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Este concepto es acuñado en el informe “Los y las jóvenes y el reto de la digitalización en la COVID-19: competencias para la vida, el empleo y la educación” elaborado por Cruz Roja. La publicación hace referencia a la falta de formación, el limitado nivel de competencias, las dificultades de acceso al empleo, la explotación laboral, la precariedad en los hogares y el bajo estado de ánimo en el que se encuentran muchos de los menores de 30 años en nuestro país.

Los efectos de la post pandemia han impactado con mayor fuerza, y de manera negativa, sobre la población menor de 30 años. Así lo explica el informe “Los y las jóvenes, y el reto de la digitalización en la COVID-19: competencias para la vida, el empleo y la educación” presentado ayer, 15 de septiembre por Cruz Roja. Resulta importante aclarar que este estudio no pretende ser un diagnóstico individualizado y exhaustivo de las competencias de los y las jóvenes, sino explorar los factores de riesgo que enfrenta este grupo de la población, como la pobreza y sus múltiples manifestaciones. Sobre el perfil de la muestra se observa que un 54,4% de las personas encuestadas son mujeres, un 43,9% varones y el resto se declaran neutros o de otro género. La edad media de las mujeres es de 24,7 años y la de los varones de 23,6 y casi la mitad del total son extranjeros.

Dicho esto, el equipo de expertos a cargo de la investigación muestra cómo tales factores influyen en la falta de competencias en ámbitos clave para su inserción laboral y social.  La Organización ha detectado un incremento de la población joven atendida, entre los 16 y los 30 años, que casi se duplicó en el escenario de la pandemia con respecto al periodo anterior; además, sus familias tienen dificultades para mantenerles, y una parte de ellos y ellas sufren las consecuencias de una difícil emancipación o una emancipación obligada, que se hace en condiciones de vulnerabilidad, con baja cualificación, extrema precariedad laboral o trabajo sumergido, y un escaso nivel de competencias digitales para el empleo, entre otras circunstancias.

Por su parte, el documento afirma que algunos de los jóvenes encuestados han experimentado o experimentan actualmente la exclusión social, habiendo vivido situaciones de calle o dificultad para la supervivencia.La población que participa en la investigación son chicos y chicas cuyas historias reproducen muchas veces las condiciones de riesgo o vulnerabilidad de sus familias de origen (transmisión intergeneracional de la pobreza): familias en las que padres y madres tienen dificultades en ámbitos como el desempleo, ingresos bajos, pobreza alimentaria, pobreza energética, impagos del alquiler o de cuotas hipotecarias, etc.

Asimismo, la investigación advierte que la digitalización acelerada, la globalización, crisis socioeconómica y sanitaria, envejecimiento poblacional y migraciones generan en la vida de las y los jóvenes atendidos por Cruz Roja un “círculo” de precariedad, explotación laboral, dificultad para formarse y cualificarse, así como para emanciparse, que da lugar a una precariedad multifacética, cuyo punto de partida, antes de la pandemia, ya era de por sí una posición de desventaja social.

Cruz Roja explica que todas estas dificultades se convierten en limitaciones de las familias para apoyar a sus hijos e hijas en sus estudios. Esta situación está ligada al abandono de la formación, y la necesidad de una rápida salida al mercado laboral. Al respecto se observa que el 52% de estos jóvenes se encuentran en situación de desempleo, además, el 37% de las mujeres (frente al 10% de los varones) asegura trabajar en labores domésticas no remuneradas, y un 7% con empleos de economía sumergida. Uno de cada cuatro tiene un contrato temporal a tiempo parcial, especialmente si su edad entre los 16 y los 21 años, y el 12% sólo trabaja de manera esporádica, como lo hace de manera fija apenas el 8% de los participantes en el estudio. 

Otro importante dato que destaca el estudio es que el 27% de los/as jóvenes encuestados han perdido su trabajo durante la pandemia. En cuestión de género se identifican tres dimensiones con clara incidencia sobre las jóvenes: los cuidados, el empleo y la violencia de género. Adicionalmente, una menor tasa de empleo, una mayor tasa de contratos temporales y una mayor tasa de paro tornarían aún más precaria la situación de las mujeres, agudizada además por motivos de nacionalidad o nivel educativo. Además, la discriminación por motivo de sexo, edad, origen o situación económica afecta también a estos jóvenes entre los que una parte importante están afectados por la brecha digital, bien por falta de competencias, bien por falta de recursos económicos o falta de conectividad. Solo la mitad de las personas encuestadas (52%) utiliza las TIC para la búsqueda de empleo y solo un 30% las utiliza como herramienta de trabajo.

Finalmente, la publicación indaga acerca del estado de ánimo de las y los jóvenes. Sobre este punto, Cruz Roja ha detectado un bajo estado de ánimo generalizado en jóvenes con dificultades sociales y laborales, ligado a un problema estructural. Según los expertos, la población joven es el grupo en el que el confinamiento ha producido un mayor impacto psicológico; también hay que tener en cuenta que han sido, en parte, el chivo expiatorio del malestar social generado por la pandemia y que las imágenes en los medios y redes han contribuido a redondear un estereotipo muy negativo sobre la juventud.  Los datos lo muestra con claridad:  un 25% de las personas entrevistadas admite que se estresa por cualquier situación adversa, un 11% afirma que suele manifestar ira a menudo, un 14% siente tristeza y el 41% afirma tener miedo al futuro.

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