En estos momentos que nos está tocando vivir de inmediatez, de falta de criterio y, sobre todo, dominado por intereses económicos personales e ideologías interesadas, es fácil escuchar en los medios de comunicación, en conversaciones privadas, incluso en reuniones familiares, que la verdad no existe. Nada más lejos de la realidad. Con estas líneas intentaré aportar algunas ideas que corroboren la versión contraria: la verdad siempre existe, aunque tengamos lagunas de conocimiento para acreditar ciertos hechos o sucesos.
Acreditar algunos hechos o sucesos a la sociedad no resulta fácil, lleva implícito reconocer que muchas veces existen poderosos intereses para distorsionar la realidad, y con ello conseguir su propio beneficio. Sabiendo, como sabemos todos, que esta es una práctica de uso cotidiano y constante, deberíamos hacer el esfuerzo necesario para que la verdad sea la única referencia válida en nuestra vida. Esta referencia constante a la verdad nos ayuda a mantener el alma abierta. Solamente así, los que creemos o deseamos creer en la verdad, iremos haciendo nuestro camino, distinto al de las ideologías, algunas veces enfermizas, que nos acosan en cada momento.
Martin Heidegger manifestaba: “El hombre es el guarda fundante de la verdad de la diferencia del ser” y Max Scheler expresaba lo siguiente: “Las cosas son percibidas, los conceptos son pensados, los valores son sentidos”. Estas dos citas que he tomado intencionadamente deberían ser suficiente para poder desarrollar esta reflexión. Sin embargo, puede ser ilustrativo hacer un recorrido histórico partiendo de pensadores y filósofos anteriores a los citados, y tomar como base el concepto de persona, sin el cual, eludiríamos lo importante, lo que nos une y lo que debería ser nuestro primer objetivo. El concepto de persona tiene un origen muy antiguo y está asociada a la idea de una máscara. Al parecer, tiene su origen en las comunidades etruscas, aunque a partir del siglo IV fue adquiriendo un significado más profundo con autores como Santo Tomás de Aquino, John Locke, Kant y otros.
Sin entrar a desarrollar la aportación de los filósofos citados, recordaré que Aristóteles ya dijo que la racionalidad es una de las características principales de la noción de persona. Pero nunca daríamos con el punto determinante de persona si no tomamos esta palabra como algo completo. Tanto es así que cuando nos referimos a alguien, nunca es un hecho arbitrario o aleatorio, sino que nos referimos solo a un individuo, a un ser singular, independiente, autónomo e intransferible, con su propia dignidad. Nicolai Hartmann, siguiendo con este mismo planteamiento afirmó que el hombre como persona es el objeto de la ética.
No parece habitual en la actualidad hablar de metafísica y verdad absoluta como divinidad, aunque sea la única. En contraposición a la metafísica si hay una corriente, cada vez más extendida, la cual partiendo de la Ilustración como un movimiento de elites intelectuales culturales, científicas y morales, ha ido evolucionando hacia la idea, poco realista, de conseguir que los hombres se vuelvan justos y buenos.
Fue Jeremy Bentham, padre del utilitarismo, el que, retomando las ideas ya citadas de la Ilustración, manifestaba que liberándonos de las angustias y horrores del pasado y, sobre todo, desarrollando una filosofía moral que nos proporcione la verdadera justicia y la verdadera fraternidad, donde la felicidad debía ser el centro de la moral y de la política, dio lugar a otra ética basada en el goce y no en el sacrificio o el sufrimiento. Esta corriente que se extendió con rapidez en aquella época por Inglaterra y el resto de Europa, parece que aún sigue vigente sin darnos cuenta de las consecuencias que conlleva.
Para poder aportar claridad a esta situación es necesario tomar conceptos que nos permitan teorizar correctamente. En este sentido, sería apropiado considerar al gran filósofo alemán Gerhart Niemeyer, y tomar sus palabras como referencia. Al hablar del siglo pasado este filosofo manifestó: “El mayor legado fue hartarnos del sinsentido y de nuestra complicidad”. Esta expresión tan acertada no ha hecho más que crecer en este siglo que vivimos, las ideologías se han impuesto en nuestras vidas sin percibir como nos afectan. Tomemos conciencia de esta realidad y construyamos el camino adecuado para encontrar la verdad. La verdad y el bien, pueden proporcionarnos grandes ventajas, pero solo lo conseguiremos si nos sentimos atraídos con fuerza a estos conceptos de bien y verdad, aunque tengamos que pagar un alto precio por ello. Ejemplos podemos tomar muchos, pero voy a elegir dos referencias históricas por todo lo que significaron en su momento y porque siguen teniendo la misma validez en el día de hoy. El primero de esos ejemplos es la muerte de Sócrates en el año 399 a.C en la antigua Atenas por defender la verdad, y el segundo, no menos trascendente, es el enfrentamiento que mantuvo Platón con los sofistas como representantes de la falsedad y de la mentira.
