El desperdicio alimentario se ha convertido en uno de los desafíos más acuciantes de nuestro tiempo. Año tras año, toneladas de alimentos terminan en la basura en todo el mundo, mientras que millones de personas sufren hambre. Esta problemática no solo tiene consecuencias devastadoras para el medio ambiente, sino que también profundiza las desigualdades sociales.
Desde la producción hasta el consumo, el desperdicio alimentario deja una huella ecológica significativa. La producción de alimentos requiere una gran cantidad de recursos naturales, como agua, tierra y energía. Cuando se desperdician alimentos, también se desperdician estos recursos, lo que agrava la presión sobre el medio ambiente. Además, los alimentos que terminan en vertederos emiten gases de efecto invernadero, contribuyendo al calentamiento global y al cambio climático.
En el ámbito social, el desperdicio alimentario agrava la inseguridad alimentaria y perpetúa la pobreza. Mientras que una parte de la población tiene acceso a una abundancia de alimentos, otra parte lucha por satisfacer sus necesidades básicas de nutrición. Esta disparidad es especialmente impactante en un mundo donde la comida desperdiciada en los países desarrollados podría alimentar a millones de personas en los países en desarrollo.
El reciente informe de la Agencia de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), publicado el pasado miércoles 27 de marzo, revela cifras alarmantes: mientras que un tercio de la humanidad se enfrenta a la inseguridad alimentaria, una quinta parte de los alimentos se tira a la basura, lo que equivale a mil millones de comidas. El Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024 destaca que en el año 2022 se desperdiciaron 1050 millones de toneladas de alimentos.
Según los expertos, aproximadamente el 19% de los alimentos disponibles para los consumidores se pierden en el comercio minorista, los servicios alimentarios y los hogares. Además, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que alrededor del 13% de los alimentos se pierden en la cadena de suministro.
Es preocupante observar que la mayor parte del desperdicio alimentario mundial proviene de los hogares, con un total de 631 millones de toneladas, o hasta el 60% del total de alimentos despilfarrados. Sin embargo, el problema no se limita a las naciones ricas. Tras casi duplicarse la cobertura de datos desde que se publicó el informe de 2021, ha habido una mayor convergencia entre ricos y pobres. La brecha más grande surge en las variaciones entre las poblaciones urbanas y rurales. En los países de ingresos medios, por ejemplo, las zonas rurales generalmente desperdician menos. Una posible explicación está en el reciclaje de restos de comida para mascotas, piensos y compostaje doméstico en el campo.
En palabras de Inger Andersen, directora ejecutiva del PNUMA: "El desperdicio de alimentos es una tragedia mundial. Millones de personas pasarán hambre hoy mientras se desperdician alimentos en todo el mundo". Ante esta situación preocupante, el informe recomienda centrar los esfuerzos en fortalecer la reducción del desperdicio de alimentos y el compostaje en las ciudades.
Finalmente, cabe destacar que según el informe, existe una correlación directa entre las temperaturas medias y los niveles de desperdicio de alimentos. Los países más cálidos parecen tener más desperdicio de alimentos per cápita en los hogares, posiblemente debido al mayor consumo de alimentos frescos que contienen menos partes comestibles y a la falta de soluciones sólidas de refrigeración y conservación.
Las temperaturas estacionales más altas, los episodios de calor extremo y las sequías hacen que sea más difícil almacenar, procesar, transportar y vender alimentos de manera segura, lo que a menudo conduce a que se desperdicie o se pierda un volumen importante de alimentos. Dado que la pérdida y el desperdicio de alimentos generan hasta el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, reducir las emisiones derivadas del desperdicio de alimentos es esencial, según la experta del PNUMA.
A pesar de que los datos revelados por el informe son graves, aún hay margen para el optimismo. Las alianzas público-privadas para reducir el desperdicio de alimentos y los impactos sobre el clima y el estrés hídrico están siendo adoptadas por un número cada vez mayor de gobiernos de todos los niveles.