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Desde que Naciones Unidas instauró el 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente allá por 1997, se han multiplicado los esfuerzos desde las instituciones para visibilizar la necesaria contribución de todos y cada uno de nosotros a la preservación del planeta.  En la celebración de este año, se ha querido dar inicio también al Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de Ecosistemas (2021-2030), un objetivo de todos que pretende revivir millones de hectáreas de bosques, cultivos, montañas… Y también en las profundidades del mar, en un esfuerzo por contrarrestar los efectos del cambio climático y proteger además la biodiversidad. 

Por eso, es importante reflexionar sobre el papel que cada uno de nosotros jugamos en esta misión global. A nuestras acciones individuales dirigidas a colaborar directamente en esta restauración del ecosistema (plantar árboles, limpiar basura de mares y aguas o de bosques y tierras, promover cultivos ecológicos…), podemos añadir también una acción indirecta pero esencial: invertir parte de nuestros ahorros en vehículos de inversión colectiva que, juntando muchas pequeñas aportaciones, promueven de forma eficiente la transición sostenible de nuestras economías y el impulso hacia una sociedad más concienciada con sus recursos naturales.

De hecho, como explica la propia ONU, la necesidad de ‘restaurar, recrear y reimaginar’ nuestros ecosistemas es una tarea gigantesca, que requiere de ingentes cantidades de inversión. No podemos confiarlo todo únicamente a la importantísima aportación de los fondos públicos, que especialmente tras la pandemia de COVID, se ha reorientado de forma clara hacia una reconstrucción económica más sostenible y digital. El planeta necesita de la colaboración y aportación también de la iniciativa privada, de nuestras decisiones de inversión, y de nuestra exigencia creciente con el destino de nuestros ahorros.

Según datos de Morningstar, los activos bajos gestión en fondos de inversión que utilizan criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG) en sus decisiones de inversión alcanzaron los 2.000 billones de dólares en marzo de este año, habiendo registrado fuertes crecimientos en los últimos cuatro trimestres, marcando máximos en cada uno de ellos. El interés de los inversores hacia este tipo de activos sostenibles es cada vez mayor, y la mayoría de los fondos existentes o que se registran nuevos están enfocados en clima y acciones derivadas del clima. Así, solo en Europa, líder indiscutible de la inversión ASG, se están comercializando (a cierre de marzo de este año, fuente Morningstar) 26 estrategias de inversión específicas en ‘low carbon’, es decir, que buscan invertir en activos que tienen como objetivo principal la descabornización de la economía, y que suman a la fecha un total de 4.365 millones de euros que provienen del ahorro privado. La revolución de la inversión sostenible no ha hecho sino empezar.

Es de esperar que en los próximos años, y en especial en la próxima década, los fondos de inversión que promueven la lucha contra el cambio climático sigan ganando terreno. Cuando pensamos en ecosistemas, no pensamos solo en naturaleza sino en sistema creados por el hombre como las ciudades, otro punto de actuación vital para el medio ambiente. La economía verde, la economía azul, y la dimensión social de ambas, será cada vez más crucial en nuestra toma de decisiones como ciudadanos, pero también como inversores. Entre todos,  sumamos esfuerzos y podemos contribuir a cambiar el mundo.

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Opinión#EspecialMedioAmbiente2021

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