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El reto de la transformación europea

En los últimos años oímos y leemos en los medios que Europa pierde relevancia a nivel mundial y que los europeos debemos resignarnos a convertirnos en un actor de segundo nivel. Sin embargo la Unión Europea está inmersa en una transformación extraordinaria que refleja su ambición de liderazgo y para ello conmina a todos sus actores, ciudadanos e instituciones, a que participen de forma activa en el debate sobre los objetivos mismos, sobre el ritmo de consecución y sobre los esfuerzos necesarios para alcanzarlos. Esos retos se enuncian a alto nivel pero responden a realidades sociales, laborales y económicas muy cercanas que todo ciudadano puede experimentar desde distintos prismas en su vida cotidiana. A la vez, son profundamente coherentes con los valores que la Unión Europea ha definido como propios poniendo de acuerdo a las naciones y los colectivos que la componen.

La gran apuesta que representan parte de un concepto simple: la gobernanza de nuestras naciones, de empresas e instituciones y de las vidas de los ciudadanos no pueden responder únicamente al principio de maximización de los retornos económicos. Hay, al menos, tres aspectos que también debemos considerar: la excelencia en el gobierno de las organizaciones, el equilibrio medioambiental y la estabilidad e impacto social. Considerando cada una de esas variables como parte de la ecuación y no como mera consecuencia de las políticas económicas pretendemos trazar una vía de sostenibilidad a largo plazo. Cambiando las reglas cambiamos el terreno de juego.

Esta transformación tiene unas consecuencias de gran calado porque implica que ya no es suficiente con encontrar modelos de negocio que funcionen a base de detectar y cubrir necesidades existentes sino que la forma de hacerlo debe cumplir unas condiciones que estén de acuerdo con esos principios. Por ejemplo, el sector agrícola europeo se enfrenta al reto de producir alimentos en un marco regulatorio cada vez más exigente en términos ambientales y de buenas prácticas, debiendo remunerar a sus trabajadores en un marco laboral estándar con la industria y el sector servicios. Eso supone un encarecimiento de los productos que difícilmente pueden soportar la competencia de las importaciones de países que no cumplen esos principios. Las respuestas que observamos incluyen la introducción de tecnologías de apoyo (genética, automatización y sensores), la PAC, los aranceles, la contratación de trabajadores inmigrantes y la concentración progresiva de las explotaciones para acometer las inversiones necesarias y rentabilizarlas.

El ritmo de la transformación también es una variable fundamental ya que tanto las empresas como el mercado deben disponer del tiempo para encontrar los caminos y los medios. Por ejemplo, la mayor parte de países europeos tiene legislaciones medioambientales y laborales con salarios mínimos, fijando un suelo a los costes de producción. Durante años se ha señalado a estos factores como causa de la externalización de la producción de muchas industrias a países con bajos salarios o menos regulación. Aquellas que han conseguido elevar la productividad de los trabajadores o que han compensado por otros medios esa desventaja, con nuevos productos de mayor valor añadido o con I+D, han permanecido. Sin embargo, el aumento de capacitación de los trabajadores, los cambios en los procesos productivos, la inversión en I+D o las inversiones que causan aumentos de productividad son lentos y a menudo requieren apoyo estatal. 

No debe extrañar por tanto que el camino que transitamos reciba críticas legítimas y en algunos foros se dude de su efectividad, puesto que difiere de los caminos emprendidos por otros actores. La UE en si misma es una innovación organizativa, una fórmula de co-gobernanza que no tiene precedente en la historia. Bajo una apariencia endeble, los lentos mecanismos de decisión que integran múltiples visiones producen resultados sólidos porque la diversidad de agentes participantes genera una gran riqueza de puntos de vista que exigen ser tenidos en cuenta. La cohesión y el acuerdo de la sociedad en los objetivos que nos fijamos es una garantía de que todos bailamos al mismo ritmo.

Por ello, los mismos paradigmas aplicados a las empresas deberían producir resultados equivalentes. Asegurando la riqueza y la diversidad del talento tendremos mayores garantías de encontrar el modo de adaptarnos a los nuevos marcos con la convicción de que el resultado producirá un entorno más apto donde vivir. De este modo, la transformación europea supone un reto para sus empresas, independientemente de su tamaño y su contribución colectiva debe sumar al objetivo común.

El cambio no depende de nosotros. Es imparable. La permanencia es una ilusión de los sentidos, como apuntaba Heráclito hace más de dos mil quinientos años. La coherencia entre nuestra economía, nuestra vida y nuestro planeta está detrás de la transformación que estamos impulsando. Siempre es mejor estar al volante que resignarse a que otros nos lleven donde no queremos ir.

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