En los años ochenta el número de mujeres mayores que vivían solas apenas llegaba al medio millón. En 2011 eran ya casi un millón trescientas mil, y en 15 años podríamos estar ya cerca de los dos millones de personas. En concreto, se estima que en 2031 podría haber 1.867.000 mujeres mayores viviendo solas. Esta proyección deriva de la información contenida en los Censos de Población y teniendo en cuenta dos elementos: el efecto del número de hijos sobre la probabilidad de vivir sola a edades avanzadas y el número de mujeres de más de 45 que ya han completado su ciclo reproductivo, según explican David Reher, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y Miguel Requena, catedrático de Sociología en la UNED, en un documento publicado en el Observatorio Social de La Caixa.
Los autores consideran que vivir sin compañía a edades avanzadas está asociado a un mayor aislamiento social y riesgo de enfermedades, así como menores niveles de bienestar psicológico, satisfacción personal y calidad de vida percibida. Por ello, "la relevancia social de esta cuestión es indudable", afirman.
También resaltan que la autonomía personal es cada vez más un valor en alza, también para las personas mayores; además, se dan las condiciones objetivas para hacerlo, porque ahora los mayores cuentan con más recursos sociales y económicos para vivir solos que en el pasado.
Las mujeres mayores que viven solas son ahora un grupo vulnerable y numeroso, pero lo serán aún más en el futuro. Hay dos fenómenos demográficos que apuntan a esa dirección. El primero es el aumento de la longevidad y, con ella, de la esperanza de vida. El segundo es la caída de la fecundidad. Cada vez se tienen menos hijos y, como consecuencia, las familias son más pequeñas. Si las mujeres van a vivir más años –muchos de ellos con buena salud– y un menor número de hijos aumenta la probabilidad de vivir sola, todo indica que en los próximos años la magnitud del fenómeno de las mujeres mayores que vivirán solas será aún mayor.
Por ello, subrayan que "todo esto tiene importantes implicaciones para el diseño de políticas sociales y para la organización de los servicios de bienestar. Las personas mayores que viven solas presentan un mayor riesgo de exclusión y aislamiento social, y requieren más atención, cuidado y seguimiento. Por eso es importante conocer y anticipar los cambios sociales y demográficos a las respuestas sociales y políticas. Solo así será posible que los servicios de bienestar y la sociedad puedan adaptarse y ser capaces de responder a unas necesidades que son ya una realidad y lo serán aún más en las próximas décadas".