La ciudadanía es cada vez más crítica con el quehacer de las organizaciones, y cualquier desviación de lo que socialmente se considera aceptable tiene gran repercusión y consecuencias inmediatas en su reputación, lo que afecta directamente a su cuenta de resultados (entre otras cosas).
En gran parte a causa de la presión social, las organizaciones están avanzando a buen paso hacia nuevos modelos de gestión en los que se tiene en cuenta la reputación, pero no como un fin en sí, sino como consecuencia de hacer bien las cosas. La mayoría se ha percatado de que la reputación es uno de los activos de mayor valor.
En este contexto es cada vez más importante que las organizaciones vayan por delante de la legislación aplicando políticas de RSC, dado que su visibilidad las hace vulnerables ante la ciudadanía si se limitan únicamente a cumplir la ley.
Así, de forma paulatina pero imparable, la sociedad está colocando a las organizaciones en el espacio adecuado para que puedan demostrar su buen hacer: desde el ahorro de agua en un proceso productivo hasta la cooperación con agricultores de países en desarrollo, por poner dos ejemplos.
La última encuesta de Forética destaca que el 44% de los españoles declaran haber dejado de consumir un producto o servicio por consideraciones éticas, sociales o ambientales en 2014. A la inversa, el 59,7% de los ciudadanos afirma que ante dos productos similares siempre comprará el más responsable aunque sea más caro, frente a un 20% que solo tomaría esa decisión en condiciones de igualdad de precio. (María Fernández, La ética se cuela en las compañías, El País 25 Octubre 2015)
Es un círculo virtuoso: cuanto mejor lo hacen las organizaciones mejor posicionamiento consiguen y más conciencia social crean en su entorno de influencia.
En este sentido parece pronunciarse el informe de PWC Más valor social en 2033: Nuevas oportunidades para las empresas, del que destaco el siguiente párrafo (p. 79):
El compromiso empresarial con la comunidad que los rodea deberá trascender la responsabilidad social corporativa (RSC) para constituirse en actores con "autoridad política privada" reconocida e impulsores de 'soft law'. Las empresas tendrán que dotarse de mayor interlocución política y de una mejor gestión de su influencia en su comunidad, en consonancia con las expectativas sociales. Asimismo, sería deseable la creación de mecanismos para incorporar de una manera más efectiva la voz de los agentes empresariales a las instituciones que rigen la vida económica y social, a nivel local, nacional y global.
Si las organizaciones están llamadas a tener ese papel relevante y contar con autoridad política privada necesitan tener un alto grado de credibilidad, es decir, necesitan tener muy buena Reputación Corporativa. Y parece que por ahí vamos.
Ahora bien, se habla mucho de Reputación y muy poco de Ética, y todos sabemos que vivir y obrar bien es el principio de la ética.
Quizás para amoldarse a este enfoque, las organizaciones redactan e implantan Códigos Éticos llenos de instrucciones y ejemplos sobre cómo hacer en el seno de la organización.
Eso es mejor que nada, desde luego. Pero hay casos en los que el Código Ético carece de un fundamento filosófico coherente, o no está bien incardinado con valores suficientemente poderosos como justicia, sinceridad, generosidad… sino con valores más "caseros" directamente relacionados con la actividad corporativa.
Con este enfoque estoy releyendo Si Aristóteles dirigiera General Motors, un clásico de Tom Morris, y espero seguir con Memoria de la ética, (sobre la moral de Aristóteles) de Emilio Lledó. Porque una vez más se cumple el adagio de que no hay nada más práctico que una buena teoría: si las personas se comportan de forma ética las organizaciones también lo hacen, y con ellas la sociedad en su conjunto.
Podemos pensar, pues, que cuando la etapa de cimentación se ha realizado a conciencia no se necesita un Código Ético, puesto que el comportamiento de los directivos y de la plantilla en general rebasa con creces lo explicado en esa guía; entonces es suficiente con un contrato psicológico para que la organización consiga los objetivos corporativos dentro del adecuado marco de respeto, en su sentido más amplio.
Así que tenemos por delante una gran tarea para que España desempeñe un buen papel en 2033: facilitar que las empresas / organizaciones afiancen los cimientos de la RSC en un buen constructo ético que guíe y empodere a las personas para que sepan, quieran y puedan llevar a las organizaciones a la posición de relevancia que les otorgará la sociedad.