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Intencionadamente he elegido un título crítico  para expresar, en dos palabras, mi particular vivencia sobre la evolución de la Responsabilidad Social Empresarial, en estos últimos diez años. Este es el propósito de este artículo: examinar con mirada crítica la evolución de una idea renovadora de la empresa, estableciendo los avances y los retrocesos en su aplicación.

Pero, como en otras muchas cosas de la vida, a la hora de encontrar un titular para el difícil equilibrio entre el vaso medio lleno y medio vacío, entre las luces y las sombras, he preferido elegir el más crítico y el más severo porque me parece el más honrado con mi pensamiento y el más positivo para con la evolución deseable de la RSE. Optar por lo contrario, por hacer un análisis elogioso de la evolución de la Responsabilidad Social de las empresas en estos años sería, primero deshonesto con mi opinión, redundaría en los interesados mensajes que recibimos día a día al respecto y generaría un peligroso e inconveniente acomodamiento al statu quo de la RSE, impidiendo así la pulsión crítica y exigente que debe mantenerse en un camino, más bien, en una larga marcha, apenas iniciada.

Con esta introducción ya me estoy posicionando respecto al contenido ideológico que, personalmente, tengo de la RSE, frente a las visiones tecnocráticas, que abundan en este debate. El mundo empresarial, el mediático, las escuelas de negocios y, desde luego, muchísimos ámbitos de la administración pública nacional y europea, conciben la RSE como un nuevo instrumento de gestión de la empresa ligado a los crecientes espacios de interconexión de la empresa con la sociedad de la comunicación, los consumidores, el medio ambiente, las crecientes demandas de información y transparencia desde los mercados financieros y la reputación corporativa en general que reclaman las marcas en el Siglo XXI.

Casi todos ellos se quedan ahí. Inclusive mucha de la investigación y de la docencia universitaria sobre esta materia, se limitan a extraer de este nuevo marco de relaciones de la empresa con sus stake holders, todo un conjunto de técnicas y de instrumentos para suavizar los impactos sociales y  medioambientales de las empresas y favorecer la reputación corporativa de las compañías, lo que ha acabado por convertir a la RSE de la mayoría de ellas, en un elemento instrumental, sectorial y colateral de la gestión empresarial.

Personalmente siempre he aspirado a algo más. En su origen, la RSE era exactamente eso, pero muchos esperábamos y, seguimos haciéndolo, que la empresa, impulsada por ese nuevo universo en el que desarrolla sus actividades, acabara convirtiéndose en un agente más de construcción social, generadora de hábitats sociolaborales y medioambientales de alta calidad para sumarse así, a los esfuerzos que los poderes públicos y la sociedad realizan a favor de una economía generadora de empleo y bienestar y de una sociedad sostenible y cohesionada. Quizás fuera ingenua esta pretensión pero, una RSE sin esa ambición se convierte en una simple técnica de gestión sin interés social. En el fondo este es el dilema y por eso nuestro balance debe partir de este enfoque ideológico que explica mis críticas.

No negaré que la Responsabilidad Social Empresarial se ha instalado como un concepto irreversible en el ámbito del mundo empresarial; que ha crecido enormemente en estos últimos diez años en todo el mundo y que está cada vez más integrada en las estrategias de la gestión de las empresas, especialmente de las grandes. No negaré que en España se han conseguido posiciones de liderazgo europeo en el número de empresas con buenos índices de sostenibilidad, en el número de empresas que participan en el Pacto Global de Naciones Unidas, en el número de iniciativas de la sociedad civil e incluso, en el número de cátedras universitarias y de masters en las escuelas de negocios. También destaco que la política pública española ha tenido un especial protagonismo en el impulso de la RSE a partir del informe elaborado por el Parlamento español, la creación de un Consejo Estatal para la RSE (CERSE) incluso, en las leyes favorecedoras de esta cultura, tanto en el ámbito autonómico como en el ámbito estatal (como la Ley de Economía sostenible, por ejemplo).

Todo eso es verdad. Sin embargo, no lo es menos que:

- La confusión conceptual entre RSE y Acción Social es general y, desgraciadamente, no para de crecer.

- La difusión social de la idea de la RSE sigue siendo muy baja en la población.

- Sigue habiendo una formación insuficiente y una baja concienciación en los dirigentes de las empresas.

- Son frecuentes las prácticas contradictorias en la RSE de manera que, las empresas buscan impactos positivos de reputación corporativa en algunos planos específicos (inserción laboral de la incapacidad, políticas medioambientales, etc.), al mismo tiempo que se producen vulneraciones de los mínimos legales en cuestiones laborales, fiscales, etc., de carácter elemental.

