La desigualdad de género y la crisis climática son dos de los retos más urgentes de la actualidad. Además, se trata de dos problemáticas que están fuertemente relacionadas. Por un lado, diversas investigaciones afirman que la crisis climática afecta de manera desproporcionada a la población femenina; y, por el otro, la explotación y expolio que el sistema capitalista hace sobre el planeta es semejable al que hace sobre los cuerpos de las mujeres y las identidades feminizadas.
La tan ansiada Agenda 2030 y sus ambiciosos objetivos de desarrollo sostenible no serán realidad hasta tanto no tengamos igualdad entre hombres y mujeres. A medida que comprendemos mejor y establecemos las conexiones críticas entre el género, la equidad social y el cambio climático, es más claro que sin igualdad no habrá desarrollo sostenible. Desde el aumento de la representación de las mujeres en el liderazgo y la toma de decisiones hasta la redistribución del trabajo doméstico y de cuidados y los recursos productivos, el progreso hacia un futuro sostenible y con igualdad de género comienza con la adopción de medidas hoy si lo que queremos es un mañana más justo y sostenible.
El pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Naciones Unidas lanzó una campaña para pedir reformas políticas y sociales que sitúen la igualdad de género y la sostenibilidad en el centro del progreso, y se propusieron cinco formas clave de impulsar este cambio: seguridad alimentaria; redistribución del trabajo doméstico y de cuidados; fortalecimiento del liderazgo femenino; financiamiento económico y políticas públicas que protejan la salud de las mujeres.
1. Dar más poder a las mujeres de las pequeñas explotaciones
Naciones Unidas afirma que, en las últimas décadas, el 55% de la mejora de la seguridad alimentaria en los países en desarrollo ha sido impulsada por programas que promueven la capacitación de las mujeres. Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación prevé que, si las mujeres agricultoras tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos, su rendimiento agrícola aumentaría entre un 20% y un 30%. Esto podría proporcionar suficientes alimentos para evitar que entre 100 y 150 millones de personas pasen hambre, reduciendo el hambre en el mundo entre un 12 y un 17%.
En este sentido, el aumento de la capacidad productiva de las pequeñas agricultoras (que gestionan superficies agrícolas de hasta 10 hectáreas, o aproximadamente 25 acres) también contribuye a promover prácticas agrícolas sostenibles. El 75% de los alimentos del mundo proceden de sólo 12 plantas y 5 especies animales, lo que hace que el sistema alimentario mundial sea extremadamente vulnerable a las perturbaciones medioambientales, como los cambios en los patrones climáticos y los fenómenos meteorológicos extremos. Los pequeños agricultores, que suelen recurrir a cultivos más diversos y resistentes al clima, representan una alternativa sostenible a nuestro modelo actual de producción agrícola.
2. Invertir en trabajo doméstico y de cuidados
La problemática que se esconde detrás de los trabajos que sostienen la vida quedó en mayor evidencia tras la pandemia. La economía mundial depende del trabajo de cuidados no remunerado y mal pagado que realizan principalmente las mujeres. Pero, a pesar de su naturaleza esencial, este trabajo no es realmente valorada como debería serlo. Más bien, el trabajo de cuidados (al igual que el medio ambiente) se trata como una mercancía ilimitada que puede utilizarse sin coste ni consecuencias.
Al respecto, Naciones Unidas insta a los gobiernos a tomar medidas y propone que estos deberían tratar el trabajo de cuidados como un bien colectivo, ampliando su disponibilidad y proporcionando un apoyo adecuado a quienes lo realizan. Esto incluye invertir en la expansión de los servicios de cuidados, así como aumentar el apoyo a los cuidadores no remunerados. El sector privado también tiene un papel que desempeñar, apoyando el trabajo de cuidados no remunerado a través de permisos familiares remunerados y acuerdos de trabajo flexibles. Invertir en el trabajo de cuidados no es sólo un reconocimiento de su importancia, sino también una forma de crear puestos de trabajo y fomentar el crecimiento económico sin aumentar las emisiones de carbono. Los cuidados son un sector económico intrínsecamente sostenible: en lugar de consumir recursos, contribuyen a mantener y fortalecer las capacidades humanas. Para frenar las emisiones habrá que replantearse la forma en que producimos y medimos el valor -pasando de un modelo económico basado en el agotamiento a otro basado en la regeneración- y la inversión en cuidados es un paso crucial en esta dirección.
