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Manifiesto de La Rábida: responsabilidad social y desarrollo sostenible

El presente Manifiesto, que tiene su origen en el III Encuentro de cátedras universitarias de RS, se hará llegar a los órganos de gobierno de las Universidades y a los medios de comunicación, y está abierto a recibir las adhesiones de cuantas cátedras, instituciones o personas suscriban su contenido.

En el umbral de la Conferencia Internacional “Estocolmo+50” (2022), cumplido el sexto aniversario del Acuerdo de París y de la aprobación por Naciones Unidas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en vigor el Pacto Verde Europeo desde 2019 y todavía reciente la publicación por el Gobierno de España de documentos que incluyen el “Informe de Progreso y la situación de la Agenda 2030”, la “Estrategia de Desarrollo Sostenible” y el “Informe de los ODS en los Presupuestos Generales del Estado”, parece aconsejable estudiar y, en su caso, profundizar -entre otros- en esos textos y proponer soluciones alternativas y complementarias que, desde la Universidad y en ámbitos especializados (cátedras y expertos en RS y Sostenibilidad), aporten el olvidado parecer de la Academia a un proceso que, por su naturaleza holística y la importancia de sus propuestas, no puede agotarse en 2030. El desafío es demasiado grande como para dejar sólo en manos de los políticos el cumplimiento de los compromisos que los gobiernos han adoptado. Hoy más que nunca se impone el diálogo, la negociación, el acuerdo, el consenso, el trabajo conjunto y, desde un creciente cosmopolitismo, la firme convicción de que todas las personas debemos ser protagonistas y partícipes de nuestro futuro porque, como Kant nos enseñara, hay que “pensarse a la vez como ciudadano de una nación y como miembro de la Sociedad de ciudadanos del mundo.”

Vivimos ya la nueva Era de la Responsabilidad Social y los ODS y la lucha contra el cambio climático son nuestro inexcusable horizonte común. Sabedores de que los Gobiernos solo impulsarán este proceso si no tienen otra opción, alzamos nuestra voz para reivindicar la necesidad de líderes que vayan más allá de las jerarquías: que estén comprometidos, que sean fiables, creíbles y motivadores, cómplices y orientados hacia los demás; que escuchen y dialoguen y no busquen siempre culpables, sino que en plena Era Digital sean capaces de armonizar talento y tecnología y gestionar equipos de personas de diferentes generaciones y con habilidades distintas. Que sepan garantizar la igualdad de oportunidades y la diversidad, que luchen contra la corrupción y la desigualdad. La excelencia empresarial será una quimera, un imposible, si no luchamos decididamente contra el subempleo y el trabajo indigno, porque la primera obligación del empresario, además de dar resultados, crear empleo, ser innovador y competitivo, es ser íntegro y decente, como deben serlo nuestros dirigentes.

Con honestidad intelectual, creemos en el poder transformador de la Educación desde el ámbito familiar, los colegios e institutos, los centros de FP y, especialmente, desde la Universidad. Estamos convencidos de que liderar es educar, pero la “Universidad tiene que echarse a la calle para compenetrarse con el pueblo y vivir con él”, como pedía -hace casi un siglo- Miguel de Unamuno, atisbando ese divorcio entre Universidad, Empresa y Sociedad del que cada día nos quejamos y nos arrepentimos con un engañoso e inoperante propósito de enmienda. La Educación -conocimiento mas reflexión- es el mejor bálsamo para casi todos los males y “acentuar las afinidades” -como pidiera Borges en “Los Conjurados”- aparece como el antídoto idóneo contra la creciente falta de diálogo. El dogmatismo siempre ha producido intolerancia en la vida diaria, en las relaciones humanas y en cualesquiera campos del saber: en la política, en la gobernanza de las empresas, en la religión y muchas veces en la Sociedad, y en pleno siglo XXI ya no sirve cruzarse de brazos. Ha llegado la hora del cambio: además de capacitar, de educar y de fomentar el estudio y la investigación (inexplicablemente, la gran asignatura pendiente que garantizaría el retorno), la Universidad -socialmente corresponsable- debe ser, tiene que ser, desde la independencia, la conciencia cívica, ética y social de los ciudadanos.

