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Suele decirse que a la hora de tomar una decisión en la que puede existir algún aspecto ético es bueno seguir 5 pasos bien diferenciados: identificación, valoración, deliberación, elección y acción. Estoy convencido de que realmente lo que debemos es aplicar nuestros 5 sentidos a la hora de tomar decisiones éticas. El primer paso en la toma de decisiones es la identificación de aspectos éticos en una cierta decisión, es decir, ser capar de “ver” los rasgos éticos en la situación en cuestión.

La falta de este sentido es uno de los grandes problemas de nuestra sociedad y de nuestras empresas, la llamada “ceguera” ética. Con frecuencia, aunque no veamos clara una situación, signo de que algo no cuadra, decidimos ignorar este sentido y seguir adelante. En otros casos, ignoramos directamente lo que tenemos claramente frente a nosotros.

Una vez reconocida la situación, el siguiente paso es la valoración de la dimensión ética, poder distinguir los diferentes matices e ingredientes de la misma, para lo cual podemos recurrir a nuestro “gusto” ético. Huelga decir que, como el símil gastronómico, el paladar hay que desarrollarlo, y para ello hay que haber conocido y degustado buenos platos, es decir, buenas prácticas, y haber digerido situaciones y saboreado las consecuencias de ellas, oportunidad que generalmente nos brinda la experiencia.

El tercer paso en este proceso suele ser la deliberación y discernimiento de la situación. En este caso, podemos asociarlo al sentido del “oído”. Perder el miedo a hablar y a escuchar hablar sobre ética, mencionar esta misma “palabra” produce un efecto curioso en las personas de nuestro alrededor (les invito a comprobarlo y ya me contarán…). Pero sólo en ese dialogo, verdadero, se puede generar las posibles soluciones, o al menos, las alternativas. Cuánto mejor serían nuestras organizaciones si contáramos en nuestros equipos con colaboradores capaces de generar alternativas que tengan en consideración las ramificaciones éticas de nuestras decisiones. 

Acercándonos al final del proceso llega el momento de la elección, de la decisión. Aquí es donde el “olfato” ético nos debe permitir tomar la decisión con responsabilidad, percibiendo los riesgos que conlleva dicha decisión y siendo capaces (y libres) de elegir el mejor curso de acción, siempre dentro del contexto en el que actuamos.

Ahora bien, la toma de decisiones no termina cuando “tomamos” la decisión, sino cuando la ejecutamos, y esto es especialmente cierto en el ámbito de la Ética. Con frecuencia, sabemos cuál es la decisión correcta, pero elegimos no actuar, no hacer nada. Con el sentido del “tacto” transmitimos esa decisión a nuestro exterior, y actuamos en consecuencia. Por supuesto, lo hacemos de una manera prudencial, “palpando” que estamos alineados con nuestro entorno, pero con confianza.

Como ocurre con nuestros sentidos, la falta de uno de ellos provoca un desequilibrio. Si no hay vista, estaremos ciegos ante las situaciones éticas. Si no hay paladar, no podremos reconocer la intensidad y los matices de la situación. Si permanecemos sordos (y mudos) seremos incapaces de dialogar y generar las alternativas necesarias para enfrentar la situación. Si carecemos del sentido del olfato ético, no podremos percibir los riesgos ni elegir correctamente. Y, por último, si no pasamos a la acción, todo lo anterior se quedará en un mero ejercicio teórico. La moraleja está clara: ¡utilicemos nuestros cinco sentidos “éticos”!

Javier Camacho

Miembro de la Cátedra de Ética Económica y Empresarial de ICADE (Universidad Pontificia Comillas)

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