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Si queremos avanzar hacia un nuevo capitalismo con rostro humano, estaría bien hacerse la misma pregunta que se hizo Muhammad Yunus en 2008: ¿Qué sucedería si pudiéramos aprovechar el poder del libre mercado para solucionar los problemas de la pobreza, el hambre y las desigualdades? Esta es la actividad a la que se dedica el impulsor de los microcréditos que en los últimos treinta años, se han implantado en todos los continentes y han beneficiado a más de 100 millones de familias. No obstante, Yunus cree que todavía queda mucho por hacer y lanza la idea de la 'Empresa Social', una forma totalmente nueva de emplear el dinamismo y la creatividad de las empresas para abordar los problemas sociales. 

Os lo presento, se llama Muhammad Yunus y es el fundador del Banco Grameen en Bangladesh, el innovador programa bancario que proporciona a los pobres, especialmente a las mujeres, pequeños préstamos que les permiten fundar modestas empresas y librar a sus familias de la pobreza. También es autor de 'El banquero de los pobres. Los microcréditos y la batalla contra la pobreza en el mundo' y por si fuera poco, en 2006 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su contribución a la erradicación de la pobreza y a la justicia social. 

Nada más oír el apellido Yunus, directamente nos trasladamos al ecosistema de los 'Microcréditos', una revolución del sistema financiero para alentar el desarrollo de los más vulnerables que no tienen acceso al sistema bancario por ser el último eslabón de la esfera social y sin garantía alguna. Pero en este espacio de discusión, no vengo a añadir nada nuevo sobre su increíble recorrido hasta ser nombrado Premio Nobel de la Paz en 2006, vengo a contaros qué pasó después de ser una referencia mundial en la economía.

Una vez el sistema económico actual puesto patas arriba, tras la resaca de su éxito, decidió publicar en 2008 otro libro sumamente interesante 'Un mundo sin pobreza' que va más allá de los microcréditos y al que recomiendo a todos los sedientos de cambio social. Su nueva obra maestra, con un título que al principio puede irritar por el tono utópico que emplea, irrumpe para sorprendernos con el concepto que ya empieza a resultar familiar: la 'Empresa Social', una forma totalmente nueva de emplear el dinamismo y la creatividad de las empresas para abordar los problemas sociales, desde la pobreza y la contaminación hasta la sanidad y la educación.

Yunus, junto a algunos de los líderes empresariales más innovadores del mundo, arrancó la primera oleada de empresas de carácter específicamente social, desde la colaboración con Danone para producir yogures de bajo precio y nutritivos para los niños de Bangladesh hasta la construcción de consultas oftalmológicas que libran a miles de pobres de la ceguera. Y todo esto, para revisar con nosotros el capitalismo que define como una estructura incompleta porque asume que las personas somos seres humanos unidimensionales, a quiénes sólo nos preocupa obtener los máximos beneficios. Una teoría que desde las aulas ya nos empiezan a inculcar: perseguir el beneficio económico es el mejor modo de conseguir que la humanidad sea feliz. Y así todos nos esforzamos en convertirnos en esos seres unidimensionales tan deseados. 

Sin embargo, Yunus con 'Un mundo sin pobreza' desmonta con sutileza la teoría que nos sigue manteniendo alienados y malacostumbrados, para mostrarnos que la realidad es otra muy distinta. El emprendedor social bangladesí afirma rotundamente que "las personas no somos entidades unidimensionales, somos apasionadamente multidimensionales. Nuestras emociones, creencias, prioridades y patrones de conducta se asemejan a los millones de tonalidades que podemos obtener a partir de los tres colores primarios". Y aquí es donde entra en juego el concepto de 'Empresa Social' porque no podemos seguir obviando nuestras personalidades multidimensionales, es hora de reconocer al ser humano real y sus deseos multifacéticos. 

Si queremos completar la estructura del capitalismo, debemos introducir otro tipo de empresa que reconozca la naturaleza multidimensional de los seres humanos y que se aleje del beneficio personal. Es decir empresas que se dediquen por completo a resolver problemas sociales y medioambientales.

Una vez allanado el terreno, ahora solo nos queda entrar de lleno en el mundo de la empresa social para entender cuál es el futuro del capitalismo.

