Convencidas de que la autogestión, lo colectivo, lo comunitario, aquello que aglutina a un territorio de una forma integral en su cuidado y desarrollo es la vía por la que queremos andar, nos surgen algunas dudas.
Cuando lo colectivo, cooperativo o lo comunal atiende a los que participan de esa colectividad ¿qué ocurre con los que no están dentro de la misma? Todas sabemos que una cooperativa de trabajo se crea al servicio de sus trabajadoras, que una mutualidad está al servicio de las mutualistas y así va ocurriendo lógicamente con cada una de la vías de colaboración que enmarcan el quehacer de muchas personas que confiamos en estos modelos. Sin embargo, no podemos dejar de ver en ellos un modelo endogámico por muy superiores que puedan ser éstos frente a modelos que también participan de la endogamia pero además lo hacen dentro de la economía del egoísmo.
Los modelos colectivos aportan diferencias sustanciales frente a los individuales pero quizá una especial es la propiedad de la herramienta. El medio que creamos es un medio que no es de un individuo o entidad sino de esa colectividad, todas somos participes de lo que allí se hace, produce y se tiene. No es lo mismo un huerto solar propiedad de una persona que el mismo huerto propiedad de la comunidad que consume esa energía. La gestión de la propiedad colectiva, que tiene largos años de historia: tierras comunales, concejalas y hacenderas en los medios rurales, etc. fue perdiendo peso frente a la gestión de la propiedad privada individual. Espacios y realidades como el cooperativo, mutualidades, montes de socios han resistido dando noticia de las bondades del modelo.
Pensar en un modelo integral, en aquel que no deje a nadie fuera, donde el vulnerable tenga la misma posibilidad de ser parte, que realmente sea inclusivo, tiene ya una realidad y un nombre LO PÚBLICO. Nuestra obligación es, desde ese modelo colectivo de implicación, compromiso y propiedad, construir el mayor de los comunes, que es de todas las personas, el espacio público.
A todas nos salta a la cara que no es así como funciona, que lo público no es colectivo ni comunal sino un espacio dirigido por unos pocos que no respetan la estructura real de su naturaleza y alejan su gestión de los modelos originales de autogestión. Se viste de complejidad para justificar el distanciamiento y finalmente se consigue que lo comunal sea competidor de lo público. Cuando además evidenciamos comportamientos sin ética ni profesionalidad, aprovechamientos ilícitos, ineficacia e ineficiencia en muchos procesos y hasta situaciones ilegales en la gestión de lo público, estamos encontrando razones objetivas para no entender éste como el gran común.
Es necesario recuperar lo público desde la comunidad, el territorio que lo posee, para desde la implicación y el compromiso gestionar lo único que realmente nos llega a todas las personas. Esto exige a políticos y funcionarios entender que la propiedad está en la comunidad, no como capacidad de acumular valor u obtener beneficio con su venta sino desde el cuidado de lo propio que es de todas. No se puede reclamar con eslóganes colectivos el apoyo a una gestión jerárquica y en muchas ocasiones despótica de lo público. La comprensión de lo público como el gran común nunca hubiera desasistido el cuidado de la salud, de la educación, el medio ambiente, la cultura o de las personas más vulnerables, pues eso es en esencia el origen de la comunidad.
El cuidado de la vida era el eje de la aldea, unidad comunal originaria que fue perdiendo valores con el crecimiento vinculado al rendimiento financiero de las propiedades individuales. Hoy grandes ciudades y países han abandonado el cuidado de la vida hasta el punto de sacrificar a sus mayores en pos del crecimiento económico.
Todas tenemos la obligación de frenar el deterioro de lo público y recuperar y distribuir la propiedad del mismo, y con ello el poder, entre toda la comunidad sin exclusión alguna. Sólo entonces decir “esto lo resolvemos entre todas” tendrá un sentido real y dejará de ser una frase de marketing inventada con más o menos gracia pero sin ningún rigor ni realidad detrás.
Cada una desde su espacio, políticas, funcionarias, empresarias, trabajadoras, activistas, estudiantes … todas personas con capacidad de apoyar la recuperación de lo público como común y colectivo, debemos implicarnos en un proceso que recupere la soberanía de un bioterritorio dedicada al cuidado de la vida.
Raúl Contreras
NITTÚA