Publicado el

Hace casi medio siglo, cuando todavía no se hablaba de sostenibilidad, una emprendedora familia de la argentina provincia de Santa Fe creó una empresa con nombre rotundo, evocador de un futuro sin límites: Eterna. La compañía se dedica todavía a la fabricación de ollas, sartenes y artículos para la cocina que, naturalmente, y como no podría ser de otra forma, gozan de garantía eterna, lo que significa, y así reza la publicidad de la marca, que ante cualquier falla sustituyen la pieza defectuosa o dañada por una nueva. Este difícil ejercicio de compromiso no es habitual en determinados ámbitos de la vida argentina, sobre todo en el político, donde las campanas han tocado a rebato por la relativa cercanía de las elecciones presidenciales, a finales de 2015.

Y como la veda está abierta, ya suenan voces que hablan de campañas electorales financiadas con dinero del narcotráfico, una actividad en alza que está en la base de la creciente inseguridad por la que se quejan los ciudadanos. Parece que los candidatos presidenciales a la victoria final serán tres: el que fuera vicepresidente del Gobierno Daniel Scioli, actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, presidente del partido justicialista y, a su pesar o a pesar de ello, un hombre al que su correligionaria y presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha ninguneado –dicen– con reiteración y alevosía; el diputado Sergio Massa, que fuera intendente de Tigre, jefe de gabinete de CFK y su delfín in péctore, después despechado y hoy líder del nuevo partido Frente Renovador, y, finalmente, la persona que ocupó la presidencia de Boca Juniors (algo que en Argentina imprime carácter) y es actual presidente del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, líder del partido Compromiso para el Cambio, que parece haber integrado en su formación a la siempre incorruptible (y destructora, dicen otros) Lilita Carrio.

Las encuestas no desvelan nada y a estas alturas son poco creíbles, pero todo el mundo piensa que solo en una apasionante segunda vuelta se conocerán el rostro y el nombre de la persona del nuevo presidente, llamado a poner fin al cristinismo y enterrar definitivamente la era Kirchner. No será fácil porque el país necesita ideales y una buena dosis de autoridad moral y política, que muchos sectores (empresarios, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, prensa y ciudadanos) reclaman por necesaria para el desarrollo del país y vital para recobrar la dignidad parcialmente perdida. Los argentinos vuelven los ojos a Sábato, uno de sus referentes, y repasan aquella afirmación del escritor: “Solo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.

El juez federal Bonadio, que parece luchar contra los elementos, está investigando a la presidenta, a su familia y a las empresas de su propiedad (ninguna tenían cuando los Kirchner accedieron a la presidencia de la nación en 2002) por un turbio asunto de probable blanqueo de dinero denunciado por la diputada Stolbizer, antes por Carrio, y destapado por Jorge Lanata y el diario Clarín y, en el fondo, para averiguar cómo, por qué, de qué manera y en qué circunstancias creció exponencialmente el patrimonio presidencial en estos 10/12 últimos años. El prestigioso periodista Joaquín Morales Sola, escribe en La Nación: “Fiestas de fin de año amargas le aguardan a la presidenta, que podrían comprometer su jactanciosa popularidad. No hay peor mezcla política que la de una crisis económica, como la que existe, con sospechas de corrupción en el poder”.

En todo caso, se esperan tiempos muy duros, llenos de golpes bajos; mientras, el oficialismo ha puesto en marcha el socorrido ventilador: todos son malos, incluido el juez. De corrupción político/empresarial, un cáncer acá, el poder no habla, pero –justo es decirlo– hay otro país llamado Argentina que trabaja, se esfuerza y da testimonio diario de honestidad.

Aunque parezca extraño, muchos argentinos vuelven los ojos hacia la vecina y pequeña Uruguay, uno de los países mejor manejados de la región, al que, así lo dicen, puso en el mapa el presidente saliente Pepe Mujica, dándole dignidad, respeto y notoria presencia internacional y que, desde el día primero de diciembre, tiene un nuevo presidente que ya lo fue, también por el Frente Amplio: Tabaré Vázquez, médico con 74 años al que no le quedaba nada por demostrar pero que quiere seguir sirviendo a su país; ya le ha pedido a su antiguo vicepresidente y ministro de Economía, Danilo Astori (uno de los hacedores en la sombra del relativo milagro uruguayo) que tome las riendas para que, entre otros logros, puedan conseguir que la inversión privada, la producción y las exportaciones sigan creciendo sin que decaigan las políticas sociales que a tantos uruguayos han sacado de la pobreza.

En Argentina, donde paradójicamente algún famoso recomienda a sus paisanos por televisión que pasen las próximas vacaciones en Uruguay, el efecto más preocupante de la situación económica es la caída de la actividad, que no solo afecta a la drástica bajada de importaciones y exportaciones: 7.000 y 10.500 millones de dólares menos, respectivamente, es la previsión en 2015. Los empresarios dicen que no hay condiciones para invertir y, en consecuencia, la creación de empresas puede paralizarse, más si se tiene en cuenta que, como consecuencia de la recesión, un tercio de las empresas aplicó medidas de reducción de plantilla: 450.000 puestos de trabajo se perdieron en los últimos 12 meses. El número de ninis y de pobres sigue creciendo y, aunque los argentinos han aprendido a convivir desde hace muchos años con ella, y la real no se conoce (¿30%/40% anual?), la inflación sigue siendo un pesado lastre para el desarrollo económico. El cambio oficial del dólar está a 8,5 pesos; el real o paralelo, a casi 13,5 y subiendo...

Argentina, en fin, es un país –y esta afirmación solo podría hacerla un taxista porteño– tautológico: es así porque es así, y no hay más razones. Y uno se acuerda de ese hermoso poema de Juan Gelman, argentino y premio Cervantes fallecido este mismo año: “El poema que te quiero escribir/ amor amor/ no tiene palabra todavía...”. Enamorado de esta tierra, que tantas veces he visitado, yo tampoco tengo una palabra que la defina y, pensando en su futuro, a lo mejor podríamos llamarla eterna. A mi amigo, el taxista tautológico, le gustaría.

Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado.

@jalmagro 

En este artículo se habla de:
OpiniónEmpresas

¡Comparte este contenido en redes!

300x300 diario responsable

Advertisement
Este sitio utiliza cookies de terceros para medir y mejorar su experiencia.
Tu decides si las aceptas o rechazas:
Más información sobre Cookies