La sobrevaloración del cambio, así como la sobreestimación de posibles disrupciones en diversos ámbitos, acelera un proceso performativo de generación de interconexiones que desemboca en situaciones cada vez más complejas y difíciles de administrar en un mundo globalizado: cisnes negros, rinocerontes grises, serpientes de cascabel... Un mundo incapaz de buscar un equilibrio mínimamente aceptable en relación con el binomio riesgo-gobernanza, y que permita a los agentes económicos construir escenarios probables sobre los que basar su planificación y sus decisiones estratégicas.
En esta situación, las instituciones, especialmente las políticas, lejos de aportar certeza, y, por consiguiente, capacidad para planificar, generan complejidad e incertidumbre. Por su parte, los mercados financieros, lejos de generar liquidez, absorben liquidez del sistema en detrimento de la financiación de la economía real. Los activos financieros, lejos de vincularse a posiciones de cobertura, se integran en decisiones altamente especulativas, buscando acoples a diferentes ciclos financieros alternativos. Finalmente, los intermediarios financieros, en los que en su negocio está implícito el riesgo moral (y la selección adversa), lejos de internalizar y gestionar el riesgo, lo externalizan: lo financian a través de los mercados financieros, y generan en el sistema nuevas e inquietantes fórmulas de incertidumbre que hibridan con antiguas fórmulas de riesgo financiero.
Esta aceleración del riesgo y de la incertidumbre puede observarse en los sucesivos informes de riesgos globales del World Economic Forum (WEF). En el informe correspondiente a 2024, si se analiza con detalle, se puede apreciar un sutil cambio epistemológico que viene a constatar la transformación en torno al mapa de riesgos globales. Y, en concreto, viene a confirmar una tendencia de la que venimos haciéndonos eco desde hace años como consecuencia de la búsqueda de las canales de transmisión desde los grandes riesgos globales (riesgos extrafinancieros) hacia los riesgos financieros convencionales.
El enfoque tradicional de la medición del riesgo, basado en el modelo PS (probabilidad-severidad), se ha ido transformado de forma abrupta en un nuevo enfoque al que denominamos SS (severidad-severidad). Este enfoque apunta a que los riesgos, todos los riesgos sin excepción, están sucediendo: siendo irrelevantes los términos de probabilidad, y haciéndose cruciales los términos de impacto o severidad (a corto plazo: dos años: o a largo plazo: 10 años). Estamos ante la configuración de un nuevo mapa de riesgos unidimensional y consecuencialista, es decir, un mapa de riesgos que, lejos de centrarse en las causas y en su probabilidad, se centra fundamentalmente en las consecuencias (impacto/severidad). El mapa cartesiano que distribuía probabilidad y severidad, el mapa de riesgos tradicional, se ha convertido en una recta euclídea que distribuye la severidad (a corto y a largo plazo), pues todo está significativamente ocurriendo.
En este nuevo mapa de riesgos, lo contingente pasa a ser determinista, y ya solo es relevante el tiempo, la única variable que es esencialmente financiarizable. En este sentido, estamos dando paso al tratamiento del riesgo (extrafinanciero) con más dosis, estructuras y esquemas de riesgo (financiero), acelerando los procesos exponenciales que se detonaron allá por 1971. En este nuevo enfoque, alimentado por la desregulación, la economía en red y la exponencialidad, aparte de ser los riesgos más heterogéneos, más multidimensionales e interdependientes, se produce una mayor hibridación entre el concepto de riesgo y el de incertidumbre (eventos disruptivos), así como entre el concepto de riesgo sistémico y el de riesgo específico a través de la beta. Todos los riesgos posibles están significativamente activos en la sociedad del riesgo.
Lejos de integrarse armónicamente las leyes y los riesgos extrafinancieros, en las leyes y los riesgos económico-financieros a partir de las principales leyes de la naturaleza, tal como planteaba el padre de la economía ecológica, Nicholas Georgescu-Roegen, estamos asistiendo a una financiarización cada vez más acelerada de la sostenibilidad, promoviendo la compensación del deterioro del capital natural por otros tipos de capital mediante fórmulas débiles de sostenibilidad. El objetivo es, por ejemplo, integrar el ciclo del cambio climático en el ciclo financiero, y sustituir las leyes de la termodinámica por la fórmula de Black Sholes y la ley de capitalización compuesta, la octava maravilla del mundo, que decía Albert Einstein.
En el informe de riesgos de 2024 del WEF, la polarización social, la desinformación y la ciberseguridad son tres de los cinco principales riesgos a corto plazo (2 años, establece el WEF) a los que hemos de hacer frente. Todos estos riesgos están relacionados con el uso de la información y los sesgos relativos al conocimiento de la realidad, por lo que se convierten en una lente muy importante a la hora de aproximarnos a los riesgos a largo plazo. En concreto, a los cuatro primeros riesgos a largo plazo (10 años, establece el WEF) son todos ellos de naturaleza medioambiental (eventos meteorológicos extremos, cambios críticos en los sistemas terrestres, pérdida de biodiversidad y colapso de los ecosistemas, y, finalmente, escasez de recursos naturales).
Por lo que estamos abocados a ver los riesgos ambientales, los riesgos a corto plazo, con el sesgo de la desinformación, la cámara de eco y la polarización, los riesgos a corto plazo. Y, mientras, asistimos a una nueva vuelta de tuerca de la financiariación de los grandes riesgos y desafíos ambientales a los que hemos de hacer frente: entre ellos el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. De ahí la necesidad de un cambio epistemológico en relación con el concepto de riesgo, en el que desaparece el concepto de probabilidad, porque todo está ocurriendo.