Visto el impacto perverso que las bonificaciones monetarias han tendido en el comportamiento cortoplacista en las instituciones financieras, algunas empresa están relacionando estas bonificaciones a la alta gerencia con objetivos de responsabilidad social y ambiental. ¿Es esto efectivo? ¿Es suficiente? ¿Basta con bonificaciones a los de arriba? ¿Tienen que ser monetarias? Continuamos con la discusión iniciada en la Primera parte del artículo, publicada en este Diario hace cuatro semanas.
Antonio Vives
Muchas empresas de envergadura internacional se preocupan por mostrarse como socialmente responsable, mediante lindos eventos y proyectos de RSE, gastan dinero en publicidad, pero descuidan o no se preocupan de una parte esencial: sus empleados.
Adriana Orsi
Millones de mujeres transcurren sus días en trabajos que en pleno siglo XXI casi no tienen derechos laborales, en donde están aisladas, y que son “puertas adentro” invisibles para la sociedad. Son las llamadas “trabajadoras domésticas”. Una prestigiosa organización americana, Wiego, describe así su situación: “trabajan largas jornadas por una paga mísera, generalmente no tienen prestaciones laborales como seguro médico, pensión para el retiro o tiempo pagado por maternidad…las leyes de protección son frecuentemente ignoradas por los patrones y no son ejercidas por las autoridades…aquellas que viven en la casa de sus patrones dependen totalmente de la buena o mala voluntad de sus jefes”.
Bernardo Kliksberg
El proyecto Rivasecópolis, liderado por el ayuntamiento, trata de movilizar a ciudadanos y empresas para que asuman su huella ecológica. Han centrado la actuación en tres ejes: la creación de un centro científico empresarial dedicado al agua y la energía, la generación de la Agencia Local de la Energía –como servicio de información al ciudadano–, y la información y participación ciudadana a través de la Semana de la Sostenibilidad, y se han fijado un ambicioso objetivo: reducir un 50% sus emisiones para 2020 y lograr ser neutra en carbono para 2030.