La sequía, esa sombra desértica que se extiende sobre vastas regiones, no solo amenaza la disponibilidad de recursos hídricos, sino que también proyecta una sombra sombría sobre el presente y el futuro de los niños y niñas que viven en las zonas afectadas. A medida que las reservas de agua se agotan y la tierra se resquebraja, el impacto en la infancia es profundo y duradero.
El pasado lunes 13 de noviembre se dio a conocer un nuevo informe del Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF) que denuncia que unos 739 millones de niños del mundo, o uno de cada tres, viven en zonas expuestas a una alta o muy alta escasez de agua, y el cambio climático amenaza con aumentar esa cifra alarmante. Publicado dos semanas antes de la cumbre de la ONU sobre cambio climático COP28 a finales de este mes en Dubai, el estudio arroja luz sobre la amenaza que enfrentan los niños vulnerables.
Concretamente, la publicación explica que la doble carga de una disponibilidad cada vez menor y de servicios de agua potable y saneamiento deficientes o inexistentes agrava el desafío y coloca en un riesgo aún mayor la vida, la salud y el bienestar de cerca de 436 millones de niños. Esta combinación de factores es una de las principales causas de muerte entre menores de cinco años por enfermedades prevenibles, detalla el organismo. El futuro se ve poco alentador: las proyecciones indican que para 2050, 35 millones más de niños estarán expuestos a niveles elevados o muy elevados de estrés hídrico.
Los expertos explican que, en primer lugar, la sequía afecta de manera directa la salud física de los niños y niñas. La escasez de agua potable conlleva a condiciones higiénicas precarias, aumentando la propagación de enfermedades transmitidas por el agua. La desnutrición se vuelve una amenaza constante, ya que la falta de acceso a alimentos nutritivos y la pérdida de cosechas agrícolas afectan de manera desproporcionada a los más jóvenes, cuyo desarrollo físico y cognitivo se ve comprometido.
Además, la sequía ejerce una presión adicional sobre el acceso a la educación. Los niños, especialmente las niñas, a menudo se ven obligados a caminar largas distancias en busca de agua, relegando la educación a un segundo plano. Las escuelas también enfrentan dificultades, ya que la falta de agua afecta la higiene y el saneamiento en los centros educativos, creando un entorno propicio para la propagación de enfermedades y dificultando el aprendizaje.
La crisis hídrica también tiene un impacto psicológico significativo en los niños. La incertidumbre sobre el suministro de agua, la pérdida de cosechas y la presión económica en las familias generan niveles elevados de estrés y ansiedad en los más pequeños. La sequía no solo se traduce en la falta física de agua, sino también en una sequía emocional que afecta la salud mental de los niños. En un contexto más amplio, la sequía amenaza el derecho fundamental de los niños a vivir en un entorno saludable y sostenible. La degradación del medio ambiente y la escasez de recursos crean un futuro incierto, con consecuencias a largo plazo para la generación venidera. La lucha contra la sequía no es solo una batalla por la supervivencia inmediata, sino una inversión en el bienestar y el futuro de los niños.
Inseguridad hídrica: tres niveles
El informe de UNICEF explica que existen tres niveles de inseguridad hídrica: escasez de agua, vulnerabilidad del agua y estrés hídrico, en el que la demanda supera el suministro de agua superficial y subterránea. Asimismo, refiere las variadas formas en que los niños soportan la peor parte de los impactos de la crisis climática, incluidas las enfermedades, la contaminación del aire y los fenómenos meteorológicos extremos como inundaciones y sequías. La publicación afirma que el desarrollo infantil se ve afectado por factores de estrés ambiental desde el momento de la concepción.
Finalmente, la directora ejecutiva de UNICEF afirmó que las consecuencias del cambio climático son devastadoras para los niños ya que sus cuerpos y mentes son particularmente vulnerables al aire contaminado, la mala nutrición y el calor extremo.
“No sólo está cambiando su mundo con fuentes de agua secándose y fenómenos meteorológicos aterradores cada vez más fuertes y frecuentes, sino que también su bienestar se transforma a medida que el cambio climático afecta su salud física y mental”, argumentó Catherine Russell, quien lamentó que si bien el futuro de la infancia depende de cambios imperativos, sus necesidades quedan relegadas a un segundo plano. El análisis detalla que los niños y jóvenes más afectados son los que viven en Medio Oriente, el norte de África y el sur de Asia, donde los recursos hídricos son limitados y se registran altos niveles de variabilidad estacional e interanual, disminución del agua subterránea o riesgo de sequía.