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Esta sociedad nuestra del siglo XXI, globalizada, tan cercana y tan distante a la vez, tecnológicamente avanzada, con progresos científicos claramente cuantificables, despistada en los objetivos a cumplir y, sobre todo, con carencias muy sensibles como son la pérdida de valores, se ha establecido definitivamente

Este último aspecto, la pérdida de valores, fundamental para conseguir humanidad y progreso integral, haciendo un símil fácil de entender, nos lleva a enjuiciar la madre sociedad como sociedad madrastra.

Las estructuras sociales actuales provocan que avancemos por caminos sinuosos, cuando no peligrosos, sobre terrenos poco firmes donde la volatilidad, la fluidez, la incertidumbre endémica y el riesgo elevado son los parámetros a valorar de forma constante y reiterada. El gran filosofo, sociólogo y ensayista polaco Zygmunt Bauman fallecido el 7 de enero de 2017 en Leeds (Reino Unido) lo expresaba, con acierto, como sociedad líquida. Sea esta cita un homenaje a su memoria, ahora que se ha cumplido el primer aniversario de su muerte.

Cualquier análisis sociológico que podamos hacer nos lleva a visualizar el divorcio entre poder y política. Los Estados, en estos momentos, no cuentan con los medios necesarios para resolver esta situación, más bien en algunos casos es todo lo contrario, provocan populismos y anti políticas de efectos devastadores. Ante este panorama, los “mercados”, los “grupos financieros supranacionales”, “las grandes organizaciones mundiales” han tomado las riendas de nuestras vidas, perdemos cohesión social y, por qué no, nuestra sociedad se convierte en sociedad madrastra.

La historia de la humanidad nos hace reflexionar y ver que los grandes avances sociales conseguidos, Derechos Humanos (DD.HH), igualdad de género, superación o control de racismo, libertad religiosa, etc... se han conseguido con grandes esfuerzos y a través de acuerdos globales. Actualmente y siguiendo el mismo argumento, es especialmente reseñable la aparición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), asumidos desde el año 2015, por convicción o por necesidad, casi globalmente.

Es constatable que las empresas, cada día que pasa, tienen más importancia en esta sociedad, no solo para generar riqueza, sino que son necesarias para influir en normas de buen gobierno, conseguir solidaridad, y hacer de este planeta-tierra un mundo sostenible, donde las próximas generaciones puedan desarrollarse. Nosotros en general y las empresas en particular debemos cumplir con esta obligación moral.

¿Cómo lo hacemos? Esta pregunta sencilla no tiene fácil respuesta, pero sí podemos abordarla con seriedad a través de la axiología (ciencia o teoría que estudia los valores).

Las empresas como unidad física de producción y polo de intercambios económicos, por su capacidad para deslocalizarse, subcontratar, desarrollar y adaptar normativas, tienen recursos y medios para abanderar los ODS desde una perspectiva racional, utilizando la lógica a la vez que introducen métricas definidas en sus organizaciones para constatar la evolución conseguida.

La lógica, que tanto ha contribuido al desarrollo informático y digital desde los años 70-80 del siglo XIX, con los pioneros Gottlob Frege y Giuseppe Peano, debe ser implantada de forma sistemática para entendernos y ver con claridad lo que es verdadero o falso.

Pero no era este el asunto que quería desarrollar, sino que la base de esta reflexión residía en los valores perdidos, aquello que los clásicos griegos ya enumeraban: Prudencia-Justicia-Fortaleza-Templanza.

La sociedad, si queremos que siga siendo nuestra madre, ha de preocuparse por implantar una jerarquía objetiva de valores, diferenciando y posicionando claramente donde están los valores económicos, éticos, estéticos y ascéticos.

Llegado este punto, parece razonable diferenciar conceptos muy distintos como son valores y sentimientos aunque estos vayan siempre juntos. Los valores pertenecen al mundo de la libertad y los sentimientos al mundo causal o de la naturaleza.

Las empresas, constituidas por personas, deben valorar estos conceptos y considerarlos básicos para poder implementar los códigos éticos y concienciar mejor a sus empleados con el objetivo de sostenibilidad. Sin embargo, cumplir con los códigos éticos establecidos por las organizaciones, será difícil si sus órganos de dirección, ejecutivos, técnicos y personal de alto nivel incumplen los valores fundamentales de Respeto, Justicia y Autodominio.

La conclusión es clara, para que una organización pueda ser socialmente responsable, el requisito básico para acceder a ella, desde cualquier nivel, debe ser exigir que el trabajador tenga Humildad, Constancia y Prudencia, virtudes formales que abarcan a todos los valores. De no ser así estaremos hablando de postureo (palabra aceptada recientemente por la RAE, pero que todos entendemos y que nada tiene que ver con códigos éticos, progreso social o responsabilidad).

Para terminar esta reflexión e iniciar este año 2018, que esperamos de progreso para la RSC, permitidme un gran verso de Antonio Machado que sin duda servirá para matizar estas palabras:

Tu verdad. No, la Verdad,

Y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela.

Pedro Rodríguez Castañeda

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