- Se está produciendo una peligrosa tendencia a hacer rutinarias las prácticas de RSE, como por ejemplo, subcontratar la elaboración de las memorias. La RSE pierde así toda su capacidad impulsora de prácticas responsables en el conjunto de la empresa.

- No ha habido una respuesta social adecuada y suficiente a la exigencia de Responsabilidad Social a las empresas.  La falta de conciencia crítica colectiva y la debilidad de las organizaciones cívicas, consumidores, ONG, etc., y la ausencia de “valores responsables” en las demandas de la sociedad hacia las empresas, están generando un triple efecto que lastra el desarrollo de la RSE:

a) No hay censuras públicas a los comportamientos irresponsables y las consecuencias de determinados impactos empresariales, no son temibles en términos comerciales.

b) Por el contrario, los esfuerzos de las empresas en políticas de RSE no siempre son premiados y surge así la duda en las direcciones de las compañías sobre la  rentabilidad económica de inversiones costosas, a cambio de intangibles dudosos.

c) La capacidad de análisis y evaluación de las memorias por parte de la sociedad, ha ido disminuyendo progresivamente y las entidades sociales (sindicatos, ONG’s etc.) que las hacían, están perdiendo interés en ello.

- La implantación de la RSE en las administraciones públicas ha sufrido un brusco parón y los pocos ejemplos que se produjeron en algunas universidades, en algunas empresas estatales y en algunos ayuntamientos, han quedado en eso, excepciones a una regla que debió ser ejemplarizante.

-La RSE ha tenido su desarrollo principal, casi exclusivo, en las grandes empresas y no en todas y su extensión a la cadena de contratación y, en general con las Pymes, ha sufrido también un brusco parón con la crisis económica.

- Por último, las políticas públicas no han ayudado a fomentar y desarrollar esta cultura empresarial, porque han faltado medidas de estímulo, y porque la regulación sobre el reporte y otros aspectos de las prácticas de RSE ha brillado por su ausencia en España y en Europa. No solo por eso. La principal ausencia ha sido la de un discurso político motivador y generador de debate público sobre este tema en, prácticamente todo el mundo, a pesar de que la crisis y las circunstancias que hemos vivido estos últimos cinco años debiera haberlo hecho imprescindible.

Quizás la mejor expresión de estas carencias  sea observar que hoy, los principales impulsores de la transparencia informativa y de las memorias de las compañías, son los mercados financieros, no la sociedad. Aquello que en su día creíamos constituiría un impulso irreversible a la RSE, es decir, una sociedad exigente a las empresas de la triple memoria como la prueba de su responsabilidad social, hoy es realmente exigida por los fondos financieros que están perfeccionando los reportes integrados  como condición necesaria y máxima  de transparencia y de sostenibilidad económica.

¿Qué empresa queremos?

Al final de un vídeo en verde de una compañía eléctrica española, en el que se especificaban con todo lujo de detalles las actividades sociales de la compañía y algunas de sus mejores prácticas medioambientales y laborales, la voz en off del vídeo dice literalmente: “La función de la empresa es contribuir a mejorar la sociedad en la que vivimos”. Cuando lo escuché en uno de esos seminarios sobre RSE, en los que las fundaciones de las grandes compañías presentan sus balances sociales, pensé que, no se podía decir mejor. Eso es exactamente, lo que quiero que sean las empresas. ¿Es ésta una idea utópica? ¿Cabe hablar en serio de lo que algunos llamamos “economía del bien común”? ¿Será  posible que las empresas contribuyan a crear una sociedad cohesionada y sostenible? ¿Es ingenuo pedir esto a las empresas? ¿Es excesivo hacerlo? ¿Es siempre compatible la rentabilidad y la contribución social?

Mi aproximación a la responsabilidad social desde hace más de diez años, se fundamenta en la idea de que la empresa no puede ser ajena a las múltiples ecuaciones que la relacionan con la sociedad. Siempre vimos en la RSE un instrumento favorable a cambiar el rol de la empresa en la sociedad, como consecuencia de sus múltiples impactos. Sé muy bien que no es la aspiración primigenia ni fundamental de las compañías pero, siendo evidente que las empresas operan en un mundo en gran parte transformado por los llamados nuevos paradigmas que las hacen globales y transparentes y, progresivamente relacionadas con sus entornos sociales y medioambientales, su progresiva transformación en empresas corresponsables abría y abre, un camino de esperanza. No he perdido la confianza en que así acabe siendo. Se trata de un camino largo en el que hay que persistir porque, en gran parte, esos nuevos paradigmas seguirán influyendo positivamente en la necesidad de que la empresa responda a un diálogo de  crecientes exigencias  con sus stake holders y se convierta así en agente pro-activo de la sociedad resultante.

