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Asistimos un año más al Sustainable Brands en Madrid, donde bajo el lema ‘Redesigning the Good Life: Brands Serving Humanity’, expertos de todo el mundo reivindicaron el compromiso de empresas y sociedad para alcanzar el bienestar común. Hubo momentos mágicos como cuando compartieron escenario Jeffrey Franks, director de la Oficina Europea del FMI, y el Venerable Doctor Phra Shakyavongsvisuddhi de la Universidad Budista Mahamakut, explicando lo que el capitalismo podría aprender del budismo.

Una alquimia hace años imposible, pero que va calando poco a poco en la sociedad. Si no, no se explica un congreso para hablar de cómo rediseñar la buena vida, de cómo consumir menos, de cómo llegar a una economía circular 100%, objetivo de organizaciones como IKEA en 2020.

De cómo las marcas pueden servir a mejorar la humanidad y los problemas más acuciantes, como la desigualdad, la falta del trabajo o los efectos del cambio climático. Frente a esas demandas de consumo consciente y sostenible, de volver a la persona, del escuchar al otro y ponerse en su lugar, en repensar la economía desde otro punto de vista sin mirar tanto el resultado trimestral sino la visión a largo plazo.

En todos estos retos estamos inmersos y al mismo tiempo en una gran voracidad comercial con crecimientos exponenciales y poco sostenibles de los nuevos operadores, con el todo por un clic, con los algoritmos con los que, a través de Big Data (el tratamiento de ingentes cantidades de datos), las empresas tratan de adelantarse a nuestras necesidades y gustos e incluso inventar algunos que ni siquiera sabíamos que teníamos. La vorágine de los tuits, de los números de seguidores, de las conversaciones que saltan de un mensaje a otro, de los estados efímeros de felicidad absoluta, que queremos compartir con todos nuestros seguidores y que en veinticuatro horas desaparecen.

¿Cómo convivir entre esos dos mundos? ¿Cómo ser consciente y a la vez estar conectados? ¿Cómo ser digital y utilizar todas las oportunidades que ofrece la tecnología sin llegar a olvidarnos de la persona?

En el Informe Approaching the Future 2018 ya se comentaba:

“La tecnología sin propósito es una huida. El principal propósito de la tecnología debería ser la mejora social y el avance de las sociedades. Pero para ello, es necesario que la ética se convierta en parte del ADN de las empresas tecnológicas y que se tenga en cuenta en todos sus procedimientos”.

Más recientemente, el ganador del premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, Michael J. Sandel, en una entrevista en el diario El País, opinaba que “los ciudadanos tenemos derecho a opinar sobre cómo se gobierna Facebook, tienen una responsabilidad moral con la sociedad, aunque no quieran admitirla”.

Inversores, trabajadores y consumidores premian cada vez más la apuesta por la comunidad y sostenibilidad. Así, buscan y eligen a aquellas empresas que respetan el medio ambiente, tienen vocación de permanencia y se preocupan por el bienestar de sus empleados.

Al final las empresas tienen esa responsabilidad moral de volver a poner a la persona en el centro y como decía el decano de la Universidad de Harvard, Nitin Nohria, en unas jornadas celebradas con motivo del 60º aniversario del IESE, "lo cierto es que no hay mejor motor de la prosperidad que la empresa".

Como organizaciones tenemos la oportunidad de dar respuestas y soluciones a los prin­cipales desafíos mundiales. Hoy en día, los ciudada­nos esperan esa implicación, real y auténtica, de las empresas y de sus líderes.

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