Estas ausencias, junto con la representación limitada de Estados Unidos y la exclusión de Rusia, dejan a gran parte de la población mundial —más del 50%— fuera del liderazgo necesario para alcanzar un consenso global. En este contexto, Europa se encuentra en una posición crítica, ya que, independientemente del resultado de las negociaciones, tiene una tarea ineludible: avanzar hacia su descarbonización para garantizar su independencia energética.
El principal desafío de esta COP29 gira en torno a la negociación del Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado de Financiación para el Clima (NCQG). Este mecanismo actualizará el compromiso histórico de 2009 de movilizar 100.000 millones de dólares anuales, una meta que, aunque tardíamente cumplida en 2022, es insuficiente frente a las necesidades actuales. Los países en desarrollo ahora requieren entre 500.000 millones y más de un billón de dólares al año para abordar los efectos del cambio climático, un objetivo ambicioso que enfrenta múltiples obstáculos.
Las dificultades para consensuar un nuevo financiamiento global radican en varias causas. En primer lugar, persiste el debate sobre las responsabilidades históricas: los países desarrollados, principales responsables de las emisiones acumuladas, argumentan que las economías emergentes como China, India y Brasil también deben contribuir significativamente al financiamiento. Esta postura choca con la de los países en desarrollo, que consideran injusto cargar con una crisis que no han generado, especialmente cuando enfrentan una falta de recursos para adaptarse a los impactos más inmediatos del cambio climático. En segundo lugar, la incertidumbre económica global, agravada por conflictos geopolíticos y crisis energéticas, ha reducido la disposición de muchos países a comprometer recursos financieros significativos. Finalmente, la distribución de los fondos también genera tensiones: los países pequeños y vulnerables, a menudo tienen dificultades para acceder a los recursos debido a la burocracia y la falta de capacidad técnica y por su parte, en los países donantes, hay una falta de confianza en la gestión de los fondos movilizados, temiendo que estos no sean utilizados de manera efectiva
Para Europa, este contexto representa tanto una amenaza como una oportunidad. Aunque un eventual fracaso de las negociaciones dañaría su posición como líder climático global, el continente no tiene más remedio que avanzar en su transición energética. La invasión rusa de Ucrania y la consiguiente crisis energética han evidenciado la fragilidad de Europa frente a su dependencia de fuentes externas de energía, especialmente combustibles fósiles importados. La descarbonización, más que un objetivo ambiental, se ha convertido en una necesidad estratégica para garantizar la independencia energética y la seguridad económica del continente.
No obstante, el fracaso de las negociaciones tendría consecuencias importantes para Europa. La inacción global agravaría los impactos del cambio climático, aumentando la frecuencia de olas de calor, sequías e inundaciones que ya están afectando severamente a sectores clave como la agricultura, el turismo y las infraestructuras. Además, la falta de un consenso global podría limitar la adopción de tecnologías limpias en los países en desarrollo, afectando la demanda internacional de productos europeos vinculados a la transición energética.
Es decir, incluso si las negociaciones en Bakú no logran un consenso satisfactorio, Europa no puede permitirse retrasar su descarbonización. La independencia energética y la resiliencia climática son pilares fundamentales para su futuro económico y político. Los recientes avances en energías renovables, como la solar y la eólica, han demostrado que el continente tiene la capacidad técnica y económica para liderar esta transformación. Además, Europa tiene la oportunidad de consolidarse como un actor clave en la diplomacia climática, promoviendo alianzas estratégicas con países en desarrollo para apoyar su transición energética y fomentar una acción global más inclusiva y equitativa.
Para finalizar, personalmente pienso que, a pesar de las ausencias notables, las tensiones políticas y las dificultades para alcanzar un acuerdo en la COP29, Bakú se antoja el escenario perfecto para poner las cartas sobre la mesa en materia de acción climática, dejando de lado cierto "ecopostureo" que ha caracterizado a determinados actores de ediciones anteriores, con declaraciones grandilocuentes sin ninguna intención real de ser consideradas al regresar a casa. En este sentido, la COP29 podría marcar una diferencia crucial: ofrecer un espacio para conversaciones más realistas y francas, donde quede claro qué se puede esperar de cada país, tanto en términos de financiamiento como de acción climática.
Este ejercicio de honestidad, aunque pueda parecer menos inspirador que grandes anuncios, es vital para reconstruir la confianza y sentar las bases de una cooperación efectiva en el futuro. Saber quién es quién, permitirá a todo el mundo ajustar expectativas y estrategias de manera más efectiva. Con esta transparencia, la comunidad internacional tendrá un mejor punto de partida para abordar los desafíos climáticos de forma seria y comprometida en los años venideros.