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Por segundo año consecutivo, la Fundación Adecco presenta el informe “Un empleo contra la exclusión” que, en esta ocasión ha analizado e interpretado los datos del informe AROPE (at risk of poverty and/or exclusión, de EAPN), en su relación con cifras oficiales de la EPA y una encuesta elaborada a 200 personas desempleadas y en riesgo de exclusión, que han encontrado recientemente una ocupación.

Los últimos datos de desempleo reflejan una recuperación económica ya consolidada: por primera vez desde 2008, el número de desempleados desciende de la cota psicológica de 4 millones y la tasa de paro se sitúa en 16,5%, lejos del 25,7% registrado en 2013, año álgido de la crisis.

Sin embargo, según Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco: “a pesar de estas cifras, la pobreza y la exclusión siguen sin recuperarse de manera tangible, habiéndose reducido en los 2 últimos años, pero de forma más pausada y menos evidente. No en vano, la población más vulnerable fue la primera en sufrir las consecuencias de la crisis y la última en beneficiarse de los efectos de la recuperación económica”.

Además, Mesonero recalca que: “la riqueza sigue midiéndose en variables macroeconómicas como el PIB, pero no en términos de bienestar social, lo que provoca que la situación de las personas en riesgo de pobreza y exclusión permanezca oculta e invisibilizada”.

Así, el 27,9% de la población se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social según el índice AROPE, una cifra aún elevada, a pesar de la caída de 0,7 puntos porcentuales con respecto al año anterior.

Pero, ¿qué personas se consideran en riesgo de pobreza y exclusión, según AROPE? Aquéllas que cumplen, al menos, uno de los siguientes criterios:

  • Vivir en un hogar con una renta inferior al umbral de la pobreza (el 60% de la mediana de la renta nacional, fijada en 2016 en 684 euros mensuales).
  • Estar en privación material severa, no pudiendo afrontar, al menos, 4 de los siguientes gastos: vivienda, calefacción, vacaciones, alimentación básica, gastos imprevistos, teléfono, televisor en color, lavadora o automóvil.
  • Vivir en un hogar con baja intensidad de trabajo (inferior a 0,2), definida como la relación entre el número de meses trabajados por todos los miembros de la unidad familiar y el número total de meses que podrían trabajar, como máximo, todas las personas en edad laboral de dicho hogar.

Para  el Director General de la Fundación Adecco: “aunque el desempleo sólo se menciona en el último de los 3 indicadores, es el desencadenante de todas las situaciones de pobreza y exclusión social.  El paro de larga duración y la situación de irregularidad en el trabajo son los principales responsables de que las familias tengan que subsistir con ingresos inferiores a 684 euros mensuales (umbral pobreza) o que no puedan afrontar gastos básicos como la vivienda o la calefacción (privación material severa)”.

El desempleo, principal desencadenante de pobreza y exclusión

Pero, ¿cuántas personas consideradas en riesgo de pobreza y exclusión tienen edad laboral? Cruzando los datos de AROPE con los de población proporcionados por el INE, un 30,8% de las personas entre 16 y 64 años, es decir, 9.328.216, se encontraría en esta situación. Este porcentaje es superior a la media (27,9%).

Según Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco: “no parece aventurado señalar que, entre estas personas en edad laboral, nos encontramos con una elevada proporción de desempleados, así como profesionales que se encuentran en situación de irregularidad e inactivos con capacidad para trabajar, pero que no lo hacen por razones culturales: personas con discapacidad, mayores de 45 años que perdieron su empleo y se han retirado del mercado, ante la falta de expectativas profesionales, etc.  El desempleo, la precariedad y la inactividad, se convierten, por tanto, en los indiscutibles factores que subyacen detrás de todas las situaciones de pobreza y exclusión”.

Llama asimismo la atención el elevado porcentaje de población entre 16 y 29 años y entre 45 y 64 años que se encuentra en situación AROPE: un 37,6% y un 30,5%, respectivamente, frente al 27,1% de las personas entre 30 y 44 años.  A este respecto, Mesonero declara que: “los jóvenes y los mayores de 45 años son los que presentan mayores dificultades en su acceso al mercado laboral y ello tiene una consecuencia directa: una mayor tendencia al riesgo de pobreza y exclusión social”.

El empleo, factor de inclusión social y salud

Una encuesta realizada a 200 personas en desempleo y riesgo de exclusión (por atravesar grandes dificultades económicas), y que recientemente han encontrado una ocupación, revela que el empleo es un factor determinante para superar estas situaciones.  

Así, si el 64% de los encuestados manifestaba grandes dificultades para llegar a fin de mes cuando no tenía trabajo, sólo el 25% lo hace una vez encuentra una ocupación.

Y si bien una cuarta parte sigue expresando dificultades económicas cuando encuentra empleo, según Mesonero: “encontrar un trabajo, aunque sea a jornada parcial y con bajos ingresos es, para una persona en riesgo de exclusión, el primer paso para salir de una situación de bloqueo que le impide avanzar y tomar decisiones. El empleo ayuda a las personas a empoderarse, a continuar formándose y a adquirir nuevas habilidades. En definitiva, es el punto de partida para recuperar la ilusión y la motivación necesarias para buscar otras oportunidades en el medio plazo, mejorando las condiciones actuales”.

En esta línea, y según la presente encuesta, el empleo tiene otros efectos en la vida de las personas en riesgo de exclusión: un 60% admite que puede hacer frente a gastos que antes no podía permitirse y que ha incrementado su consumo en actividades de ocio y entretenimiento.

Sin embargo, el empleo no sólo impacta en el bolsillo, también en otras esferas vitales: un 52% destaca cómo éste ha mejorado sus relaciones familiares y un 75% declara haber incrementado sus relaciones sociales. Asimismo, un 85% destaca que el empleo le hace sentirse más libre y completo y un 90% lo asocia con la mejora de su autoestima y salud emocional.

Según Francisco Mesonero: “el desempleo, especialmente cuando es de larga duración, puede derivar en el autoestigma, haciendo que las personas se retraigan en sus relaciones familiares y sociales y entren en una espiral de aislamiento, cada vez más profunda. Desde nuestras oficinas, asistimos diariamente a casos de personas que se encontraban muy abatidas y en grave riesgo de exclusión, pero que han logrado superarla gracias al empleo”.

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