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Hoy es el día internacional por la eliminación de la violencia contra la mujer. Mientras escribo estas líneas me pregunto si algún 25 de noviembre podremos no seguir reclamando lo mismo. Me pregunto si podremos dejar de pedir que este mundo sea menos hostil para el 50% de la población, para nosotras, las mujeres. Elijo creer que sí, que otro mundo es posible y aunque a un ritmo –excesivamente- lento vamos caminando hacia la construcción de otros horizontes. Unos más justos e igualitarios a dónde nacer mujer no sea un factor riesgo. Esta fecha nos invita a reflexionar sobre los distintos tipos y modalidades de violencia que atraviesan las mujeres a lo largo de sus vidas, y pensar conjuntamente estrategias que contribuyan a ponerle fin a estas situaciones.
¿Hasta cuándo seguiremos conmemorando el 25N?

Un 25 de noviembre más que nos encuentra en la misma lucha a las mujeres del mundo entero. Hermanadas en un grito común: paren de maternos. Si bien las cifras de las mujeres que sufren violencias de diversos tipos no son iguales en todas las latitudes, lo cierto es que el denominador común es la violencia. El patriarcado no entiende de fronteras. Pero la organización feminista tampoco y los avances que se han logrado hasta la fecha han sido fruto de la potencia imparable de las redes de mujeres que tejen comunidad. Un nuevo informe publicado por ONU Mujeres titulado: “Measuring the shadow pandemic: Violence against women during COVID-19” (Midiendo la pandemia en la sombra: La violencia contra las mujeres durante COVID-19,) destaca el impacto de la pandemia de COVID-19 en la seguridad de las mujeres, tanto en el hogar como en los espacios públicos. El informe muestra que la sensación de seguridad de las mujeres se ha visto mermada, lo que ha dado lugar a importantes repercusiones negativas en su bienestar mental y emocional.

Sima Bahous, Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, afirmó que “La violencia contra las mujeres es una crisis mundial existente que crece conjuntamente con otras crisis. Los conflictos, los desastres naturales relacionados con el clima, la inseguridad alimentaria y las violaciones de los derechos humanos contribuyen a que las mujeres y las niñas vivan con sensación de peligro, incluso en sus propios hogares, vecindarios o comunidades. La pandemia de COVID-19, que exigió medidas de aislamiento y distanciamiento social, dio paso a una segunda pandemia de violencia en la sombra contra mujeres y niñas, ya que a menudo se encontraban confinadas junto con sus maltratadores. Estos nuevos datos subrayan la urgencia de llevar a cabo esfuerzos concertados para poner fin a esta situación”.

Como sostiene Bahous, la violencia contra las mujeres va de la mano de otras múltiples crisis que, en los últimos años, no han hecho más que aumentar.  El nuevo informe de ONU Mujeres basado en infomración de encuestas realizadas en 13 países, muestra que casi una de cada dos mujeres informó que ella o una mujer que conoce habían experimentado alguna forma de violencia desde el inicio de la pandemia de COVID-19. Las mujeres que denunciaron estos datos tenían 1,3 veces más probabilidades de presentar un aumento del estrés mental y emocional que las mujeres que no lo hicieron.

Los datos que se desprenden del estudio también muestran que alrededor de una de cada cuatro mujeres se siente menos segura en el hogar. Cuando se les preguntó a las mujeres por qué se sentían inseguras en casa, citaron el maltrato físico como una de las razones principales (21 %). Además, algunas mujeres comunicaron específicamente que habían sufrido daños por parte de otros miembros de la familia (21 %) o que otras mujeres del hogar estaban sufriendo daños (19 %). Pero el problema no se acaba puertas adentro. Fuera de sus hogares, las mujeres también se sienten más expuestas a la violencia según advierte el documento: el 40 % de las encuestadas afirma que, desde el inicio de la COVID-19, se sienten menos seguras caminando solas por la noche. Cerca de tres de cada cinco mujeres también piensan que el acoso sexual en espacios públicos ha empeorado a raíz de la pandemia.

La violencia se manifiesta de diversos modos y tiene características diferentes también. La presión financiera, el empleo, la inseguridad alimentaria y las relaciones familiares se destacaban como los principales factores de perturbación socioeconómica con un impacto significativo no sólo en las experiencias relativas a la seguridad (o violencia), sino también en el bienestar general de la mujer.

 Desde 1999 y según una disposición de la ONU, cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra las Mujeres en memoria del asesinato de las hermanas activistas domincanas Mirabal, que fueron desaparecidas, torturadas y asesinadas por orden del dictador Trujillo. Además, la fecha da comienzo a los 16 días de activismo contra la violencia de género, una campaña a nivel mundial que tiene el objetivo de visibilizar los distintos tipos de violencias que tienen origen en el género, para así lograr erradicarlos.

Las hermanas Mirabal eran conocidas como “las mariposas” y su asesinato no solo fue uno de los detonantes de la caída de la dictadura, sino que además las convirtió en un símbolo de la lucha contra la violencia de género en todo el mundo. Pienso hoy cuantas hermanas Mirabal tenemos, cuántas mujeres que, desde aquel momento, han muerto por luchar por sus derechos y vuelvo a pensar sobre mi pregunta inicial ¿Hasta cuándo seguiremos conmemorando el 25N?

Si bien es evidente que la violencia de género se ha generalizado y expandido, no es un destino inevitable. Más bien todo lo contrario podemos y debemos evitarla. El movimiento feminista organizado en el mundo entero viene levantando las banderas de la igualdad desde hace años y ha logrado avances innegables, pero aún queda mucho por hacer. Para poner fin a esta violencia, hay que empezar por creerles a las víctimas, adoptar enfoques integrales e inclusivos que aborden las causas profundas, transformen las normas sociales nocivas, lo estereotipos de género y empoderen a las mujeres y las niñas. Necesitamos políticas públicas que incorporen la perspectiva de género de manera transversal desde los presupuestos, hasta cada una de las leyes. Podemos eliminar la violencia de género mediante educación y formación. El sector público y el sector privado deben trabajar de manera conjunta en programas que garanticen la igualdad de oportunidades de derechos.

Este 25 de noviembre no solo será importante reflexionar acerca de la desigualdad, la discriminación, los femicidios y las distintas formas de violencia machista, sino también reclamar la implementación de las políticas públicas que aún faltan para prevenirla y erradicarla. Podemos y debemos hacerlo.

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Opiniónviolencia de géneroPandemia

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