3. Fortalecimiento del liderazgo de las mujeres
Tanto a nivel nacional como comunitario, la representación y el liderazgo de las mujeres parecen impulsar mejores resultados medioambientales según la ONU. Los países con mayor porcentaje de mujeres en el parlamento tienden a adoptar políticas más estrictas en materia de cambio climático, lo que se traduce en menores emisiones. A nivel local, la participación de las mujeres en la gestión de los recursos naturales conduce a una gobernanza de los recursos más equitativa e inclusiva y a mejores resultados de conservación. Y cuando los programas climáticos comunitarios incluyen plenamente a las mujeres, tienden a ser más eficaces y eficientes en el uso de los recursos.
En general, las mujeres son más propensas a tener en cuenta a sus familias y comunidades en los procesos de toma de decisiones, lo que es crucial para producir el tipo de soluciones holísticas que permiten una acción climática eficaz. Las mujeres indígenas, en particular, poseen conocimientos únicos sobre agricultura, conservación y gestión de recursos naturales que hacen que sus voces sean indispensables en cualquier proceso de toma de decisiones.
4. Financiar organizaciones de mujeres
Las organizaciones fuertes de la sociedad civil son un contrapeso fundamental para los poderosos actores estatales y empresariales. Aportan las voces de quienes mejor conocen sus propias experiencias y necesidades a los procesos de toma de decisiones y contribuyen a que los gobiernos rindan cuentas a las personas a las que deben servir: ambas cosas son fundamentales para una acción climática que dé prioridad al bienestar de las personas y del planeta.
Es por ello, que en su comunicado la ONU sostiene que la colaboración de los gobiernos con las organizaciones de mujeres puede ayudar a garantizar que las políticas climáticas respondan a las necesidades específicas de las mujeres y las niñas, y que dichas políticas se apliquen eficazmente. En las comunidades vulnerables, las organizaciones de mujeres actúan a menudo como una red de seguridad informal, colmando las lagunas de los servicios gubernamentales y ayudando a proporcionar apoyo de emergencia. La potenciación de estas redes comunitarias es una forma crucial de crear resiliencia climática a nivel local.
5. Proteger la salud de las mujeres y niñas
Por último, diversas investigaciones internacionales advierten que las mujeres serán las más afectadas por los efectos negativos del clima en la salud. En general, las mujeres tienen más probabilidades de morir en las catástrofes, debido en parte a su limitado acceso a los recursos y servicios. La evidencia científica también indica que el cambio climático tendrá repercusiones negativas en la salud sexual y reproductiva: el aumento de las temperaturas está incrementando la propagación de enfermedades como la malaria, el dengue y el virus del Zika, que están relacionadas con resultados negativos en el embarazo y el parto, y el propio calor extremo parece aumentar la incidencia de la mortinatalidad. Como ocurre con otras crisis y desastres, el cambio climático también aumenta la vulnerabilidad a la violencia de género. Al mismo tiempo, las catástrofes climáticas suelen restar recursos a los servicios de salud de las mujeres y a los servicios de apoyo a las supervivientes de la violencia de género. A medida que el cambio climático se agrava, es fundamental reforzar y ampliar estos servicios para ayudar a mantener a las mujeres sanas y salvas.
Tomar estas medidas -y por qué no otras también- es un buen primer paso rumbo a la construcción de sociedades más justas, equitativas, resilientes y sostenibles.