Soy testigo de esa paciencia cuando, al salir del gimnasio del Casino de la calle de Alcalá, me encuentro con las protestas de los engañados por las “preferentes” de Caja Madrid. El grupito, pequeño, está compuesto por gente mayor, jubilados me imagino, y las caras de algunos de ellos se me han hecho ya familiares. No levantan el puño ni amenazan a nadie. Se limitan a tocar sus silbatos y a mostrar unas pancartas en las que estos últimos días ha aparecido algo nuevo: ”Nosotros no tenemos tarjetas”. Me da vergüenza, me produce sonrojo al verlos allí semana tras semana expresando su malestar, sus quejas, su tristeza. Paciente, tranquilamente, casi ya como un ritual.
Cuidado, amigos, porque podemos estar jugando con fuego. Hay gente que lo está pasando mal, muy mal, las desigualdades según algunos expertos aumentan –así Piketty- las listas del paro siguen siendo pavorosas, ya no hay sitio en los comedores de Cáritas… ¡¡y encima esto!!. Es una desvergüenza. Estamos transitando de la cultura de la confianza, la que habíamos construido entre todos, ese necesario consenso cotidiano que necesitamos para movernos con cierta fluidez y ligereza por la vida, a la cultura de la sospecha. Hemos dado algunos pasos atrás, no cabe duda.
Pero no podemos caer en la desesperanza; afortunadamente, en casi todo en esta vida hay un lado bueno de lo malo. El escarnio público es ya, en sí mismo, muy grave. Nos damos cuenta de que, más pronto o más tarde, todo se acaba sabiendo. El lado bueno de lo malo es ese que nos enseña que el escándalo que nos provoca todo lo que hoy leemos en los periódicos o escuchamos en los telediarios está también muy cerca de nosotros. No es sólo una cuestión de los políticos, de los empresarios, de los sindicatos… Todo esto es también un reflejo de lo que somos como ciudadanos. Estos trapos sucios que ahora contemplamos nos indignan, nos enfurecen, nos escandalizan. Ya nada, a partir de ahora, será igual. No dejaremos que lo sea.
Y entre lo bueno de lo malo, lo mejor, creo yo, es que son los jóvenes los que contemplan esa situación de forma más crítica, los que más la rechazan. Muchos de ellos no comprenden ni aceptan el consumismo excesivo y la ambición desmedida por acumular dinero que está en el origen de todos los males que estamos viviendo. Hay que confiar en ellos porque en nosotros ya no podemos confiar. Pero lo del dinero da miedo; no es de ahora, es de siempre. Os invito a oír cantar a Paco Ibáñez los versos que escribió el Arcipreste de Hita hace más de setecientos años. Y a ver que pensáis…