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Nuestro nivel de comprensión necesita un reajuste cotidiano. Muchas tradiciones de todos los tiempos, de Oriente y de Occidente, insisten en este punto. Revisar cómo estamos actuando y cuál es nuestra escala de valores. Ver más allá.  Discernir y activar la voluntad.

Los seres humanos precisamos hacer ese ejercicio para convivir y cultivar las virtudes que necesitamos como ciudadanos del mundo. Porque, como dice Adela Cortina, las personas no nacen ciudadanas, sino que se hacen.

Estamos unidos e interconectados, nos guste o no, lo aceptemos o no. Bienestar personal y bienestar colectivo entrelazados. Esta crisis con la llegada de un virus desconocido nos lo hizo sentir de forma muy tangible. Nos ha hecho salir de un modelo auto centrado. Nos ha alertado sobre nuestros hábitos de salud, de alimentación, de ocio… y el impacto mutuo que tenemos.

Se ha hecho más palpable, por ejemplo, que la alimentación no es un hecho individual, sino colectivo. Dependemos de la acción de muchas personas y procesos para alimentarnos, al menos en las ciudades. También se ha evidenciado que si consumimos lo básico la economía se cae, la estructura no se sostiene si paramos y nos centramos en lo esencial. Signo y símbolo de que necesitamos otro modelo. ¡Más evidente imposible!

¿Nos sirve la ética para encontrar un equilibrio?

Ética para las metas globales de sostenibilidad, para pensar en el largo plazo porque hemos comprendido que impactamos en otros con nuestras decisiones, con el trato hacia el planeta y todos los seres vivos, y que otros tantos impactan en nosotros.

Si esto lo trasladamos del nivel personal al nivel de las organizaciones ese impacto se incrementa. Por eso la ética empresarial es hoy más importante que nunca. Porque muchos valores de cooperación, bienestar compartido y visión de conjunto se han despertado con la crisis provocada por la pandemia. Y es el momento de cohesionar esos comportamientos para el bien común.

Si tomamos la foto del comportamiento del sector privado en España desde que se desató la crisis, vemos que la implicación ha sido significativa. Una parte relevante de las empresas han percibido la urgencia de responder a los problemas sociales por encima del impacto inmediato en su cuenta de resultados, generando soluciones solidarias y colaborativas para paliar los efectos negativos del coronavirus. Así lo comprobamos en el estudio sobre “Ética empresarial y Agenda 2030 en tiempos de COVID-19”, elaborado por CANVAS Estrategias Sostenibles en colaboración con la socióloga y politóloga Cristina Monge.

Esa capacidad de respuesta empresarial ante la crisis demuestra que han entendido su interdependencia con la sociedad. El gran reto vendrá después del coronavirus, cuando se ponga a prueba el compromiso mostrado por el ecosistema empresarial durante la pandemia. Demostrar que la respuesta ética y solidaria no ha sido puntual, sino que forma parte de un nuevo compromiso con la sociedad. Para ello, las empresas tendrán que desplegar valores, actitudes, acciones y políticas que les permitan volver a conciliar el progreso con la seguridad, es decir, con la sostenibilidad de su actividad. Dialogar y diseñar un todo coherente que demuestre que tienen un propósito de impacto positivo.

Este virus nos llama a reducir la intensidad, a la atención, el cuidado. Nuevos modelos que las empresas y las personas necesitamos, con el respeto por la VIDA sobre todas las cosas. Asumir la propia responsabilidad y escalarlo a nuestro entorno. Generar esa conversación necesaria y hacer que las cosas pasen. Los que tenemos un proyecto, un emprendimiento, una empresa, hagamos que esto suceda. No para regresar a una “nueva normalidad” sino para construir una sociedad mejor, más sostenible, más resiliente y más justa a partir de la recuperación de esta crisis.

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