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En Estados Unidos convive a diario el saber con el capital. Es curioso que un país donde han tenido lugar las mayores luchas y éxitos por los derechos civiles a lo largo de la historia debata actualmente asuntos que amenazan estos mismos derechos. Un país de luces y de sombras donde 40 kilómetros separan el parque temático de Salem del innegable capital intelectual de Harvard.  

Esta semana he tenido la inmensa suerte de asistir al Global Civil Society Seminar en la Harvard Kennedy School of Governance, en Cambridge (Boston).U Ungrupo bien diverso de profesionales españoles de empresas, administraciones públicas y tercer sector elegidos a través de la Fundación Rafael del Pino, hemos recibido ponencias magistrales de grandes politólogos y economistas de Harvard, quienes nos han transmitido su visión del convulso momento actual en EEUU y Europa y nos han aportado metodologías para convertirnos en agentes de cambio hacia un modelo de progreso ético y sostenible. Hemos debatido y compartido puntos de vista sobre temas tan variopintos como los derechos humanos, la medición del impacto social, los elementos necesarios para generar un movimiento en pro de la transformación social, las raíces del populismo, la crisis de la democracia, el desarrollo socioeconómico basado en el conocimiento compartido o modelos de negocio para el desarrollo sostenible. Y ha sido increíble. Ya nos lo decían en el MIT, que de la diversidad y de un diálogo abierto surge la innovación.

Pero todo conocimiento se puede utilizar para el bien y para el mal. Escuchando a la catedrática Julie Battilana acerca de los pasos necesarios para liderar un cambio, caíamos en la cuenta de que según en qué manos caiga, el conocimiento puede convertirse en un arma (literalmente, en ciertas ocasiones). Recordé inevitablemente una excelente película alemana que recomiendo: “Die Welle” (la Ola).

De Peter Hall aprendíamos además que un solo elemento separa un mundo que progresa de la más severa involución: el miedo. Miedo a caer en el lado equivocado de la balanza económica en un mundo globalizado en el que la clase media tiende a desaparecer.

El profesor Daniel Ziblatt, autor del libro “How Democracies die” nos explicaba cómo reconocer a un líder autoritario a través de cuatro señales de alarma muy claras: no acepta los códigos ni la Constitución, no acepta la legitimidad de sus oponentes, anima a la violencia como respuesta y limita la libertad de opinión de la sociedad y de la prensa.

Entonces, ¿qué hace falta para combatir este proceso de caza de brujas o para evitar que ocurra? ¿Qué hace falta para generar un cambio positivo? No es suficiente con saber ni con querer, ni siquiera con poder (posición en el tejido social o económico). La clave está en compartir: compartir conocimiento desde la diversidad, aportando cada uno de nosotros nuestros “personbytes” (conocimientos y aplicación de los mismos según Ricardo Hausmann); compartir un propósito noble: el desarrollo sostenible y el respeto de los derechos humanos a lo largo de todo el proceso como nos enseñó John Ruggie con la aplicación de los Principios Rectores sobre las Empresas y los Derechos Humanos. Y finalmente, compartir el resultado de cada avance, para lo cual es necesario establecer un modelo de medición del impacto que nos guíe en la mejora continua, tal y como nos explicaron Dan Levy y Alnoor Ebrahim.

Me voy de Boston con muchos deberes. Comenzaré por redefinir mi propósito y establecer colaboraciones efectivas en base a las siete Cs (James E. Austin) para convertirme en una auténtica “Change maker”. Porque, ya sea en Harvard o en España, los cambios los producimos las personas, y aquí he conocido unas cuantas con ganas de mejorar el mundo.

Delia García, Responsable de Sostenibilidad de El Corte Inglés y Presidenta de Amfori España

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