Un mundo donde la mayor atracción turística es visitar una reserva en la que viven los últimos humanos salvajes que se negaron a someterse al nuevo orden.
Un mundo feliz en el que no hay familias; de hecho, un mundo libre de ataduras sentimentales, hedonista y consumista, donde lo más importante es el placer individual.
Un mundo en el que no hay amor porque es considerado un sentimiento primitivo y las mujeres tienen “sucedáneos de embarazo” para aliviar su tensión natural porque ahora los bebes se fabrican en serie (al igual que los coches) a través de complejos procesos químicos.
Hoy he leído que Facebook y Apple ofrecen congelar los óvulos de sus empleadas (The Verge; El País), no sea que ser madre (en esa edad que millones años de evolución han determinado como óptima) se convierta en un impedimento para trabajar y conseguir el éxito profesional.
Mientras algunos aplauden la iniciativa, yo no puedo evitar que se me pongan los pelos de punta y sentir que volvemos a perder terreno ganado con sudor y lágrimas.
Al igual que en el caso de Mohamed El-Erian, antiguo CEO de Pacific Investment Management Company (PIMCO) que dejó la empresa para participar activamente en la crianza de su hija (1), parece que la única alternativa posible es renunciar a trabajo o a familia, porque no se pueden tener ambas. O no cuando tu quieres.
Ya lo dijo Indra K. Nooyi, CEO de PepsiCo: no se puede tener todo. (2)
Si antes las mujeres teníamos que luchar para no ser despedidas de nuestro trabajo al quedarnos embarazadas, ahora tenemos que agradecer (cáptese la ironía) que nos permitan ser madres después de los cuarenta.
Entre tanto, tendremos que seguir escuchando que no pedir un aumento de sueldo -para igualarlo al de colegas masculinos, que teniendo el mismo nivel de responsabilidad ganan un 30% más- trae buen karma (3) o que no te van a contratar si tienes entre 25 y 35 años (4).
Definitivamente, vivimos en un mundo feliz.