Sin embargo, y curiosamente, no son las discapacidades “de certificado” las que más paralizan. Las verdaderas discapacidades, las más limitantes, no son físicas, sensoriales ni psíquicas, sino que tienen que ver con la actitud. Me refiero a la pérdida de la ilusión, esa que nos conduce a dejar de luchar, a desmotivarnos y a estancarnos. Desgraciadamente, un mal de nuestro siglo.
La ilusión, sin embargo, puede ejercitarse. Cuando recibimos un golpe fuerte, el camino fácil (e incluso lógico) puede ser abandonarnos y perder la esperanza. Pero puedo garantizar que superar esta primera fase es cuestión de paciencia, de saber que somos más fuertes de lo que creemos y asumir que nunca nada es definitivo.
Todos tenemos reveses en nuestra vida y, a partir de ahí, tengamos o no una discapacidad reconocida, nuestro reto es el mismo: sobreponernos a ellos. No existen fórmulas mágicas para salir adelante, pero la actitud siempre es la llave. Hay que aceptar que la vida es un cúmulo de casualidades: lo mismo te puede tocar la lotería que tener un accidente. Elegir las cartas con las que jugamos no siempre está en nuestra mano, pero lo que sí depende de nosotros es cómo las usamos y cómo reaccionamos ante los retos de la vida. En otras palabras, resiliencia.
Creo que el motor de esa resiliencia no es otro que la pasión: la clave está en encontrar algo que nos haga vibrar y nos convierta en seres apasionados. Mi pasión la encontré en el esquí y lo convertí en mi modo de vivir, de hallar la paz y de descubrir algo más importante que uno mismo: la inmensidad del medio y la montaña.
La discapacidad, sobrevenida o de nacimiento, recogida o no en un certificado, no define ni a la persona ni sus logros futuros. Es la actitud que mostramos al perseguir objetivos, metas y sueños la que conforma nuestro carácter y determina nuestras posibilidades de éxito.
Es la idea que intento transmitir en mis jornadas con la Fundación Adecco para que las empresas olviden esa gran etiqueta que sigue representando la discapacidad y se fijen en lo verdaderamente importante: el talento, los valores y la capacidad de apasionarse de las personas. Pues si bien una discapacidad plantea dificultades añadidas, puede hacer que afloren talentos ocultos de gran valor: esfuerzo, superación, capacidad de sacrificio, etc. ¿Quién no quiere rodearse de estas cualidades en sus equipos de trabajo?
Sin embargo, reitero que no hace falta tener una discapacidad reconocida para albergar estos valores, pues todo es cuestión de actitud. Como reza la cita de Hemingway: “El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas”. La pasión es el único camino para encontrar esta fortaleza.