Cada año, en el mundo se desperdician más de 900 millones de toneladas de alimentos en los hogares, en establecimientos de venta al por menor y en la industria de servicios de alimentación, según señala el Informe del Índice de Desperdicio de Alimentos del Programa de las Naciones Unidas para el medioambiente (PNUMA).
En Europa, se calcula que la cifra del desperdicio de alimentos asciende a más de 150 millones de toneladas, por lo que algunos países están tomando conciencia de esta grave situación, y poniendo en marcha acciones, medidas y leyes para regular este asunto primordial.
Asimismo, el volumen total de desperdicio alimentario en España, solamente en los hogares durante el periodo de abril a septiembre de 2022 ha alcanzado los 600 millones de kilos, pese a que ha tenido un descenso de un 5 % respecto al mismo periodo del año anterior según cifras del MAPA.
Todas estas cifras nos enseñan que estamos ante un problema de ámbito mundial, que conlleva desde la producción de alimentos hasta la concienciación social para usar eficientemente los recursos que tenemos y no desperdiciarlos.
Además, el mundo está cambiando a una velocidad rapidísima, y también lo están haciendo los hábitos de consumo. La pandemia nos ha vuelto más saludables, llevándonos al consumo dentro de los hogares. Así, nos hemos vuelto más digitales, incrementando las compras online, e incluso somos más sostenibles, ya que nos enfocamos más en lo local y preferimos las marcas que tienen un propósito para cambiar el mundo.
No obstante, sigue habiendo personas en situaciones muy vulnerables, y familias que pasan hambre. Y, a pesar de ello, seguimos tirando alimentos a la basura y teniendo desperdicio en toda la cadena de valor de los alimentos.
Sin embargo, ¿Qué pasaría si empezáramos a reducir el desperdicio? Es decir, si las empresas dejaran de destruir sus excedentes y los vendieran a precios más baratos a consumidores, o los donaran a bancos de alimentos, y las emisiones de gases de efecto invernadero descendieran entre un 8 y el 10%.
La respuesta es muy sencilla. Claramente, tendríamos una situación excepcional que tendría retorno en lo social, en lo ambiental y evidentemente en lo económico. El coste asociado al desperdicio representa el 5,6% de las ventas totales de las empresas, según un estudio publicado por Capgemini. En conclusión, estaríamos contribuyendo a favorecer un triple impacto positivo.
Por tanto, quizá la solución para conseguir reducir los desperdicios de alimentos sea más fácil de lo que pensamos, y comience visibilizando el problema por parte de los gobiernos y organismos públicos; así como empresas privadas, concienciando y sensibilizando a la sociedad para que cambie su mentalidad, la forma de comprar, cocinar y valorar los alimentos, viendo el duro trabajo
que hay detrás de ellos desde su origen hasta que llegan a sus manos; Y continúe en toda la cadena de valor e industria alimentaria, donde las empresas del sector, tanto fabricantes como distribuidores deben adaptarse al Proyecto de Ley de prevención de pérdidas y desperdicio alimentario, aprobado el 7 de junio de 2022.
Además, en estos primeros meses del año entrará en vigor la nueva Ley de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, y las empresas tendrán que alinearse y afrontar estas medidas, ayudándose de empresas externas que ayuden a poner en marcha sus planes de prevención y acciones de reducción del desperdicio como donar sus excedente a asociaciones. Es el momento de demostrar que realizar donaciones de alimentos no solo son acciones solidarias puntuales, sino que aparte de ser obligatorias por Ley también pueden ser rentables para las empresas.
En definitiva, nos enfrentamos a un desafío en el que la innovación y la tecnología son soluciones esenciales, pero también lo es la responsabilidad de cada uno de nosotros, y la decisión de empezar a actuar cuanto antes a nivel personal y también empresarial.