¿Cuáles son esos paradigmas y cuáles las consecuencias de sus impactos?

El primero es la globalización y la creciente implantación de las compañías en múltiples países en especiales circunstancias de impacto laboral y medioambiental, por tratarse de espacios jurídicos y políticos poco exigentes. Las enormes consecuencias de estas nuevas formas de producción de las empresas, les enfrentan a un cúmulo de riesgos que solo una cultura exigente  de RSE puede evitar. Un segundo paradigma relaciona a las empresas con la crisis sufrida en estos últimos cinco años. Cualquier observador inteligente descubre que la base de legitimación social de las empresas se ha visto seriamente deteriorado por las sucesivas informaciones que las han colocado en el escaparate de una sociedad sufriente  e irritada. La responsabilidad del Sector financiero en la crisis, es innegable y la sensación de que sus ejecutivos y directivos se han ido “de rositas”, como se dice vulgarmente, después de engaños masivos (preferentes) o de blindajes impresentables de muchos de sus directivos o de actuaciones claramente dolosas, que han obligado al Estado a salvar bancos y cajas, han destruido cualquier basamento de credibilidad social. Esas y otras actuaciones han lesionado el núcleo mismo sobre el que poder asentar una política de RSE verdadera. Ver que las multinacionales tecnológicas “optimizan fiscalmente” sus beneficios para no pagar impuestos, comprobar que la Reforma Laboral se empleaba para despedir barato, sustituir el trabajo fijo por empleados precarios baratos, y asistir a la devaluación laboral progresiva, a la negación de la negociación colectiva, al debilitamiento sindical… Me permito llamar la atención sobre este peligroso deterioro del universo laboral y social en las empresas, que hace imposible construir la RSE sobre un suelo de tanta desconfianza. La RSE exige un camino de aprecio mutuo y de legitimación recíproca entre empresa y sociedad y ese camino, hoy, está empedrado.

Muy ligado a lo anterior, aunque no solo, crece con fuerza el debate sobre las desigualdades que se están produciendo en el seno del mundo occidental. Nuevas brechas sociales, en gran parte originadas en la pre-redistribución, es decir, en el ingreso, están generando la sensación de que decenas de años de esfuerzo para el reequilibrio social, están siendo destruidos por la aparición escandalosa de desigualdades crecientes en la riqueza y en la renta en el interior de los países. La ruptura del contrato social, verdadero ADN de la sociedad europea y occidental, una especie de marco de convivencia entre libertad y seguridad, entre aspiraciones individuales y solidaridades impuestas, no es tampoco la mejor noticia para el desarrollo de la cultura empresarial RSE. No olvidemos que ésta es, en el fondo, una tendencia hacia la excelencia, superadora de unos mínimos legales, hoy en día vulnerados en demasiados planos y en casi todos los lugares.

Nuevos paradigmas son el creciente poder financiero sobre las empresas y la transformación del capital de las mismas en manos de fondos ansiosos de rentabilidades exageradas y de corto plazo, que destruyen gran parte del funcionamiento natural de la economía productiva. Es también un paradigma que influye en las empresas, el debate sobre la cantidad y calidad del empleo en la nueva sociedad. La revolución tecnológica a la que estamos asistiendo, especialmente por la expansión de la robótica y el abaratamiento de la tecnología digital, generan un debate imprescindible sobre la cantidad del empleo necesario y sobre la calidad del mismo. En fin, nuevos paradigmas en la sociedad de la comunicación, en la Red, en el empoderamiento de los ciudadanos, en la sociedad medioambiental o, en las exigencias ciudadanas de combate al fraude fiscal y a los paraísos fiscales.

La empresa estará  se quiera o no, en el centro de este universo y, naturalmente no es la responsable última de las enormes incógnitas que se derivan de estos planteamientos simplificados que, desordenadamente, acabo de exponer. Pero por  el contrario, aquella empresa que se involucre en las demandas sociales, combinando innovación, competitividad y rentabilidad con una corresponsabilidad consecuente con todos estos interrogantes, será la empresa del futuro.

