemos, incluso el voto, sea intencional y no lo hagamos por manipulación, por estereotipos o engaños e intentemos ser algo más felices aportando valor.

Paul Hazard, hombre de reconocido prestigio, nacido en Francia en 1878, historiador, profesor universitario y gran ensayista, en su libro “La Crisis de la Conciencia Europea” manifestaba que para ser feliz se necesitaban varias cosas y que os transcribo de forma abreviada:

-Razonar con sangre fría.

- Ver la vida como es, no pidamos demasiado.

- Cuidemos de huir de las pasiones, busquemos la tranquilidad.

- Administremos bien nuestros bienes.

-Evitemos el esplendor, la ambición y otras situaciones preeminentes.

-Una conciencia segura es nuestro mejor abrigo.

- Gocemos de los bienes sencillos, evitemos el sentimiento trágico de la vida, y estimemos la virtud del humor.

Queridos lectores y amigos no se si el humanoide robótico habrá quedado satisfecho con esta respuesta, pero espero que pueda ayudaros a vosotros para conseguir la felicidad. Hasta pronto.

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