Me quejaba un día a un amigo del ambiente en mi trabajo, le comentaba algo que me había hecho un compañero y que no me había sentado muy bien. Le decía que cómo era capaz con las cosas que yo había hecho por él, con la de veces que le había cubierto delante de la jefa, me debía cierta gratitud, concluí. Mi amigo me miró como si no me conociera, y en efecto me dijo, “no te conozco”, “nunca te he oído hablar así de un amigo, nunca has ayudado a las personas esperando recompensa, nunca has llevado la cuenta de los favores que les haces a los amigos” y soltó la pregunta del millón: “entonces, ¿por qué lo haces en el trabajo?”.
Llevaba años leyendo sobre la gestión responsable y cómo un cambio cultural en la empresa te podía llevar a un cambio personal. Con esa pregunta me di cuenta de que es mucho más sencillo aplicarlo al contrario. Tras jurarle amor eterno a mi amigo por la epifanía, reflexioné y lo puse en práctica. En nuestra vida nos regimos por unos valores y unos principios que son los que nos definen. Cada día, inconscientemente, realizamos todas nuestras tareas e interacciones sin salirnos de ellos. Sin embargo, en la empresa, las mismas personas se rigen por valores distintos. No tiene sentido, lo se ahora. Para conseguir ese cambio cultural, ese propósito de ser una empresa responsable, para llegar a ser la empresa que queremos sólo debemos comportarnos como lo hacemos al salir de las instalaciones.
Muchas personas en cargos directivos se preguntan por dónde empezar, cómo no equivocarse en las decisiones, de dónde sacar la guía para interiorizar la responsabilidad en la empresa. En realidad la llevan consigo, siempre. En la vida, además, nos proponemos mejorar cada día, eliminar los comportamientos que consideramos negativos, tratar de ser “mejores personas”. El mismo ciclo de la mejora continua, el de Deming, lo aplicamos constantemente, miramos qué ingredientes tenemos, pensamos la receta, la hacemos y valoramos si nos ha salido bien o mal y qué ingrediente habrá que cambiar. Calculamos el dinero que tenemos, buscamos destino, nos vamos de vacaciones y a la vuelta calificamos el viaje. Nunca se nos ocurre saltarnos un paso. No contratamos un viaje sin saber si lo podemos pagar. No volvemos a hacer la misma receta igual, con los mismos ingredientes y medidas, si nos salió mal.
En nuestra vida tenemos controlados todos los procesos, sabemos de dónde vienen y a dónde van. A la hora de organizar algo en nuestro tiempo libre con amistades valoramos qué puede hacer cada persona porque las conocemos. Tu irás a por el hielo que llevas coche y vives más cerca del establecimiento, tu cocinarás que tus paellas son famosas en la zona, tu trae la carne de la granja esa que hay en tu pueblo, yo cargaré las sillas que si me acerco a la cocina no comemos. ¿Por qué no trabajamos en equipo igual en la empresa? Porque utilizamos otros valores. En nuestro ejemplo de la comida compartida nos basamos en la confianza mutua, sabemos que todo el mundo va a disfrutar del trabajo de todo el mundo, conocemos las capacidades de cada persona, somos conscientes de que tenemos que ser justos en la asignación de tareas. Sabemos de quién viene nuestra parte del trabajo y a quién va. Si fallamos o no podemos cumplir nuestro cometido tal como estaba planificado buscaremos alternativas para que podamos juntarnos y comer. Si no me caben todas las sillas en el coche seguramente le pediré a alguien que lleve unas cuantas o haré dos viajes, pero no se me ocurrirá llegar con tres sillas para siete personas y decir que he cumplido mi cometido. Nadie intentará que su trabajo quede por encima del de los demás y si lo hace probablemente nos reiremos a su costa.
Tenemos que ser capaces de aplicar esto en la empresa, en los cargos directivos y en todos y cada uno de los puestos de trabajo. En casa procuramos que esté limpia, tenemos un plan de ahorro, separamos la basura, intentamos tener buena relación con los vecinos, prestamos ayuda, tratamos con respeto a los comerciantes, introducimos mejoras para nuestra calidad de vida, nos las ingeniamos muchas veces para no perderla, le sacamos el máximo provecho a lo que tenemos y sacamos adelante la “empresa” que supone tener un hogar.
