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El reciclaje, como concepto e idea, parece novedoso, cosa del futuro más halagüeño, y una tendencia a la que todo el mundo, quien más o quien menos, se suma. Sin embargo, no es muy difícil admitir que eso del reciclaje tiene varios puntos negros: ¿va realmente la basura clasificada al lugar que le pertenece? ¿Tengo que sacrificar el espacio de mi casa para poner tres cubos de basura? ¿Tendré ganas de hacerlo?

Si unificamos las tres preguntas en una sola palabra, la que nos sale es esfuerzo. Reciclar supone un esfuerzo. Tal vez merezca la pena: después de todo, vamos a salvar el medio ambiente, supongo.

Paremos la lectura aquí. Levántate, amigo. Echa un vistazo a tu cubo de la basura, o si eres uno de esos superhéroes cotidianos que la clasifica, echa un vistazo a los tres. Ya sé que puedes imaginarte el contenido de las bolsas sin ir hasta allí, pero quiero que lo veas. Quiero que abras la basura, tu basura, mires un segundo dentro y continúes leyendo esto con esa imagen en la cabeza.

¿Has vuelto? Bien. Ahora vamos con un poco de historia. Si sigues mi blog GoodByeMr.Burns, sabrás que es más bien recurrente que os dé la paliza con eso: Tenemos una imagen más bien sucia del ser humano de la Edad Media y la Edad Moderna. Y no sólo de las personas, sino de los pueblos y ciudades en las que vivían. ¿Acaso puede considerarse limpio un lugar en el que se comercia con los desechos humanos y animales, y los alimentos desperdiciados se tiran a la calle, sin más? Para cubrir estos ejemplos, pensemos que las heces se utilizaban como abono, la orina como blanqueante y limpiador (recordemos su importante contenido amoniacal) y que un grupo de criadores pasaba cada mañana con su piara de cerdos para que limpiaran las calles de desperdicios a golpe de bocado. Y qué ricos jamones salían, oiga.

Una cuestión de semántica: distingamos entre desecho y basura. Recuerda ahora la imagen de tu cubo de la basura. ¿Cuántas de esas cosas se las puede comer un cerdo? ¿Existen los cerdos que comen envases plásticos, latas y papeles tintados? ¿Es acaso posible que la orina y las heces humanas, mezcladas con los productos químicos que se vierten en nuestros retretes (papeles higiénicos, productos de limpieza, maquillajes, etc), puedan ser utilizados como algo? No es posible porque no son desechos, son basura.

El reciclaje nace como respuesta a este problema. Por medio de un esfuerzo, como hemos visto, podemos transformar la basura en basura, incluso los desechos en basura. Pero nunca en desechos. Escala la imagen de tu cubo de basura a la imagen de la basura que puede generar una empresa. Dependiendo de su forma de negocio, la cantidad no es únicamente mayor, sino que la diferencia puede alcanzar proporciones geométricas. Si la cantidad de basura es mayor, el esfuerzo también se incrementa. Y el esfuerzo, para una empresa, supone dinero.

Estas son las premisas fundamentales de una corriente que podríamos llamar filosófica, denominada Zero Waste. El Zero Waste es el reciclaje perfecto. No trata de convertir toda la basura en desechos, sino que pretende eliminar el concepto de basura en sí mismo, por medio de un diseño que consiga que el producto, al final de su vida útil, pueda ser reutilizado por la propia naturaleza. Como hemos visto, este concepto, este rediseño, es algo tan viejo como la propia existencia del ser humano, pero que en algún punto de nuestra evolución hemos olvidado. Algo que antes hacíamos por propia naturaleza, pero que ahora ha tenido que ser pensado, planteado y redescubierto.

¿Por qué filosofía? Zero Waste supone un replanteamiento de los materiales utilizados en la fabricación de productos a un nivel tan grande que cambiaría todos los parámetros de la industria actual. Y sin embargo, algo que ya hacíamos, algo que hemos olvidado, es hoy por hoy una utopía. Se ha calculado que cada persona genera alrededor de 500kg de basura al año, pasto de vertederos e incineradoras, cuyo impacto medioambiental es, sencillamente, demencial. Multiplica esta cifra si hablamos de una empresa, incluso añadiéndole un valor de toxicidad dependiendo de su actividad. Esa utopía necesita convertirse en realidad.

Zero Waste no necesita un esfuerzo una vez implantado. Es un sistema que se sostiene por sí solo. A nivel empresarial, produce más ventajas que el sistema actual:

  • Ahorra dinero: disminuir la cantidad de basura reduce los costes derivados de su tratamiento. Si no hay basura, ¿qué costes habrá?
  • Es sostenible: pongamos que es un valor ético, pero no hay duda de que lo sostenible produce una cadena de beneficios a nivel económico, social y medioambiental.
  • Innova: la búsqueda de métodos para adaptar este concepto provoca innovación. En una empresa, la innovación puede suponer un salto cualitativo muy poderoso con respecto a sus competidores.

Estas cosas siempre nos suenan a magufología barata, a vendedores de ungüentos y tónicos milagrosos. Nos suena a un grupo de pirados que fuman marihuana sin control y se creen muy listos hablando de lo que hay o no hay que hacer. ¿De verdad estamos tan ciegos? Yo voy más lejos: una empresa cuya tendencia no sea implantar las ideas que propone Zero Waste, está abocada al fracaso. Ya muchas grandes corporaciones se han dado cuenta de esto y han puesto soluciones e iniciativas sobre la mesa que adoptan Zero Waste:

  • Interface, la mayor compañía de moquetas del mundo desde hace más de 20 años apuesta por esta visión.
  • Repreve, una compañía americana dedicada a las reciclar botellas de plástico en productos de más valor.

Quizás Zero Waste sea todavía una filosofía, una posibilidad que muchos tachan de imposible pero en la que cada día más empresas y personas creen y adaptan. Yo prefiero pensar en Zero Waste como un objetivo. Un día, abrirás tu cubo de la basura y todo lo que contenga, incluida la bolsa y el propio cubo, podrá nutrir a la naturaleza de uno u otro modo.

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