La toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos fue un momento cargado de simbolismo y tensión. Pero más allá de los discursos y las ovaciones, un detalle capturó la atención de muchas personas: en ese día histórico, cuatro de los hombres más poderosos del mundo compartieron espacio físico y simbólico. Los líderes de las grandes tecnológicas y conglomerados empresariales estaban presentes, no solo como testigos de un cambio de gobierno, sino como actores activos de una narrativa más amplia: el entrelazamiento inevitable entre empresas, política y las dinámicas de poder. Estar en primera fila, además, relegó al gallinero a representantes y pesos pesados del partido republicano que, ahora con las nuevas alineaciones de poder, ya no lo son tanto.
En una era donde las marcas y las corporaciones poseen recursos que superan el PIB de muchos países, resulta casi ingenuo pensar que estas entidades no tienen influencia en la esfera política. Desde la financiación de campañas hasta la capacidad de moldear la opinión pública mediante estrategias de comunicación, las marcas y las empresas tienen un rol determinante en la forma en que se configura el mundo. Y, sin embargo, muchas continúan promoviendo la narrativa de la "neutralidad".
El discurso de neutralidad política es una forma de evasiva. Mientras se habla de mercados, competitividad y tecnología, se ignoran los impactos sociales, culturales y hasta ideológicos de las decisiones empresariales. Esto incluye no solo las alianzas con gobiernos, sino también cómo se abordan temas tan fundamentales como el género y la equidad.
La toma de posesión también puso en evidencia un vacío: el protagonismo femenino en estas cúpulas de poder global sigue siendo escaso. En un evento que simbolizaba la "transición" y el "liderazgo", los rostros presentes eran casi exclusivamente masculinos. Este es un recordatorio de cómo las empresas al igual que la política, tienen mucho que avanzar en temas de representación y equidad.
Un informe reciente de McKinsey señala que las empresas con mayor diversidad de género en sus equipos ejecutivos tienen un 25% más de probabilidades de superar a sus competidores en rentabilidad. Sin embargo, menos del 20% de los CEO de las compañías Fortune 500 son mujeres. Este desbalance no es solo una cuestión de justicia; también afecta la capacidad de las marcas para entender y responder a una sociedad que exige inclusión y equidad.
En un mundo interconectado, donde las decisiones empresariales tienen impactos globales, las marcas ya no pueden permitirse el lujo de permanecer neutrales. Su influencia va más allá de los productos que venden o los servicios que ofrecen. Son catalizadoras de cambios sociales, económicos y culturales.
Un liderazgo empresarial con propósito implica aceptar que las marcas tienen un papel activo en modelar el futuro. Esto no se trata solo de reaccionar a las demandas del mercado, sino de anticiparse y liderar con acción y coherencia. Las empresas que se comprometen con la sostenibilidad, la inclusión y la equidad no solo construyen confianza, sino también aseguran su relevancia a largo plazo.
En tiempos de incertidumbre, las marcas tienen la oportunidad de ser faros de esperanza y estabilidad. Pero esto no se logra con estrategias superficiales o discursos vacíos. Se necesita un liderazgo basado en el propósito, respaldado por acciones concretas.
Las marcas pueden desempeñar un papel clave al:
Las marcas no son entidades aisladas; están profundamente integradas en el tejido de nuestras sociedades. Su capacidad para influir en la cultura, la economía y la política las convierte en actores fundamentales para enfrentar los desafíos globales. Sin embargo, esto requiere líderes dispuestos a asumir riesgos, tomar decisiones audaces y comprometerse
La pregunta no es si las marcas pueden liderar el cambio, sino si están listas para hacerlo con valentía y determinación.