Ahora, más que nunca, necesitamos personas muy preparadas, que hayan experimentado múltiples situaciones diferentes para conseguir luminosidad o conciencia de la rectitud y accedan, por su sabiduría, a dominar los aspectos sociales, económicos y, sobre todo, políticos. Actualmente, los dirigentes que están en la elite económica, social o política consideran especulativo todo lo trascendente por no ser empírico, o al menos eso es lo que deben decirles sus asesores. Se olvidan, o no conocen, todo lo que ha sucedido en épocas pasadas renunciando a la tradición y, sobre todo, renunciando a todo ejercicio elemental de humildad. De esta manera se cumple también otra frase, muy significativa, del citado Niemeyer: “El alma que se encuentra privada de los más importantes medios de orientación es un alma sujeta a la incapacidad de un juicio moral, que fácilmente cae presa de la arrogancia. Un alma así se priva de ir camino de la verdad y de una vida buena”.
En el transcurso de los años hemos ido creando lo que se conoce como hombre autónomo, centrado en la voluntad, la imaginación, el sentimiento y lo subjetivo. De esta manera en su nombre se niegan las normas, jerarquías y estructuras de la realidad. Verdad o realidad no importa cuando buscamos los vagos impulsos emocionales por encima de todo. A partir de este momento, cuando la especulación de la mente empieza a criticar al ser como tal, cuando no se dirige a conocer la constitución del ser, sino a controlarlo por medio de la voluntad humana, el resultado es pura ideología.
Nos resulta cada día más normal en las democracias occidentales, sobre todo en España, terminar una conversación o dialogo sin acuerdos, con un signo despectivo de fascista o comunista, cuando estos términos junto con el de nacionalsocialismo, bien podríamos considerarlos como hijos bastardos de la mente humana. Concluir que ha sido la mejor manera de acabar la conversación, al considerar que así han conseguido una victoria sobre el rival. No se dan cuenta de que no han aportado nada al tema tratado y, menos aún, que tampoco han dado ninguna solución al mismo.
La verdad experimentada, por lo dicho anteriormente, se puede excluir del horizonte de la realidad, pero no de la realidad misma. A este respecto, podríamos aceptar como valiosa la siguiente expresión de Eric Voegelin, politólogo de origen alemán y refugiado en Estados Unidos:” Nadie está obligado a tomar parte de la crisis espiritual de la sociedad; por el contrario, cada uno está obligado a evitar esta locura y a vivir su vida en orden”.
La inspiración, aunque muchas personas no lo conozcan o incluso lo nieguen, de casi todas las corrientes que partieron de la Ilustración, como fue la transfiguración especulativa de Hegel, el activismo radical de Bakunin, el mesianismo revolucionario de Marx, el positivismo religioso de Comte, o el reduccionismo psicoanalítico de Freud, encuentran su origen dentro del gnosticismo y brotan de un sentido de alienación y revuelta de la condición humana. Tratan de abolir la constitución del ser, reemplazando su origen de ser transcendente divino, por un ser inmanente al mundo, cuya perfección está en la acción humana.
Como decía previamente, necesitamos personas con el alma abierta, amantes de la sabiduría, con unos caracteres que se integren entre sí: la subsistencia (referencia al ser), la racionalidad (naturaleza racional) y la incomunicabilidad (clausula ontológica del individuo con los demás). Siendo conscientes de que nuestra civilización no está en buena forma y que va por caminos poco acertados, debemos de ser capaces de transmitirlo y, de esta forma, concienciar a la sociedad. Este hecho relevante de la sociedad actual y el análisis del desorden establecido han de ser las principales obligaciones del liderazgo intelectual. Actualmente vemos que esto no ocurre porque las personas capaces eluden esta responsabilidad y los que acceden a los puestos económicos y políticos, sobre todo de primer nivel, les interesa su beneficio particular, ya sea económico o social.
Amigos lectores, solo siguiendo el camino de la verdad podremos progresar, conseguiremos más igualdad, más respeto y, sobre todo, más oportunidades. Debemos ser conscientes de que esta gran tarea nunca se podrá conseguir sin una educación y formación adecuadas. Es imprescindible formar a las personas en lo que Tomás de Aquino llamó sindéresis, tener la facultad de pensar y juzgar con rectitud y lucidez. Esto lleva implícito la renuncia a todas las ideologías rampantes que nos invaden.