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El ODS 8 plantea, como metas específicas, el crecimiento y la productividad económica, además de garantizar la creación de puestos de trabajo o favorecer el emprendimiento. Todo ello debe ser realizado de forma eficiente y sostenible. En este escenario definido por el objetivo 8, ¿qué papel juega la ética económica? Para dar respuesta a esta pregunta se hace necesario estructurar conceptualmente la reflexión mediante las nociones de descripción, prescripción y normatividad.

Sobre la descripción. En el plano del ser podemos describir lo que efectivamente ocurre en una economía. Desde un punto de vista descriptivo, si un gobierno aumenta los impuestos, por lo general el consumo se reducirá. Se trata de una descripción positiva que lleva a una serie de deducciones en base al general comportamiento económico de las personas.

Sobre la prescripción. Desde un punto de vista prescriptivo, podemos seguir recomendaciones condicionales en base a la estructura si... entonces..., y lograr ciertas metas. Un ejemplo clarificador procedente de la ciencia política —y elegido de forma intencionada—, es El Príncipe de Maquiavelo. Se trata de una serie de recomendaciones para la consecución de un fin determinado. En el seguimiento mecánico de determinadas conductas posibles debe estar ausente cualquier valoración moral. En base a lo que positiva y descriptivamente ocurre, podemos elaborar prescripciones realistas que ayuden a lograr las metas que nos proponemos. Pero, desde el punto de vista antropológico, es posible trascender esta forma de razonar; simplemente somos libres de no seguir determinados cursos de acción. Esto ocurre cuando el pensamiento se eleva a un plano superior, de un plano realista materialista a un plano realista trascendental.

En el plano normativo no nos contentamos con recomendaciones mecánicas para lograr metas. Aspiramos a una sociedad mejor, y decimos, simplemente, no. El plano normativo nos sitúa en el espacio pluralista de los valores morales y políticos que pueden darse en una sociedad abierta. El plano normativo es un espacio de libertad donde es posible la ética, porque "la libertad es la condición ontológica de la ética; pero la ética es la forma reflexiva que adopta la libertad" (Foucault, 1984). La libertad del sujeto hace posible pensar la ética. La ética nos permite imaginar mundos posibles, y ser responsables de hacerlos reales, o no. La responsabilidad social de la empresa es una posibilidad de la ciencia económica. La responsabilidad social existe porque es posible la elaboración y el seguimiento de juicios normativos que trasciendan los juicios prescriptivos. De esta forma, es posible determinar la bondad o maldad de una recomendación prescriptiva y elegir cursos de acción alternativos que protejan, por ejemplo, el valor inherente de las personas.

La Agenda 2030 nos habla de promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos pero —cabe interpretar—, no de cualquier manera, sino siguiendo aquellos razonamientos normativos que desemboquen en la consecución de las metas. Además de las motivaciones basadas en el interés —las de un posible homo economicus—, existen otras motivaciones que se sitúan en un plano trascendental. Quedan definidos dos planos: el inmanente economicista y el trascendental normativo. El plano trascendental normativo insiste en que determinadas acciones posibles no deberían ser reales, aunque efectivamente así ha sido en el pasado, en el presente y, probablemente, en el futuro. Afortunadamente, acciones posibles se quedan en mundos posibles, no aconteciendo en el mundo real. Desgraciadamente también, acciones posibles acontecen en el mundo real, no quedándose en los mundos posibles.

Llevado al plano de la economía, los filósofos morales, los antropólogos humanistas y los expertos en responsabilidad social nos dicen que no todo puede lograrse en el plano inmanente de los mercados, sino que el ser humano es de tal tipo que puede elevarse de lo visible a lo invisible y simbólico, de lo material a lo inmaterial e intangible, de lo cuantificable a lo cualitativo. Desde ese plano superior, frente a la mera inmanencia de la materia y del mercado, puede fundarse una sociedad buena. Los principios morales se imponen entonces desde fuera y por encima, y pueden ordenar la acción de una sociedad económica.

Evidentemente, podemos no seguir las normas trascendentales y obtener buenos resultados —medibles y constatables—, pero las acciones sin la sabiduría que aporta el juicio ético suelen tener consecuencias como, por ejemplo, salir en las noticias. Desde un punto de vista normativo, la solución no reside únicamente en la mejora cuantitativa del crecimiento, la productividad y otras variables, sino en la toma de conciencia del vacío transcendental que opera en nuestras sociedades, y en la importancia de las normas intangibles para el buen funcionamiento de ellas. La presencia trascendental hace que las simples sociedades —mecánicas y en constante producción de leyes, ya lo decía Tácito— pasen a ser buenas sociedades, con buenas empresas y buenas personas. En definitiva, sociedades responsables. Este razonamiento lleva a afirmar que, sin el cultivo de un verdadero ethos moral, la sostenibilidad es un concepto vacío, sin fundamentos desde el punto de vista antropológico (Benavides Delgado y Fernández Mateo, 2020: 140). Es decir, que debemos seguir las reglas que nos permiten alcanzar mejores sociedades, dando forma con nuestra acción a una sociedad buena. Aunque siempre podemos no hacerlo y vivir temporalmente en el espejismo del ser mientras el deber ser golpea la puerta de la conciencia.

Referencias.

Benavides Delgado, J. y Fernández Mateo, J. (2020). Los límites de la sostenibilidad. Navarra. EUNSA.

Foucault, M. (1984). La ética del cuidado de uno mismo como práctica de la libertad (Entrevista con Michel Foucault realizada por Raúl Fornet-Betancourt, Helmut Becker y Alfredo Gómez-Muller el 20 de enero de 1984). Revista Concordia, 6, 96-116.

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