Ésa es mi convicción, pero las convicciones tienen que extenderse y hacerse mayoritarias para que sean transformadoras. En ese sentido expreso la necesidad de avanzar algunos consejos para el futuro de esta larga marcha:

1º.- En primer lugar, es necesario impulsar la RSE desde las políticas públicas. Fortalecer el discurso político en favor de esta concepción renovada y moderna de la empresa en el Siglo XXI. Desde el G-20 a los gobiernos locales, debemos exigir que la RSE forme parte de la salida de la crisis, de las políticas de competitividad, de la formación universitaria, de las escuelas de negocios, etc. La defensa de una economía al servicio de la sociedad, de una economía del bien común acrecienta la cultura de la Responsabilidad de las empresas y exige a éstas “leer” el contexto en el que desarrollan su actividad y comprometerse en sus diálogos con la comunidad en la que operan.

2º.- España necesita un Plan Nacional de RSE y la dinamización de un Consejo Estatal de RSE. El gobierno del PP desprecia la RSE. No ha hecho nada por esta cultura, ni siquiera cumplir los mandatos legales y los compromisos asumidos en el seno del Consejo Estatal, al que está dejando morir por inanición y en clara coincidencia con la CEOE.

3º.- Es necesaria una mayor regulación de todos los planos que acompañan a la RSE. Regulación pública y legal de los informes, de la verificación y de los reconocimientos públicos homologados. Regulación voluntaria por las empresas de la RSE en los diferentes sectores de actividad productiva (textil, energía, banca, etc.). Regulación legal de los estímulos a la RSE en compras públicas, adjudicaciones, etc. para evitar competencia desleal y premiar a las verdaderas empresas responsables. En este sentido, merece censura pública el abandono absoluto de las previsiones regulatorias contempladas en el Art. 39 de la Ley de Economía Sostenible de marzo de 2011, despreciada por el Gobierno actual. La nueva regulación europea dirigida a las empresas de más de 500 empleados  y los trabajos del Reparto Integrado, van en una buena dirección, aunque insuficiente a mi juicio.

4º.- El sindicalismo no ha utilizado la RSE como una palanca de su dialéctica y, por tanto, existe un enorme camino en este campo para que los comportamientos laborales de las empresas puedan ser objeto de evaluación social. Ni siquiera en la llamada “Economía del Conocimiento” se está avanzando en las mejoras laborales. Está constatado un crecimiento injustificado de los abanicos salariales y una constante transferencia de los beneficios desde el trabajo al capital. El aumento de la desigualdad en todos los países acompaña esta devaluación laboral. Las Relaciones Laborales deben ocupar un espacio central en la RSE. No se pueden consentir memorias y propaganda de RSE, con prácticas laborales indignas.

5º.- Los Derechos Humanos y la RSE. Naciones Unidas ha puesto en marcha su segunda gran apuesta a favor de la RSE. Al Global compact y a sus diez principios, se ha añadido desde 2008 el marco “Ruggie” para, PROTEGER, RESPETAR y REMEDIAR las vulneraciones a una interpretación ambiciosa y progresista de las grandes convenciones de la Dignidad humana y el trabajo decente: Convenio DDHH, OCDE y OIT. Potenciar e implementar este valioso instrumento nos hará avanzar notablemente en RSE.

6º.- La RSE ha crecido, en gran parte, por el énfasis que se ha puesto en la gestión de riesgos, sobre todo, reputacionales. Pero es el momento de preguntarse si los riesgos siguen preocupando, o mejor, si preocupan lo suficiente. A la vista de lo que viene ocurriendo, a la vista de lo que ha destapado la crisis, sobre los comportamientos empresariales o de sus directivos, sobre las evidentes irresponsabilidades en el núcleo mismo del negocio de la actividad financiera y bancaria, debemos preguntarnos si hay suficiente sanción reputacional a esos fallos y a esos escándalos. Pues bien, ha llegado la hora de reclamar desde la RSE, una mayor penalización individual y empresarial a la irresponsabilidad. En este sentido, unificar los observatorios críticos internacionales y dotarles de garantía y credibilidad, será un buen impulso a la RSE.

