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El comienzo del siglo XXI supuso el espaldarazo mundial a las microfinanzas. El año 2005 fue declarado Año Internacional del Microcrédito por parte de la ONU y, en 2006, Yunus obtuvo el Premio Nobel de la Paz en reconocimiento a su labor en favor de los más desfavorecidos de Bangladesh y por su papel en la fundación y gestión del banco. Aunque la suya no fue la única iniciativa de este tipo, sí la que logró mayor notoriedad y la que se convirtió en un icono del microcrédito y en el ejemplo que seguir.

La concesión del premio Nobel de la Paz a Yunus y al banco Grameen supuso el reconocimiento por parte de organismos internacionales del papel relevante de las microfinanzas en el desarrollo de los países más pobres y el inicio de políticas de apoyo a este tipo de iniciativas.

El papel del sistema financiero siempre se ha considerado crucial en la economía de un país. Gracias a los diferentes medios de pago y productos de ahorro, financiación y seguro, el sistema financiero permite un desarrollo adecuado y ágil de las transacciones comerciales, una canalización eficiente de los recursos financieros entre agentes económicos y una gestión eficaz del riesgo. Sin embargo, el desarrollo de los sistemas financieros a lo largo de la historia ha estado muy ligado a la cobertura de las necesidades financieras de las empresas e inversores de los países más desarrollados, dejando fuera de su perspectiva a grandes grupos de población —mayoritariamente en los países en desarrollo y en menor medida, pero también, en los países desarrollados— que encontraban muchas barreras de todo tipo para acceder a sus servicios:

  • Barreras económicas. Cantidades y garantías mínimas requeridas.
  • Barreras socioculturales. Población analfabeta, o con formación muy escasa, trámites administrativos complicados y que se dilatan en el tiempo, población excluida socialmente por razones de género, idioma, raza o estrato social, procedencia o, incluso, edad.
  • Barreras físicas. Zonas rurales con escasa o nula presencia de centros financieros y sucursales bancarias.
  • Barreras de documentación. No disposición de documentación oficial de identificación, contratos de trabajo, títulos de propiedad, nóminas, etc.
  • Otras como la falta de confianza en el sistema por malas experiencias vividas anteriormente o la situación económica coyuntural (crisis).

Durante mucho tiempo, la única alternativa de estos grupos de población para cubrir sus necesidades de financiación e inversión ha sido la de acudir a la oferta informal, fuera de la supervisión y regulación de los organismos oficiales de control, de personas o instituciones. Esta oferta informal suele ser más sencilla y rápida, más cercana al cliente, más flexible, pero, también, más costosa (las tasas de intereses suelen superar, con creces, las del sistema financiero formal) y, no en pocas ocasiones, con altos riesgos. Esta oferta informal puede ser individual o grupal:

  • Oferta de financiación individual.
    • No comercial. La ofrecen parientes, amigos y vecinos. Es pequeña, no se formaliza y, normalmente, carece de tipo de interés.
    • Constituye la principal fuente de financiación informal. Se obtiene de forma rápida y sencilla, sin firmar documento alguno y por cortos períodos de tiempo. Las tasas de interés suelen ser muy elevadas, llegando a ser abusivas por lo que, lejos de permitir la mejora de las condiciones de vida, condenan a los prestatarios a entrar en un círculo vicioso de pobreza.
  • Oferta de financiación grupal. Ofrecida por pequeños grupos de gente cercana entre sí (vecinos, familiares, amigos) que se unen para ir constituyendo un fondo común con el que atender, por turnos, a las necesidades de cada miembro del grupo. Su organización y operaciones son muy simples y las cantidades manejadas pequeñas. El principal ejemplo es el de las asociaciones de ahorro y crédito rotario (ROSCA), especialmente habituales en África y Asia. Una variante de estas son los ASCA (Accumulating Savings and Credit Associations) donde es posible el préstamo a no miembros del grupo. En la India están muy extendidos los grupos de ayuda (Self Help Groups), compuestos por entre 10 y 20 personas, frecuentemente mujeres, que ingresan periódicamente dinero en un fondo común que se utiliza para ofrecer financiación a sus miembros.