Su estructura organizativa es básicamente igual a la de las empresas actuales que maximizan beneficios, la diferencia reside en los objetivos. Al igual que el resto de empresas, la empresa social emplea a trabajadores, produce bienes y servicios y los ofrece a sus clientes a un precio coherente con su objetivo. Sin embargo, el objetivo básico es generar beneficios sociales para las personas con quienes entra en contacto. Puede que la empresa genere beneficios, pero los inversores que la apoyan no obtienen ninguno, al cabo del tiempo, consiguen recuperar la cantidad original que invirtieron. El primer apunte clave es que las empresas sociales tienen propietarios que tienen derecho a recuperar lo invertido. 

Estas empresas pueden ser propiedad de una o más personas, ya sea como una propiedad individual o como una sociedad, o de uno o más inversores que unen su capital para financiar la empresa social y contratan a profesionales para su posterior gestión. También puede ser propiedad del gobierno, de una organización caritativa o de cualquier otra combinación de distintos tipos de propietarios. 

Los objetivos de las empresas sociales son las causas humanitarias y no los beneficios. Este nuevo tipo de empresa tiene el potencial para actuar como agente de cambio en el mundo, pero cuidado porque no ofrecen caridad. Cuando se dirige una empresa se piensa y actúa de manera distinta a cuando se dirige una obra de caridad y esto es precisamente lo que marca la diferencia a la hora de definir las empresas sociales y su impacto sobre la sociedad. 

Entonces podemos afirmar sin miedo que las empresas sociales son empresas en todos los sentidos y deben recuperar todos los costes, pero sin olvidarse de alcanzar los objetivos sociales, o dicho de otra manera, son empresas que tienen que ser rentables sin poner en peligro el objetivo social. Según explica Yunus, estas empresas siguen los mismos principios de gestión que las empresas tradicionales y se concentran en producir bienes y servicios que generen beneficios económicos, al tiempo que benefician a las personas pobres o a la sociedad en general. Segundo apunte importante a tener en cuenta es que estas empresas no pueden tener pérdidas indefinidamente y como ya sabemos sus beneficios no van a quienes invierten en ellas. 

Entonces, los proyectos con objetivos sociales que cobran un precio por sus bienes o servicios pero no consiguen cubrir completamente sus costes, no pueden considerarse empresas sociales. Mientras dependan de subvenciones, y de donaciones para cubrir las pérdidas, siguen siendo organizaciones caritativas. Una vez cubiertos todos los costes de forma regular, pasan a otra dimensión: la del mundo empresarial. Siendo autónomos y disponiendo del potencial para crecer y expandirse sin prácticamente límite alguno. Y a medida que la empresa social crece también aumentan los beneficios sociales que proporciona a la sociedad. 

En definitiva, la empresa social se define como una empresa sin pérdidas y sin dividendos con un plan a largo plazo. El superávit generado por la empresa social en lugar de transferirse a los inversores se vuelve a reinvertir en la propia empresa y en última instancia se transfiere al grupo de beneficiarios de la actividad de la empresa, en forma de precios más bajos, mejores servicios y mayor accesibilidad. 

Tener una visión a largo plazo es lo que permite que las empresas sociales generen beneficios que les permitan ampliar sus horizontes de actuación introduciéndose en nuevas áreas geográficas, mejorando la calidad de los productos o servicios, haciendo más esfuerzos de investigación y mejorando la eficiencia de los procesos al introducir nueva tecnología para así llegar a capas más profundas de la población con rentas reducidas. 

Pero la pregunta más importante que debemos hacernos es: ¿Por qué querrían los inversores invertir en una empresa social?

Los millones de millones de dólares que personas de todo el mundo donan a causas caritativas demuestran, año tras año, que tienen la necesidad de dar dinero para ayudar a otros seres humanos. Sin embargo, no es lo mismo invertir en empresas sociales que dedicarse a la filantropía. Es posible que al invertir en empresas sociales se obtenga el mismo tipo de satisfacción personal que con la filantropía. Pero al optar por la empresa social, esa satisfacción puede ser aún mayor, porque la empresa que han creado seguirá funcionando para aportar el beneficio social deseado a cada vez más gente, sin detenerse nunca. 

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OpiniónYunusempresas sociales

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