7º.- Es muy importante potenciar la ISR. La inversión socialmente responsable es, probablemente, uno de los mayores elementos tractores de la RSE. Las empresas reciben capital privado individual o colectivo, en función de la sostenibilidad de sus negocios, de la transparencia de sus actividades, de la información honesta y transparente que se da a sus accionistas, etc. Puede resultar en la actualidad uno de los factores más atractivos a la inversión en RSE. Los índices bursátiles de sostenibilidad y los rankings internacionales de transparencia y RSE, influyen poderosamente en las decisiones de inversión de Fondos de Pensiones, o Fondos Soberanos, o Bancos sostenibles, o Inversores exigentes de estas materias. Pero el fundamento de la ISR requiere políticas de estímulo, políticas de información, políticas de difusión de estos productos financieros y, sobre todo, requiere compromiso de las entidades financieras para su desarrollo. Son particularmente importantes los compromisos de los titulares de los fondos de pensiones en todo el mundo, porque sus exigencias sostenibles y sociales pueden determinar la orientación general de los fondos financieros.

8º.- Fortalecer las estructuras del llamado Tercer Sector, resulta también imprescindible para producir efectos en la respuesta social a los comportamientos de las empresas. ONG’s, consumidores, medios de comunicación, líderes de opinión, etc., tienen que establecer una nueva dialéctica entre ciudadanos y corporaciones. Es muy significativo a este respecto el caso producido recientemente en España, a propósito de una reacción surgida en la Red contra las empresas que se anunciaban en un programa de TV, cuyo contenido resultó ofensivo para los espectadores. Cuando la reacción de protesta de la Red alcanzó un alto nivel social contra ese programa, los anunciantes decidieron abandonar su patrocinio y el programa se cayó de la pantalla. Desgraciadamente, la cadena de televisión inició acciones judiciales contra el ciudadano que suscitó la protesta en su Blog. Este dilema es fundamental para el futuro porque está afectando a las capacidades ciudadanas para condicionar el comportamiento social de las empresas.

9º.- Es necesario explorar en España la cultura de RSE del Reino Unido, basada en un diálogo con la Comunidad Local, como uno de sus principales Stake-holders de la empresa. “Empresa en la Comunidad”  puede ofrecer un interesante desarrollo de la RSE en un país en el que, no podemos olvidarlo, el paro, los atrasos en la cultura medioambiental de nuestros pueblos y los recortes que provocan grandes “agujeros” de la protección social, ofrecen a muchas empresas, excelentes oportunidades de RSE.

Este ámbito de reputación social directa y visible puede ser muy interesante para muchas empresas y muy útil socialmente en momentos de gran debilidad de los servicios públicos del Estado.

10º.- La crisis ha acentuado las exigencias de responsabilidad a los directivos y a las compañías. Estamos viendo a los directivos pasando por los juzgados y por los parlamentos. Los ciudadanos tienen que pagar los agujeros financieros de muchos bancos irresponsables. En plena crisis, los salarios de los directivos, sus bonos, sus millonarias pensiones e indemnizaciones, causan indignación. La fiscalidad de las empresas se reduce por su ingeniería fiscal, o porque se ubican en países con menor presión o simplemente se ocultan al fisco. Grandes empresas son multadas por prácticas ilegales. ¿Es todo eso admisible socialmente? ¿Es compatible con la RSE?

De la crisis no podemos salir con menos RSE, sino con más compromiso y rigor en la cultura de la RSE. No podemos admitir RSE que no lo es. No podemos admitir más incoherencias, más contradicciones y más falseamientos de la verdadera RSE. Debemos denunciar las manipulaciones mediáticas, la propaganda sin base y las prácticas irresponsables. Ha habido muchas y de muchas empresas reconocidas en RSE y líderes en índices de sostenibilidad. Si la RSE, sus instituciones, sus herramientas, sus defensores, no somos capaces de liderar una regeneración de la RSE, la crisis, los mercados, la naturaleza misma del beneficio, la especulación y sus prisas por obtener la ganancia, acabarán diluyendo este movimiento.

La consecuencia de todo este regeneracionismo que impulsamos, debe ser un movimiento de exigencia y de control de la RSE hacia los directivos y las empresas en todos los foros, en las memorias, en los medios y en todas las oportunidades de conectar a las empresas con la sociedad y a sus responsabilidades con los ciudadanos.

 

A eso, le llaman ahora, “la triple R corporativa”: Riesgo, Reputación y Responsabilidad, proponiendo incluso otro cambio de nombre a la RSE. Así se expresaba recientemente José A. Herce, alegando el “fiasco” de la Responsabilidad Social Corporativa y propugnando  una cultura empresarial que se llama Responsabilidad Social a secas o, Responsabilidad Corporativa Inteligente. Personalmente me importa poco el nombre siempre que hablemos de lo mismo. Pero, ¿hablamos de lo mismo?

 

Ramón Jáuregui

(Artículo pubicado en el dossier nº 14 de Economistas sin Fronteras)

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