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Cada día hablamos más de la Agenda 2030 y de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (los famosos ODS). Sin duda son una muy buena idea pues nos guían hacia un desarrollo más humano, más respetuoso con el medio ambiente, más conforme a la ética y más sostenible. Se han hecho muy populares las campañas a favor del cuidado del medio ambiente o contra el cambio climático, pero no debemos olvidar la centralidad de los seres humanos. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, hablando de ecología integral, nos dice: “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (nº 139).

El Gobierno de España, a través de la vicepresidencia segunda, nos dice: “El 25 de septiembre de 2015, 193 países nos comprometimos con los 17 objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas y su cumplimiento para el año 2030. Los objetivos persiguen la igualdad entre las personas, proteger el planeta y asegurar la prosperidad como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible. Un nuevo contrato social global que no deje a nadie atrás”.

Hoy me gustaría centrarme en tres ODS: el uno, el ocho y el diez, aunque muy relacionados con otros, que también podría citar. Recordémoslos:

1.- Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo.

8.- Promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos.

10.- Reducir la desigualdad en y entre los países.

Las desigualdades, tanto en nuestro entorno cercano como en el mundo, son muy exageradas; y yo creo que luchar contra las diferentes formas de pobreza es un reto fundamental al que se enfrenta la economía, para ello hemos de conseguir un crecimiento económico que beneficie a todos, pero de manera especial a los más desfavorecidos.

Si nos centramos en nuestro país (y algo parecido pasa en muchos países desarrollados) hay diversas causas que tienden a hacer las desigualdades cada vez mayores. Por ejemplo, la tecnología muchas veces favorece a los mejor preparados, que saben y pueden sacarle provecho: así muchos profesores universitarios damos webinars desde casa que se difunden por todo el mundo o un analista financiero puede, desde su residencia de Marbella, manejar información global; pero también la tecnología, simultáneamente, ha mandado al desempleo a muchos trabajadores menos cualificados (pensemos en los que antes cobraban en las autopistas o en muchos empleados de banca), a la vez que amenaza a sectores enteros como el del comercio, debido al aumento de las ventas online, del que vive mucho pequeño empresario y muchos asalariados de diferentes niveles.

Por otro lado, la llegada de inmigrantes dispuestos a realizar trabajos duros y poco remunerados, o las importaciones de países con menores costes laborales, han presionado también a la baja los salarios de muchos trabajadores poco cualificados. La solución no es encerrarnos para que no compitan con nosotros (ellos también tienen derecho al desarrollo), pero tendremos que ver la forma de ser más competitivos.

A todas estas tendencias hay que añadir la crisis financiera de 2007 y la crisis del coronavirus de 2020 (que ha llegado sin superar totalmente la anterior). Ambas crisis han sido nuevas fuentes de desigualdad por la vía de crear más desempleo y congelaciones o disminuciones de salarios. Recordemos que el octavo objetivo habla de empleo y trabajo decente para todos; mucho quehacer nos queda por delante para conseguirlo, sin salir de nuestro país.

El Estado en España tiene abundantes herramientas para combatir la desigualdad y mitigar la pobreza, que llevan funcionando muchos años, y que en la actual crisis sanitaria y económica ha tenido que reforzar. La utilización de estas herramientas (educación y sanidad gratuitas y generalizadas, garantía de las pensiones, apoyo a las personas en desempleo o con dependencia…), donde se incluye un sistema fiscal progresivo para financiar todo esto, es un avance social indudable; pero el Estado no puede dedicarse solo a redistribuir, también ha de favorecer e impulsar un desarrollo económico inclusivo y sostenible que permita a los individuos crear riqueza y ser protagonistas de su propia prosperidad. Hace falta la redistribución, pero no es bueno expandir ilimitadamente los subsidios económicos, lo primero porque las personas se realizan protagonizando de forma activa su bienestar económico y lo segundo porque un Estado que gaste mucho en subsidios lastra la competitividad vía impuestos y desincentiva la actividad económica.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, en “Capitalismo progresista” se queja de la creciente desigualdad en Estados Unidos; y entiende que para el crecimiento económico necesitamos más conocimiento, más tecnología, más innovación… El reto es hacer esto de manera que beneficie a todos, sobre todo a los que lo están pasando peor. Pero Stiglitz reconoce (p. 318): “los mercados adecuadamente diseñados y bien regulados, trabajando en conjunto con el Gobierno y una miríada de instituciones de la sociedad civil, son la única vía hacia delante”.

Tenemos problemas de inequidad en España, en los países desarrollados y en el planeta. Deberemos aplicarnos para buscar cómo mitigarlos con mercados y sistemas de gobierno que funcionen mejor.

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