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El lenguaje es el reflejo de una sociedad, su cultura y de su forma de entender el mundo. Esto es así, hasta el extremo de encontrar palabras sin traducción directa (o literal) porque expresan una idea, un concepto o un sentimiento que en otros idiomas –y por ende en otras culturas- requiere de un circunloquio o de una descripción aproximada que no siempre consigue respetar todos los matices de la original.

Por ejemplo, la palabra japonesa tsundoku no tiene traducción directa al inglés o español.  Literalmente significa comprar libros y no leerlos, dejando que éstos se apilen en las estanterías o incluso en el suelo, nuevos,  sin ser leídos (quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra).

Que el idioma japonés tenga una palabra específica para describir esa situación ya da muchas pistas de lo que los japoneses consideran relevante. Por cierto… ¿Sabías que la palabra sobremesa no tiene traducción directa a otros idiomas?  Eso también da pistas de las cosas que consideramos relevantes los hispanoparlantes.

Ahí radica la riqueza de un lenguaje, de una cultura.  En su capacidad para expresar -a través de pocas palabras- situaciones, sentimientos que nos embargan o para reconocer automáticamente el uso de un peyorativo cuando alguien quiere hablar con desdén de algo o de otra persona.

Usábamos ayer palabras que hoy nos suenan mal. Usamos hoy palabras políticamente correctas para hablar de temas que para otros pueden resultar peliagudos, chocantes o incómodos.  Por ese mismo motivo el lenguaje evoluciona, dando paso a nuevas palabras, rescatando el uso de algunas olvidadas y relegando otras al olvido.  La Real Academia Española lo sabe bien: en octubre de 2014 publicó la 23ª edición del Diccionario de la lengua española (DRAE).  Una revisión, que como ellos mismos dicen, busca cumplir con tres objetivos principales:

  • Enriquecer el Diccionario, añadiendo nuevos vocablos que por su uso extendido han ganado el derecho de tener recogido su significado;
  • Modernizarlo, a través de la actualización y la ampliación de definiciones, criterios, usos y desusos de los vocablos; y
  • Haciéndolo más coherente, adaptándolo al uso actual del idioma, la vigencia histórica de las palabras, su uso geográfico o ampliando la información morfológica y etimológica (entre muchos otros cambios).

Y este es un proceso continuo. En cuanto publican una actualización, empiezan a trabajar en la siguiente.  Muchos de los cambios que se introducen en cada nueva edición del diccionario buscan matizar el significado de una palabra o aclarar un concepto, porque el uso continuado que se hace de la misma consigue que, con los años, una palabra que nos parecía adecuada pase a ser reprobable o, cuanto menos, políticamente incorrecta.diarioresponsable.com

Es lo que sucede con los eufemismos.  Constantemente utilizamos palabras socialmente aceptadas como menos ofensivas, en sustitución de otras que pueden ser de mal gusto o considerarse tabú. Hasta ahí todo bien.  Tener cuidado en el uso de un vocablo, para evitar que un grupo de individuos se sienta insultado, es una muestra de empatía.

Tal es el caso de la petición que hace Paloma Ferrer en la plataforma change.org para que la RAE revise y enmiende la vigencia de palabras vinculadas al colectivo de personas con síndrome de Down.  En particular, solicita la revisión de las palabrassubnormal (recogiendo la acepción de su uso como insulto), mongolismo y mongólico(pues están cayendo en el desuso) y de la actualización en la versión digital de la definición de síndrome de Down como una alternación genética, que no como una enfermedad.

diarioresponsable.comEstá claro que si en algún momento la palabra subnormal se utilizaba coloquialmente como un eufemismo para hacer referencia a las personas con discapacidad intelectual (y ahí otro eufemismo más políticamente correcto), hoy en día su uso conlleva un importante matiz denigrante.

Luchamos por erradicar conductas desdeñables, como el acoso electrónico (cyberbullying) o la discriminación de personas con capacidades diferentes; pero si esa lucha no viene acompañada de un cambio de mentalidad, poco podremos avanzar.  El lenguaje, en ese sentido, es el espejo en el que se refleja nuestra forma de pensar.  Por tanto, a la larga, cambiando el lenguaje también ayudaremos a cambiar nuestra forma de ver las cosas.

Pero cuando decidimos no llamar a las cosas por su nombre también podemos caer en el error.  El peligro de los eufemismos surge cuando no se usan como una muestra de empatía, sino como una forma de enmascarar un problema o desviar la atención sobre una situación incómoda para algunos.

Fue lo que sucedió con los “falsos positivos” en Colombia.  ¿Qué es un falso positivo? Es un civil inocente asesinado a manos del Ejército Colombiano, para hacerlo pasar como guerrillero muerto en combate.  ¿Por qué? Porque los miembros de la fuerzas armadas tenían claros incentivos para matar guerrilleros o paramilitares: en 2005 el Ministro de Defensa Camilo Ospina Bernal había firmado la Directiva Ministerial 029 de 2005,9 10 que consistía en ofrecer 3.800.000 pesos colombianos (aproximadamente 1.900 US dólares) por cada guerrillero o paramilitar muerto.  Por cierto, hay más de 1.000 casos bajo investigación.  Haced las cuentas.

En mi opinión, llamar “falso positivo” a un asesinato es faltar el respeto a la memoria de las víctimas y a sus familiares.  Lo mismo sucede al usar el término “daño colateral” para hablar de niños, mujeres y hombres inocentes que mueren cada día en medio de tantas guerras.diarioresponsable.com

Otro caso, más cercano y menos doloroso (pero no por eso menos indignante) es la decisión del Consejo de Ministros (en su reunión del 13 de Marzo) de aprobar un Proyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal que –entre otras cuestiones- sustituye el término “imputado” por el de “investigado” en una primera fase y “encausado” si se mantiene la acusación a medida que avanza la instrucción.  Se justifican en querer evitar la vinculación que hay entre imputado y culpable.

El DRA define imputado-da como una persona contra la que se dirige un proceso penal.  No habla de culpable o inocente. El problema es que, si se llega a una imputación, es porque un juez ha visto indicios más que razonables de la vinculación de una persona con un acto delictivo.  Y ahí es cuando el término empieza a causar resquemor.

¿No será que a algunos les incomoda que sus listas electorales estén llenas de imputados? Al fin de cuentas, el eufemismo de “investigado” no suena tan mal…

Nota:

En el momento de publicar este post (24/03/20015) ya van más de 50.000 firmas a la petición de Paloma Ferrer.  Ayer por la tarde, cuando yo misma firme la petición, eran 45.000.  La petición fue publicada por primera vez el 21 de marzo, coincidiendo con la celebración del Día Mundial del Síndrome de Down.  Si quieres apoyar la solicitud de modificación y actualización de las acepciones de “subnormal”, “mongolismo” y “síndrome de Down” en el DRAE, haz click en este vínculo:https://www.change.org/p/real-academia-espa%C3%B1ola-modernicen-las-acepciones-de-subnormal-mongolismo-y-s%C3%ADndrome-de-down

Referencias:

La 23.ª edición (2014) del Diccionario de la Lengua Española: http://www.rae.es/diccionario-de-la-lengua-espanola/la-23a-edicion-2014

8 palabras imposibles de traducir en 8 idiomas distintos:http://es.babbel.com/magazine/imposibles-de-traducir-1

Escándalo de los falsos positivos: http://es.wikipedia.org/wiki/Esc%C3%A1ndalo_de_los_falsos_positivos#Cultura_Popular

Ya no habrá imputados, ahora serán investigados: http://www.elmundo.es/espana/2015/03/13/5501ea5822601de2028b4584.html

 

 

 

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