No se puede subestimar el papel crucial de la perspectiva de género en la lucha contra el hambre y la reducción de la brecha nutricional. Las desigualdades de género se manifiestan en diversas facetas de la seguridad alimentaria y la nutrición, desde la distribución desigual de recursos hasta el acceso limitado a la educación y la falta de control sobre los ingresos familiares. Al abordar estos aspectos desde una perspectiva de género, se pueden diseñar políticas y programas más inclusivos y efectivos que satisfagan las necesidades específicas de hombres y mujeres, contribuyendo así a la disminución del hambre y la mejora de la salud nutricional en las comunidades.
Un informe conjunto, titulado "Desafíos de la brecha de género en la nutrición", elaborado por Acción contra el Hambre y otras organizaciones, destaca que incluso necesidades básicas como el acceso al agua limpia son inaccesibles para millones de personas en el mundo. Las mujeres y las niñas, en particular, a menudo son responsables de realizar largos recorridos para conseguir agua, exponiéndose así a riesgos de violencia y abusos. La falta de acceso a servicios básicos también afecta negativamente la educación de las niñas, con muchas abandonando la escuela debido a la falta de instalaciones sanitarias adecuadas.
La desigualdad de género es tanto una causa como una consecuencia del hambre y la pobreza. La brecha de género en la inseguridad alimentaria se ha duplicado en los últimos años, y el número de mujeres y niñas que sufren de malnutrición aguda ha aumentado significativamente en varios países afectados por crisis alimentarias. Estas disparidades persisten a nivel mundial, con millones de mujeres y niñas experimentando desnutrición y sus efectos adversos en la salud y el desarrollo.
La brecha nutricional de género se refiere a cómo las necesidades biológicas específicas de mujeres y niñas, junto con las disparidades en el acceso a alimentos y servicios, contribuyen a condiciones sanitarias y económicas desiguales. Las mujeres y las niñas se ven desproporcionadamente afectadas por la inseguridad alimentaria debido a la negación de sus derechos básicos, como la propiedad de tierras, el acceso al empleo y la educación. Promover la autonomía económica de las mujeres es esencial para abordar el hambre y la desnutrición. Esto implica adoptar un enfoque transformador de género que mejore el acceso de las mujeres a recursos y conocimientos técnicos, fortalezca.
Para hacerle frente a esta compleja situación, Acción contra el Hambre propone en su informe ocho medidas que ayudarían a cerrar la brecha nutricional de género:
1. Servicios de salud materna, neonatal e infantil. Redoblar intervenciones nutricionales dentro de los servicios de salud materna.
2. Sistemas de educación, salud y asistencia social. Fortalecer los vínculos para apoyar a mujeres y niñas en el sistema de atención mediante la incorporación de puntos de contacto críticos para prevenir, detectar y tratar la desnutrición.
3. Costumbres sociales. Promulgar políticas y programas transformadores para abordar las causas profundas de las desigualdades de género.
4. Fallos del mercado de los sistemas alimentarios. Educar sobre la importancia de las dietas saludables y proteger a las consumidoras de las prácticas de marketing perjudiciales a través de normativas.
5. Protección social. Ampliar funciones de sistemas de protección social para nutrición y empoderamiento económico de mujeres y niñas.
6. Crisis humanitarias. Dar prioridad a la nutrición de mujeres y niñas en respuestas humanitarias.
7. La economía de los cuidados no remunerados. Reconocer, reducir y redistribuir adecuadamente el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado.
8. Datos y rendición de cuentas. Eliminar lagunas de datos, invertir en sistemas de datos y garantizar el desglose de datos por sexo y edad.