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No puede ser sino un honor que mi admirado Antonio Vives comente un artículo mío. Por eso me ha encantado su reciente post en “Diario Responsable” (¿Cuál es el argumento empresarial de la RSE?) dedicado a mi modesto artículo El retorno de la ética: sobre las limitaciones del Business Case de la RSE. En este caso, además, es que me resulta difícil no compartir todo lo que señala, que me parece absolutamente atinado, pero que creo que en esencia coincide con lo que mantengo yo en el artículo en cuestión. Sólo querría por eso, aparte de agradecer al maestro Antonio su atención, matizar algunas consideraciones. 

Primera puntualización

Ante todo, quisiera insistir en que de ninguna forma creo que el argumento del “business case” no tenga sentido ni esté agotado ni que no funcione. Como muchas veces he dicho, creo firmemente que las empresas responsables son mejores empresas en todos los sentidos: y desde luego, también en el económico. Es decir, que la RSE genera valor sustancial para la empresa (aunque de forma diluida, difícil de medir y a plazo medio y largo). Ahora bien, y como la evidencia parece mostrar, lo que sostengo es que no es un argumento suficiente: no está haciendo cambiar a las empresas en la medida en que los convencidos de ese argumento (como yo lo he sido) pensábamos. 

Como bien saben los gallegos que sucede con las meigas, el “business case” existe, lo que pasa es que no se le ve (lo suficiente): existir existe, pero no tiene todavía la fuerza suficiente para inducir a las empresas a cambiar de forma significativa. En buena medida, porque el mercado (consumidores, inversores, proveedores, entidades compradoras, agencias de calificación, analistas financieros…) no lo valoran todavía lo suficiente: “no compran” la RSE en la medida deseable. Y mientras eso no suceda, las empresas no apreciarán tampoco en la medida deseable sus potenciales consecuencias positivas en términos económicos.

En este sentido, coincido totalmente también con su frase de que “entonces, el problema no es que el argumento empresarial no funciona, es que para funcionar requiere que mecanismo de transmisión funcione”. Sin duda: para que el argumento funcione tienen que funcionar los mecanismos de valoración del mercado. A eso precisamente quería aludir  en mi artículo cuando señalo que “…si se quiere que la RSE se generalice en serio, es necesario modificar previamente el mercado para que el juego de incentivos y presiones a corto plazo no desbarate en la práctica las presuntas ventajas de la RSE en horizontes temporales más amplios”.  

Por eso, así mismo, no puedo sino respaldar  la afirmación de mi querido Toni Vives (que creo que no se rebate en ningún modo en mi artículo, sino todo lo contrario) de que “el argumento empresarial sólo deja de tener validez si todos los stakeholders, no se enteran o no les importan las prácticas responsables o no actúan en consonancia.  Aun cuando hay casos así, todas las empresa enfrentan algún stakeholder que sí se entera, que si le importa y que si actúa. Y este es el argumento empresarial”. Por descontado: el problema radica en que los stakeholders que importan a la empresa actúen en consonancia: o en que los stakeholders a los que la empresa no atiende consigan que les atienda (a eso me refiero en el final de mi artículo y en la tercera puntualización de esta nota). 

Segunda puntualización

En segundo lugar, no puedo también sino estar absolutamente de acuerdo con la aseveración de Antonio de que “el argumento empresarial se debe hacer a nivel de empresa”.  A eso me refiero con los cinco puntos que señalo en la página 2 de mi artículo como los argumentos básicos con los que se ha venido defendiendo el interés empresarial de la RSE: puntos que se refieren totalmente a la búsqueda en cada caso concreto de las utilidades que puede aportar la RSE. El problema es demostrar ex ante a la Alta Dirección de cada empresa la validez de esos puntos. Los argumentos a nivel agregado que más adelante expongo y que Antonio analiza lúcidamente en su nota no son más que la búsqueda de una cierta evidencia empírica que ayude a respaldar la potencialidad de esos puntos.

Tercera puntualización

Finalmente, quisiera también recalcar -sobre todo para quienes no hayan leído mi artículo- que mi defensa de la ética  (“la necesidad de enfatizar la ética”, como señala Antonio) no tiene nada que ver con la idílica ilusión de que las convicciones morales (la ética) sean un factor decisivo en el impulso de la RSE. Como también he señalado con frecuencia, creo que la ética puede explicar los comportamientos responsables de muchos pequeños empresarios, que lo son por convicción, aún sin saber que con sus comportamientos están aplicando la RSE (porque, como diría el modesto gentilhombre de Molière, hablan en prosa sin saberlo). Pero dudo mucho que el argumento ético tenga una incidencia significativa en las grandes empresas (sobre todo, en las cotizadas), por muchas razones que no es éste el lugar para detallar. 

Mi defensa de la ética y del “moral case de la RSE” tiene un sentido muy diferente: se basa en mi sospecha de que los factores realmente significativos para el desarrollo de la RSE -junto, desde luego, al dichoso “business case”- son la presión de las Administraciones Públicas y la presión de la sociedad. Una presión, en ambos casos que descansa en la convicción de que las empresas deben mejorar sus comportamientos (deben ser responsables) al menos en algunos aspectos básicos por exigencia moral: porque no respetar al menos esos requisitos mínimos supone un atentado éticamente repudiable a los derechos humanos y a los derechos legítimos de sus grupos de interés. En eso consiste el “moral case” de la RSE. 

Mi defensa de la ética como argumento de la RSE no es, por tanto, una nueva e inútil llamada a la ética privada de los empresarios, sino una llamada a la necesidad de que la sociedad imponga a las empresas la ética pública que la fundamenta: que imponga los valores que considera esenciales, pero que aprecia (y constata repetidamente) que las empresas no respetan suficientemente. Una esperanzada apelación, en definitiva, a la fuerza de que puede disponer una sociedad  consciente, vertebrada y activa para obligar a las empresas a que sean más responsables (haciéndolas de paso el favor de ayudarlas a ser mejores empresas en sentido integral). Algo que me consta que el propio Antonio comparte y sobre lo que ha escrito muchas veces.

Matizaciones al margen, repito que en todo (salvo en las posibles confusiones de mi apelación a la ética) me resulta imposible discrepar con lo que señala Antonio en su nota y que son aspectos no me parece que mi artículo discuta. Y repito también mi agradecimiento porque un experto que tanto valoro considere pertinente detenerse a comentar mis pobres reflexiones.

Un abrazo.

José Ángel Moreno

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