Por todo ello, los abajo firmantes, tras una sincera reflexión y lejos de cualquier interés,  unidos por nuestra común preocupación por estas cuestiones de tanta importancia para el futuro de nuestro país y para el mundo, nos comprometemos a trabajar desde nuestros ámbitos universitarios para contribuir al progreso, velar por el Desarrollo Sostenible y ayudar a los seres humanos a reforzar los fundamentos morales y éticos de una Sociedad que en estos tiempos se ha hecho frágil y temerosa,  impulsando y apoyando sin excusas cuantas acciones persigan el bien común, es decir, la satisfacción de las necesidades humanas. Y, en consecuencia, proclamamos:

Primero.- Somos conscientes de que la solución a muchos de los males que nos aquejan está en el saber y el conocimiento. Y ese bien común llamado Educación debería convertirse en un objetivo estratégico en el mundo digital que estamos viviendo. Lo sabemos: solo desde la cultura y el conocimiento, además de formarnos como profesionales, seremos más sabios, más libres, más justos, más humanos y mejores ciudadanos. Invertir en Educación es construir el futuro y la Universidad debe liderar esa ingente tarea y comprometerse en su consecución.

Segundo.- En este mundo postpandémico y en permanente crisis, desde las universidades debería trabajarse para encontrar “nuevas fórmulas de consenso social”, en palabras del Papa Francisco. Necesitamos recuperar/ensayar/enseñar modelos de alianzas público-privadas que, desde la cooperación, contribuyan al desarrollo y sirvan para acabar con la corrupción y paliar la pobreza y la desigualdad que se han instalado entre nosotros. Y los poderosos (y también los que no lo son), además de practicar la solidaridad, deberían ejercitarse para aceptar una exigencia universal que a todos nos compromete: la subsidiaridad, dar sin perder y recibir sin quitar.

Tercero.- Nadie duda de que hay una profunda crisis del sistema capitalista. Pero hay también -como nos enseñó Sábato- una crisis de concepción del mundo y de la vida basada en la deificación o idolatrización de la técnica y de ciertas explotaciones inhumanas. En el tiempo de lo que se ha llamado “capitalismo de la vigilancia”, que protagonizan las grandes multinacionales del mundo digital, hay que volver a la recuperación de los valores, de la ética limitadora de los descontroles, a la mejor Educación -la fuerza espiritual que hace grande a personas y pueblos-  que debe liderar el cambio huyendo de privilegios y ofreciendo verdadera igualdad de oportunidades, y la Universidad debe descubrir ese camino e instar a los poderes públicos a conseguirlo.

Cuarto.- Somos conscientes de que las leyes no bastan para encauzar todo este proceso porque, en definitiva, las normas (sean las que fueren) nunca resuelven por si mismas los problemas y tan solo apuntan la solución/regulación para los conflictos en los que puedan aplicarse. Hay que aprender a gestionar, de nuevo, empresas, instituciones y organizaciones; y hacerlo en base a valores, no a títulos-valores. Las leyes, para cumplir sus fines necesitarán mucha ayuda educativa y no pocas inyecciones de virtudes cívicas, y la Academia puede ayudar durante todo ese proceso, apoyando el recorrido legislativo desde la consulta pública, las evaluaciones de impacto, las exposiciones de motivos y el permanente análisis de las normas.

Quinto.- Estamos convencidos de que las empresas o las instituciones no son malas en sí mismas. Son malas cuando transubstancian mal; las buenas empresas transubstancian bien, antes, durante y después de las perennes crisis: crean buena cultura, los vicios individuales se convierten en bienes colectivos, el propósito en acción y compromiso, la debilidad en fuerza, las palabras en hechos y el ejemplo en santo y seña. La nueva ética de los negocios demanda que las palabras no se conviertan en retórica, ni el bien común en ambiciones personales y exige el buen ejemplo de los dirigentes. Hoy, para ser creíbles, las empresas y las instituciones deben incorporar factores ESG a la gestión y no olvidar su función social y a sus propios grupos de interés. El ejemplo fortalece la respetabilidad, multiplica la buena reputación y predica la coherencia: “di lo que debes y haz siempre lo que dices”, nos enseñó Séneca.