Cuando nos referimos a hogar es más en el sentido de envoltorio de la persona, es nuestra vida y lo que tenemos alrededor fuera de la empresa. Se le atribuye a Plinio el Viejo la famosa frase “tu hogar está donde está el corazón” (también dijo lo de In vino veritas, algo de credibilidad debemos otorgarle por tanto), es eso, nuestro hogar referido a nuestra vida, no como sinónimo de familia o de vivienda. En nuestro hogar, evitamos tomar decisiones a corto plazo porque sabemos que esta empresa tiene que durar, tratamos bien a las personas que forman parte de ella para que deseen quedarse y no nos abandonen. Pero además sabemos que todas estas acciones configuran la empresa, son la empresa en si, son parte de los beneficios, no son gastos ni inversiones. En nuestro hogar, independientemente del número de personas que nos rodeen, usamos herramientas de empresa. Por ejemplo el benchmarking, nos fijamos en otros hogares, valoramos e intentamos aplicarlo pero acomodado a nuestra situación, características, gustos. Quien tiene menores a su cargo actúa habitualmente como una aceleradora.
Puede que tengas un niño que canta muy bien, lo más probable es que potencies ese talento natural. Una amiga quiere aprender a pintar y le prestamos nuestra caja de óleos y el caballete, seguramente, por ser su bussiness angel nos regale un cuadro. En ambos casos hemos pasado por los mismos procesos que realizan las empresas, hemos sopesado el riesgo, valorado el retorno (aunque sólo sea emocional) y hemos elaborado un plan de acción para ponerlo en marcha (contratar clases de canto o cargar en el coche los utensilios). Con nuestro entorno todas las negociaciones tienen que ser win-win y lo hacemos casi inconscientemente. Nuestros abuelos y abuelas eran maestros en el storytelling y ahora lo ponemos en práctica, contamos la historia de dónde venimos para mostrar cómo somos. Si repasas todas las nuevas técnicas, términos y puestos de trabajo seguro que encuentras que en algún momento de tu vida o todos los días, los utilizas.
Pero más importante que saber que tenemos la técnica y los valores interiorizados y trasladarlos a la empresa es comprender que esta forma gestionar es la única posible. Gestionar con nuestros valores internos, no tener que preguntarnos si la decisión que vamos a tomar va a perjudicar porque ya lo sabemos, porque todos los días tomamos decisiones en las que no participan las que no cumplen nuestras líneas rojas. Si cocinamos para nuestras amistades y vemos que hemos echado poco arroz no contemplamos la posibilidad de matar a alguien para tener suficientes raciones. Tampoco forma parte de la decisión dejar a alguien sin comer. Si en la empresa nos regimos por los mismos valores que en nuestra vida no tendremos que descartar las opciones no responsables porque caerán antes de entrar en juego. Si esa opción no juega, no la valoraremos, y por tanto no entrará en el posible balance.
Muchas personas en la dirección de empresas valoran en términos económicos la responsabilidad, consideran que es más caro hacer las cosas de forma respetuosa y sostenible. En el caso de la comida y la escasez de arroz ¿sale más caro freír un par de huevos que matar a una persona? En este caso no lo considerábamos opción por tanto su coste no entra en la comparativa con otras posibles elecciones. Podemos sopesar el tiempo que nos va a costar hacer un plato u otro, incluso el precio de lo que queremos destinar al plato vacío pero todas estas alternativas serán responsables ya que si no lo fueran no se nos habrían ocurrido.
En jornadas de empresa sostenible plantean que a la hora de tomar una decisión, para sopesar si es responsable, te plantees cómo se la explicarías a tu hijo o a tu hija. Si te avergüenza o no la puedes justificar seguramente no será una buena decisión. Añadiría que si no puedes decirla en voz alta delante de tus grupos de interés es que no es una buena decisión. Esto reafirma lo que comentábamos de la persona doble, una es la que gestiona su vida y otra la que gestiona su empresa. Si fuera la misma persona, una persona única, ni siquiera llegaría a esa disyuntiva. Tirar vertidos no es opción en el negocio porque no lo es tirar la basura de tu casa en la puerta de tus vecinos. No es que descartes la posibilidad de hacerlo, es que ni se te ocurre. No es un comportamiento que haya que planificar, no es un añadido a la empresa, es la propia empresa al igual que tu eres tu por lo que haces.
Existe una razón más, quizá la que más puede ayudar a las personas con responsabilidades directivas. Gestionar tu empresa como gestionas tu vida es mucho más fácil. Nunca cometerás errores que perjudiquen a los demás, y si lo haces rápidamente te esforzarás para repararlos. Igual que haces en tu vida. No dudarás, pondrás tu potencial real al servicio del resto de la plantilla y te beneficiarás de lo bueno que te aporten. Igual que lo haces en tu vida. Y tu empresa aumentará sus beneficios. El crecimiento de tu vida se mide en nivel de satisfacción personal y felicidad, la ética (como concepto aristotélico de madre de los valores) te lleva a esa realización. Cuanto más aplicas la ética en tu vida más realizado te sientes, más feliz. Si la ética ayuda a tu crecimiento personal ayudará al crecimiento de tu empresa. El crecimiento de tu empresa se mide en beneficios. La lógica proposicional funciona.