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En mi último artículo me refería al posmodernismo, a las consecuencias negativas que está generando la falta de valores, al miedo que se percibe permanentemente en esta sociedad cambiante, y citaba al filósofo polaco Zygmunt Bauman como autor de la expresión sociedad líquida. Pero además manifestaba la importancia que tiene, o debería tener, mantener o incrementar la ilusión individualmente para sobrellevar esta situación y, sobre todo, transmitir a todos aquellos que, pudiendo hacer, se comprometan en el beneficio de la sociedad en su conjunto

Esto parece una vuelta al romanticismo pero, sin embargo, no es esta la idea que me gustaría trasmitir. Dejando a un lado los graves problemas que todos conocemos, no para olvidarnos de ellos sino para afrontarlos con medidas positivas, como están haciendo las Naciones Unidas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y los pactos mundiales sobre el Cambio Climático (París 2015). Estos y otros proyectos de cooperación a escala global son la base para que podamos afrontar el futuro satisfactoriamente. El progreso tecnológico es la herramienta adecuada para mejorar nuestros recursos, obtener ventajas competitivas, eliminar riesgos y avanzar en la transparencia y el buen gobierno.

Quizá, algunos o muchos, puedan decirme que esto no tiene nada que ver con la utilización actual de estos medios tecnológicos. Sí, esto es cierto en algunos casos, necesitamos evolucionar en este sentido y ser conscientes de que es preciso una formación y una educación adecuadas que nos ayuden a ser libres y no hacernos esclavos de la tecnología para trivialidades, cuando no, para lastimar e insultar a los demás.

La empresa, como cualquier otra organización integrada por personas, tiene la posibilidad de ejercer una influencia decisiva en el comportamiento de sus componentes. Esto nos lleva a pensar que todas las empresas deben tener los mecanismos adecuados para establecer la valoración correcta de sus profesionales y, por ende, su merecido reconocimiento. Este reconocimiento, intelectual, organizativo, económico o social, proporcionará una reputación adecuada tanto al individuo como a la empresa, clave para su desarrollo y para la obtención del éxito esperado.

Este es el punto sobre el que deseo extenderme y sobre el que voy a hacer algunas consideraciones:

Reputación, sea individual o empresarial, es el juicio que tienen las personas sobre su moralidad y está basada en su comportamiento ético. Moral y ética confluyen etimológicamente en un significado casi idéntico, aunque el origen sea diferente, pues uno proviene del latín y el otro es de origen griego. Podríamos definirlas como todo aquello que se refiere al modo de ser o carácter adquirido, como resultado de poner en práctica unas costumbres o hábitos considerados buenos y que rigen la vida de los pueblos, empresas e individuos.

Para ser breve, como decía el Profesor Perdiguero: “La gestión de reputación corporativa es la eliminación de las diferencias entre lo que somos, lo que hacemos y lo que decimos”.

Es frecuente y a la vez peligroso considerar que un individuo puede ser apto para su vida profesional cuando su comportamiento a nivel individual, familiar o social es todo lo contrario. Esta es para mí una consideración de gran significado y puede dar algunas respuestas a la sociedad actual. Además, hay otro concepto relevante que se suele simplificar, es el concepto de aval que solemos reducirlo a lo que nos concede el banco para cualquier adquisición o lo que nos concede la sociedad en nuestro devenir, resultando así una valoración exclusivamente económica. Su análisis podría así mismo aportarnos acertadas respuestas.

Las empresas están evolucionando muy rápido en la evaluación de sus trabajadores y espero que se realice también con sus directivos y consejeros para, así, mejorar el rendimiento y maximizar el beneficio, pero teniendo siempre presente que la globalización nos obliga a competir de forma honesta, de acuerdo con la RSC y, por lo tanto, con todos los grupos de interés (stakeholders).

El futuro inmediato está precisamente en la valoración económica de los intangibles, que deben servir para dar una idea más precisa de las empresas, dejando de percibir que lo que no tiene valor económico es secundario. Este camino que se está recorriendo, aunque sea complejo, nos llevará a tomar conciencia de que no habrá éxito económico si no valoramos lo que se denomina, acertada o incorrectamente, valores intangibles.

Permitidme que para terminar esta reflexión haga referencia a un gran filósofo, Immanel Kant cuando decía: “Solo la buena voluntad, y solo ella, merece aprobación moral”. 

 

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