Sexto.- La Universidad debería promover transversal y curricularmente el estudio y la enseñanza del comportamiento ético y ciudadano (aprender y compartir valores) y su aplicación  en el diario quehacer y en el porvenir de las organizaciones; es decir, la búsqueda permanente de normas aplicables al vivir de cada época y de cada instante, aplicando metodologías que refuercen el espíritu crítico. La ciudadanía exige hoy a las empresas e instituciones, y a sus dirigentes, que trabajen para conseguir resultados y que, además de practicar la transparencia (un imperativo social) y el compromiso solidario, se rijan por criterios de utilidad social y de servicio público.

Séptimo.- En el ámbito universitario, obligados a buscar la Verdad, no podemos olvidar que la palabra es el mayor bien que posee el hombre. La palabra, el concepto, es todo. La palabra -sólida, veraz, reflexiva y profunda- es el pilar que sostiene el mundo y hace posible todo lo que elaboramos. Todo. Quien daña la palabra, destruye el mundo. Heidegger nos enseñó que el lenguaje tiene dos funciones muy distintas: una función o valor instrumental -como medio para comunicarnos- y otra función o valor ontológico mucho más radical: expresar nuestro ser más profundo y nuestro estar en el mundo con todas sus dudas, inquietudes y oscuridades. Esta última y profunda función está siendo arrinconada, olvidada y también dañada por los mercenarios y los “influencers” de los intangibles, protagonistas y autores de la avalancha de falsas comunicaciones instrumentales (incluidos símbolos y trampantojos) que -cuando hablamos de Sostenibilidad o RS- actualmente padecemos y a la que la Universidad debe poner remedio con rigor (taxonomía) y criterio.

Octavo.- Hemos observado que, cuando hablamos de RS, Sostenibilidad o cambio climático, de nuevo importan más las apariencias que los contenidos y que, salvo muy honrosas excepciones, se ha hecho demasiado poco, aunque en España se hayan creado inoperantes Consejos de RS o Sostenibilidad que duplican funciones y competencias y no tienen crédito alguno. Muchos creemos que los ODS se han convertido en “commodities”, en productos que se comercializan en función de las apetencias de los mercados, de las “ocurrencias” de consultores y de las necesidades políticas o empresariales de cada día. La Universidad debe alzar su voz, denunciar las falacias, impulsar un uso riguroso del lenguaje que facilite el dialogo y promover alianzas con otros actores para diseñar las líneas de trabajo que nos permitan alcanzar de consuno las metas propuestas por los ODS.

Noveno.- Hay que trabajar “estilo olivar” (dando frutos sin hacer ostentación de flores) y  a largo plazo, y los políticos deberían olvidar que las elecciones son cada cuatro años. Pensemos todos en las próximas generaciones y actuemos en consecuencia sobre aquello que hoy importa: terminar con la pobreza extrema, luchar contra la desigualdad y la injusticia, poner soluciones al cambio climático, profundizar en la democracia, organizar la gobernanza global y sus instituciones, reconstruir un modelo de desarrollo (verde/circular) desde la resiliencia transformativa y prescindiendo de los paraísos fiscales; buscar fórmulas que nos ayuden a organizar el disfrute de los bienes comunes, como Salud y Educación; tejer alianzas que permitan “ponernos de acuerdo en ponernos de acuerdo” y, como nos enseñó Sábato, no resignarnos si queremos contribuir al necesario cambio. La Universidad puede y debe hacerlo.

Décimo.- De la actitud al comportamiento. “Se miente más de la cuenta”, decía Machado, y la Universidad debe hacer autocrítica profunda, como deben hacerla las empresas y los gobiernos. Y, trazada la nueva ruta, ponerse a la tarea de la reconstrucción. Herodoto escribió que los sufrimientos enseñan y muchos dudamos -tras la pandemia y las crisis- que hayamos aprendido algo. No estamos construyendo un mundo mejor, pero podríamos hacerlo si somos capaces de trabajar para conseguirlo sin escudarnos en que la solución depende de otros, sean gobernantes o no. Afirma Javier Gomá que la ejemplaridad debe ser un ideal de dignidad, no un aparato de linchamiento. Las universidades, siempre en colaboración con otros agentes, pueden y deben ser referentes y líderes en acción, prácticas y modelos. Presentemos planes de actuación, demos ejemplo a las empresas, a los gobiernos y a los ciudadanos. Recuperemos la confianza de los jóvenes porque el futuro les pertenece y tenemos la obligación de hacerlo posible. Ese es nuestro obligado compromiso.

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OpiniónODSdesarrollo sostenible

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