Las microfinanzas se pueden considerar a caballo entre los sistemas financieros formales y los informales existentes. De las finanzas informales, han tomado la cercanía, la sencillez y simplicidad en sus procedimientos; la adaptación en cuantías y plazos a los clientes de menores recursos, y la no exigencia de garantías reales, suplida por la corresponsabilidad de los miembros del grupo. De las finanzas formales, han tomado la profesionalidad y eficiencia; el mayor acceso a fondos externos; cierta diversidad de productos y servicios; las mejores condiciones de tipos de interés, y una mayor confianza por la formalización de las operaciones en contratos respaldados por el grupo.

Antes de la llegada de las microfinanzas, muy en particular de los microcréditos, existieron otras alternativas como bancos de desarrollo agrícola, instituciones financieras de desarrollo, cooperativas de ahorro y crédito, pequeñas entidades privadas con fines sociales, pero fueron las alternativas surgidas en la década de 1970 las que realmente contribuyeron a impulsar las microfinanzas. De todas ellas, la planteada en 1976 por Muhammad Yunus, la más conocida y reconocida a nivel mundial. Las claves de la iniciativa de Yunus fueron la búsqueda de la proximidad y adaptación a las necesidades de los clientes; un coste razonable para el prestatario, a la vez que rentable para el prestamista, y la sustitución de las garantías reales requeridas hasta entonces (bienes colaterales o buen historial crediticio) por la responsabilidad grupal.

Yunus rompió con la tradición más arraigada en la banca al otorgar préstamos sin garantías ni fiadores y aunque inicialmente su propuesta no obtuvo ningún respaldo por parte de la banca, tres años más tarde de comenzar, en 1979, los buenos resultados obtenidos hicieron que el Banco Central del país y algunos de esos bancos de los que no había conseguido apoyo se involucraran. La experiencia se extendió a otros países de Asia y del resto del planeta tomando formas diferentes en cada caso, de acuerdo con las necesidades observadas.

No obstante, no fue hasta la década de 1990 que estas iniciativas comenzaron a hacerse visibles ante el mundo entero, y a ser reconocidas como una solución al problema de la pobreza y del desarrollo. Es entonces cuando se incrementó, de forma importante, el apoyo de las instituciones de cooperación internacional y se produjo la gran expansión de las microfinanzas.

A medida que empezaron a crecer y expandirse más y más, las microfinanzas fueron ganando en niveles de autofinanciación e independencia de fondos ajenos provenientes de subvenciones y siendo cada vez más conscientes de la necesidad de que así fuera para poder sobrevivir a medio y largo plazo. En esta situación, y para conseguir la sostenibilidad en el tiempo, se empezó a prestar más atención a los resultados financieros de las instituciones microfinancieras, a buscar el beneficio y a requerir una visión más comercial de las mismas.

El sistema financiero formal empieza a considerar el potencial de negocio que puede suponer acceder a ese alto porcentaje de población hasta entonces excluido. Se comienza a considerar la necesidad y oportunidad de ampliar la cartera de productos y servicios para este sector. Sin embargo, esta perspectiva genera uno de los mayores debates que aún llega a nuestros días, ya que esa comercialización de las microfinanzas exige trabajar con mayores niveles de rentabilidad, incrementando ingresos y reduciendo costes, lo que se logra incrementando la cuantía de los préstamos y alejándose del que había sido el origen inicial de las microfinanzas y su función más genuina (su función social), la población más pobre, aquella que necesita pequeñas cantidades de dinero para salir adelante.

Aunque no han faltado voces críticas que han señalado que no todas las personas pobres cuentan con la iniciativa suficiente para promover negocios propios, y existen estudios que niegan el impacto positivo de las microfinanzas en la mejora de las condiciones de vida de estas personas, al igual que ejemplo  claros de familias que han empeorado su situación y de instituciones microfinancieras que han fracasado (la crisis de 2008 y la pandemia han traído un crecimiento de la morosidad y un descenso en las operaciones cerradas), el avance de las microfinanzas parece haber generado muchos más beneficios que fracasos y haber demostrado que es muy grande la capacidad de las personas pobres para liderar su propio desarrollo si cuentan con acceso a servicios financieros adaptados a sus necesidades.

Queda, sin duda, mucho por hacer, pero el avance de las nuevas tecnologías (internet, digitalización de las banca, las Fintech,…) abre nuevas oportunidades para seguir reduciendo la brecha existente entre los más ricos y los más pobres.

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Opiniónmicrocrédito

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